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De la conciencia como una fuerza de la naturaleza

Por: Javier Raya - 08/25/2014

La pregunta por la conciencia, a diferencia de la pregunta por el ser, presupone que puede existir una separación mínima entre la herramienta perceptual y el resultado de la percepción

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La poesía, si vamos a filosofar, es el primer encuentro del ser con las cosas. Después vendrán las teorías, las explicaciones, las razones, esa mentira por la que han muerto tantos que se llama verdad. La poesía es la primera respuesta a la muerte, al hecho de saber que te vas a morir. Entonces, si la poesía desaparece, la humanidad desaparece a los cinco minutos.

Raúl Zurita

Me levanto y soy una marea. Miles de pensamientos, como peces, me recorren de parte a parte: son parte de mí, son yo mismo, pero yo no soy ellos: soy también la luz que atraviesa  las capas más superficiales de mi mente, y soy el fondo opaco que arrulla la luz, que la dispersa, que le impide transitar hasta el abismo donde moran las criaturas abisales que ningún hombre ha tocado: los últimos animales sin nombre.

El premio Nobel de física David Gross afirmó en una conferencia que los agujeros negros y la materia oscura no eran los únicos problemas con los que los físicos podían lidiar hoy en día: su apuesta es que la comunidad científica llegará eventualmente al problema del lenguaje y la conciencia. Roger Penrose, físico y matemático de Oxford, cree junto con Gross que la esquiva "teoría de Todo" deberá hacer sitio para que en ella se dé cuenta sobre el lenguaje y las experiencias subjetivas; después de todo, la conciencia y los agujeros negros del universo son problemas para los que tenemos teorías, pero no explicaciones.

Tengo frío. Tengo tanto frío. Digo en voz alta "Tengo frío" y de mi boca sale una columna de humo, un hilillo de voz dispersa. Es de madrugada y la madera ya se terminó. La fogata está a punto de apagarse. Los coyotes ya no aúllan. Mi mandíbula tiene vida propia: bate como una ventana durante la tormenta, masticando trozos de una carne invisible, produciendo calor mediante el movimiento. Escribo en mi libreta: tengo frío, y esta frase soy yo, por un momento, al abrigo de la página.

Para Penrose, las leyes de la mecánica cuántica --que organizan el universo subatómico-- podrían ayudar a los físicos a entender mejor la conciencia. La filosofía ha seguido un largo camino de hipótesis y teorías para explicar qué es o cómo funciona la mente y la conciencia: el Tratado de la naturaleza humana de David Hume es un temprano tratado de fenomenología, y Husserl trató de aplicar un método científico (al igual que el ingrato alumno Heidegger) para aproximarse a una comprensión verbal de la conciencia, a su representación física, palpable al menos en cuanto libro. El libro que piensa el pensamiento se vuelve, muchas veces, tan impenetrable como el pensamiento mismo que busca comprender: su reverso y su medida.

Juan de Yépez --que los católicos llaman San Juan de la Cruz-- escribió "un no sé qué que queda balbuciendo". Balbucear: la voz que teoriza su propia imposibilidad sin vigilancia, los restos de un lenguaje masticado, inoperante, aún no digerido. ¿La voz es un fruto, como en los árboles, o un desecho, lo que se excreta después de digerir su sustancia inmaterial? ¿Un verso, una imagen hecha de palabras, es el resultado de un ensamblaje inmaterial que se ofrece al otro --¿a Dios?--, como un producto terminado que termina su recorrido por la línea de ensamblaje, o es el residuo de lo que ha sido pensado, el último remanente indigerible, pulido y fino pero ya inerte, de la explosión de supernovas de la intuición poética o el trance místico, el verso como un hueso --una aguja hecha de hueso-- después de que el cuerpo ha sido devorado sucesivamente por las ratas, los gusanos, los microbios?

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David Chalmers, profesor de filosofía y director del Centro de la Conciencia en la Universidad Nacional de Australia, cree en una filosofía de la ciencia que explique la relación del cerebro y la conciencia. Su trabajo lo ha llevado a diferenciar entre problemas "fáciles" y "difíciles" en relación con la conciencia (sin que los adjetivos impliquen trivialidad o importancia de unos u otros). Por ejemplo, un problema "fácil" será el que se plantee funciones y comportamientos asociados tradicionalmente con la conciencia a través de preguntas sobre la percepción, la síntesis de información sensorial, etc. Son problemas fáciles "no porque sean triviales, sino porque caen dentro de los métodos estándar de las ciencias cognitivas", dice Chalmers.

Tengo calor. Tengo tanto calor. Nunca había sentido tanto calor en mi vida. Ya no tengo sudor para sudar: soy un pellejo envuelto en harapos, cargando una mochila a través del desierto. No estoy perdido, sólo estoy muy lejos de cualquier parte. Estar perdido es también una forma de conciencia. Mi conciencia es una turbulenta nube, un racimo de rayos, trenes de luz corriendo en todas direcciones. Si tuviera un caballo, no lo montaría para volver a eso que con espíritu celebratorio llamamos "civilización": probablemente me lo comería.

Los problemas difíciles, para Chalmers, son aquellos que lidian con la experiencia subjetiva: "Cuando ves rojo", afirma, "cuando ves verde, cuando escuchas un Do sostenido, cuando comes chocolate: siempre que estés conciente, siempre que tengas una experiencia subjetiva, se siente como algo". A diferencia de otras áreas de la ciencia --que pueden descomponer un problema en elementos más sencillos, como la materia en átomos, partículas y bosones o los animales en sistemas, células, neuronas, etc.-- Chalmers afirma que la conciencia es un aspecto irreductible del universo, similar a las grandes fuerzas que lo componen y de las cuales, aunque sabemos mucho, ignoramos mucho más: el espacio, el tiempo, la masa, la conciencia.

Te amo. Te amo tanto. Mi amor es un organismo cancerígeno: se divide y subdivide, enferma el resto del cuerpo, lo devora con su amor, se comporta como un incendio forestal, como una tormenta tropical, aparece de pronto y toca todo, mueve todo, arrasa con todo, no deja nada sin tocar. Mi amor es desesperado, furioso, urgente: querría tomarle una foto para mostrártelo, pero es un animal que nunca se queda quieto: para vivir necesita transformarse incesantemente en otra cosa.

"Estas cosas", continúa Chalmers, "en cierto sentido, no necesitaron evolucionar". El tiempo, el espacio, la masa (y probablemente la conciencia) "fueron parte del amueblado fundamental del mundo desde el principio". Su propuesta, pues, es tratar a la conciencia como una de estas fuerzas: démosla por sentada, confiemos en ella, pero comprendámosla, como a la gravedad. Una teoría del todo que incluyera la conciencia en sus ecuaciones no explicaría cómo o por qué surgió sino que trataría de explicar, más bien, cómo afecta la conciencia al universo.

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Había una vez un poeta gordo, tan pero tan gordo, que la luz se combaba al pasar cerca de él. Uno entraba a la habitación donde oficiaba y notaba la palpable disminución de la fuerza lumínica: los fotones desaparecían en sus inmediaciones de sapo jurásico. Planetas, galaxias enteras, uno o dos poetas menores de 19 años quedaban atrapados bajo sus risotadas vulgares, que contrastaban con sus modales exquisitos al comentar la influencia de Walt Whitman en la poesía latinoamericana del siglo XX, o algo por el estilo. Gracias a él y a los otros como él, los científicos creen poder explicar en un futuro cercano el misterio de hacia dónde se expande el universo: no se expande, los poetas-agujeros-negro se lo tragan. Se lo re tragan. Infinitamente.

Para Susan Greenfield, profesora de farmacología en Oxford, la postura de Chalmers no sólo no es científica, sino que es francamente inútil. "No puedes probarla o refutarla, y no puedes evaluarla. No ofrece explicación, o ninguna luz, o ninguna respuesta sobre por qué la gente se siente como se siente". Greenfield tiene algunas teorías propias: la mente --que para ella está separada de la conciencia-- es una interacción física entre neuronas, cuyas conexiones evolucionan a través del tiempo y la experiencia, por lo que cada mente es en realidad única.

¿A cuántos millones de años luz se encuentran las cosas que olvidamos? ¿La conformación de una idea en la mente se parece a la irrupción de una estrella nueva en el universo? ¿Y si el lenguaje fuese, a su vez, una fuerza autónoma de la naturaleza que adopta distintas manifestaciones según los órganos perceptuales de los organismos?

Según la teoría de Greenfield, la conciencia es una propiedad de la mente, en el sentido en que el calor, el color y el movimiento son propiedades del fuego. Propiedades físicas, recordémoslo. Las propiedades de la materia están dadas por las moléculas que la conforman. Para Greenfield, una experiencia conciente ocurre cuando un estímulo --interno, externo, sensorial, intelectual, mnémico, etc.-- desencadena una reacción en el cerebro. Ker Than, en Why Can't Great Minds Grasp Consciousness, lo explica así: "Como un terremoto, cada experiencia conciente posee un epicentro, y ondulaciones provenientes de ese epicentro recorren el cerebro, reclutando neuronas a su paso".

Cosas que cimbran: la injusticia, la corrupción, la desigualdad social, la caricatura de lo real que hacen a diario los medios informativos. Más cosas que cimbran: la dignidad, la conciencia de clase, la música de John Zorn, un cuerpo que resopla, la ruina del orgasmo, el eco de su estertor helado.

Greenfield --al igual que Chalmers y su teoría de la conciencia como fuerza del universo, y por tanto, como un fenómeno natural de este-- es incapaz de predecir la forma que tendría la respuesta a la cuestión de qué es la conciencia. "No podríamos decir si será una fórmula, un modelo, una sensación o una droga".

La conciencia está estructurada como una pregunta; el inconsciente (Carrera, Lamborghini dixit) está estructurado como un incesante teatro de los aplausos.

Twitter del autor: @javier_raya