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Quizá sea hora para abandonar nuestra obsesión por el crecimiento económico

Por: Javier Barros Del Villar - 02/07/2014

Comenzar a enfocarnos en eficientar nuestros hábitos de consumo y producción, en lugar de simplemente tratar de aumentarlos para nutrir un insaciable crecimiento económico parece una exigencia a nuestra generación.
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"Escape", por Marc Dejong

No se obtiene la felicidad si no podemos limitar nuestros deseos y necesidades.

-Séneca

El crecimiento económico es uno de los grandes hitos en el acto de gobernar. Ligado a la agenda que privilegia el mercado y a las grandes compañías que lo encabezan, los gobernantes alrededor del mundo decidieron, desde hace décadas, utilizar este concepto como una de las máximas referencias para evaluar su desempeño. A lo largo del año escuchamos innumerables alusiones a esta variable que, ya en la práctica, con frecuencia parece tener poco que ver con el bienestar tangible de la población –el famoso trecho que separa la macroeconomía del bienestar cotidiano. Y esto ocurre cuando lo único que podría justificar la insaciable búsqueda por incrementar la producción, el ahorro, los niveles de consumo y, en general, la intensidad del mercado interno, es que supuestamente derivará en una mejora de la calidad de vida de una determinada población.

Más allá de la polémica que pueda generar la disociación entre bienestar real, incluyente, y crecimiento económico, tal vez el mayor problema de esta abstracción es que postula una especie de oasis inalcanzable, pues de acuerdo a las leyes del mercado este aumento en el valor de los bienes y servicios es potencialmente infinito –supuestamente siempre hay un margen para seguir empujando cualquier virtual límite. Y precisamente esta cualidad es la que diversos filósofos y economistas cuestionan, siendo una de las principales críticas la que advierte que el crecimiento económico es esencialmente insostenible y que a pesar de la compulsiva búsqueda por seguir estirando este modelo, los recursos naturales se están ya encargando de desmentirlo. 

El decrecimiento es un movimiento ideológico que propone empatar los ritmos de la naturaleza, aquellos que rigen la generación y regeneración de recursos naturales, con el modelo económico. Para lograr lo anterior tendríamos que, en oposición a lo que proponen doctrinas como el liberalismo y el productivismo, disminuir el consumo y la producción, para sintonizar su comportamiento con los estándares que imponen los recursos limitados. Y para matizar los efectos traumáticos de este cambio de timón, se plantea la aplicación de principios como la cooperación, la relocalización, la eficiencia y la autosustentabilidad.

El decrecimiento, al igual que promueve el reciclaje de desechos materiales, también debe interesarse por la rehabilitación de los excluidos. Y si el mejor reciclaje consiste en desechar menos, la mejor forma de rehabilitación social consiste en evitar la exclusión (Latouche, Revista Papeles, no. 107, 2009).

Cabe señalar que independientemente de las premisas prácticas que dibuja el Decrecimiento, lo cierto es que también involucra un cambio de percepción frente a conceptos fundamentales como la calidad de vida o la escala de valores, y de valuación, que hasta ahora hemos construido –y que en buen medida responde a los principios promovidos por la filosofía "crecimentista". 

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Serge Latouche, reconocido economista francés y uno de los principales ideólogos del decrecimiento, advierte que de cualquier manera ya estamos experimentando, en el caso de muchas economías, un decrecimiento –pues mantener eternamente la orientación al aumento es simplemente imposible. Por eso entre antes adoptemos las medidas necesarias para revertir esta búsqueda, entonces seremos capaces de matizar el shock que indudablemente producirá este cambio de rumbo. Y más allá de los argumentos de supervivencia que pueda exponer, Latouche ha enfatizado que el Decrecimiento favorecerá la felicidad, pues "Vivimos fagotizados por la economía de la acumulación que conlleva la frustración y desear lo que no tenemos y ni necesitamos [...]. Hemos detectado un aumento de suicidios de niños en Francia [...]. La gente feliz no suele consumir".

Aunque para muchos de sus detractores el Decrecimiento peca de ingenuo o apuesta a una disminución de la calidad de vida sólo para hacer nuestra existencia sostenible –en lugar de buscar innovar para permitirnos vivir como lo hacemos actualmente pero sin que esto implique desahuciar el medioambiente–, a mi juicio, el Decrecimiento, si bien no es un diseño infalible ni absoluto, al menos podría ser un estímulo transitorio hacia una realidad compartida más digna, equitativa y armónica. A fin de cuentas, sin ignorar algunos indicadores positivos que también están presentes en el actual horizonte, sería difícil cuestionar qué aspectos fundamentales del actual modelo económico, y de sus repercusiones socioculturales, están lejos de sugerir una evolución en nuestra especie. 

 Twitter del autor: @ParadoxeParadis