Primero como ficción, después como vigilancia de Estado: el cypherpunk surgió en juegos de texto y novelas escritas por noveles autores de ciencia ficción durante los últimos años de los 80 del siglo pasado, para alentar los sueños utópicos de los geeks y para abrir nuevas vías de control estatal sobre las actividades online de los ciudadanos. Hoy en día, el cypherpunk es una forma de activismo en línea que aboga por utilizar complicados sistemas criptográficos como medida para el cambio social.
Autores como Tim May o John Gilmore anticiparon que las comunicaciones en el futuro estarían bajo tal control central que veían en la encriptación la única manera de preservar la privacidad y el control de la información personal. Clásicos como Mondo 2000 o How To Mutate and Take Over the World hicieron época en una generación de jóvenes obsesionados con las nuevas tecnologías y su implicación para la vida cotidiana.
En "The Crypto Anarchist Manifesto" de Tim May de 1990 (escrito en un estilo similar al Manifiesto comunista de Marx y Engels) puede leerse: "Un espectro acecha el mundo moderno, el espectro de la crypto anarquía", declarando que las comunicaciones encriptadas y la anonimato en la web habrían de "alterar completamente la naturaleza de la regulación gubernamental, la habilidad de cobrar impuestos y controlar las interacciones económicas, la habilidad de mantener información en secreto". Bajo estas premisas nació una subcultura alimentada de ciencia ficción, matemáticas y anarquismo: el cypherpunk, una fraternidad utópica que deseaba conquistar el mundo manteniendo el control sobre su propia información, un derecho que va perdiendo legitimidad y vigencia con el tiempo.
Sin embargo, muchos de los entusiastas del cypherpunk terminaron trabajando en oficinas del gobierno de EU para crear nuevas formas de encriptar y desencriptar las comunicaciones de ciertas personas o grupos indeseables: luego de que en 1993 el gobierno de Clinton amenazara con criminalizar el uso de programas de encriptación de datos para uso privado (como el PGP, lo cual finalmente no ocurrió) vino el 9/11 y la sensación implantada de que mayores medidas de vigilancia y control estatal derivarían en mayor seguridad para la gente.
El capitalismo, naturalmente, logró aprovecharse del nuevo estado de cosas en los albores del siglo XXI. Compañías como VasTECH en Sudáfrica o Amesys de Francia venden software listo para que un agente central indague cuanto quiera en la vida electrónica de cualquier persona. Aunque el precio de salida de este tipo de software ronda los $10 millones de dólares, el hecho de que programas como Zebra de VasTECH o Eagle (utilizado por Muamar Gadhafi en Libia) existan supone amenazas definitivas para el anonimato. Aunque existan alternativas como la navegación con proxys y sistemas como Tor brinden opciones para quienes gustan de la privacidad online, Julian Assange cree que estamos entrando en una distopía cypherpunk de tintes sumamente siniestros.
Para el vocero y editor en jefe de WikiLeaks, en nuestros días vivimos "una distopía posmoderna de vigilancia, de la cual escapar será imposible, con excepción de los individuos más hábiles." En su nuevo libro Cypherpunks: Freedom and the Future of Internet, Assange defiende la idea de que "el universo confía en la encriptación. Es más sencillo encriptar información de desencriptarla", y para muestra basta pensar en el ADN, el código fuente de la vida. El llamado a que los ciudadanos y gobiernos mantengan la vida privada en secreto, sin embargo, se topa con una barrera importante: a nadie le importa.
¿Tienes fotos de tu familia en Facebook? ¿Temes darle like a páginas relacionadas con WikiLeaks o Anonymous? A nadie sorprendería que el gobierno esté enterado ya. Podemos pensar que si eres una "buena" persona y no tienes nada qué ocultar no te importará que la policía virtual eche una ojeada por tus mails... ¿o no? A pesar de ser usuarios sumamente capaces, los fundadores de The Pirate Bay en Suecia siguen enfrentándose a la vigilancia online, y si algún usuario se adentra un poco en la Deep Web y ve algo que no debe, la policía tocará a su puerta tarde o temprano. Una de las primeras victorias por un Internet libre se ganó en 1993 cuando el PGP y otros software para encriptar comunicaciones permanecieron legales, pero a pesar de ello nadie parece interesado en aprender a usarlos.
Tal vez la dolorosa verdad sea un fuerte golpe para el ego: nuestra información personal no es importante para nadie más que para nosotros mismos. Como decía Jean Baudrillard, los mayores controles del Estado son invisibles, constituyendo lo que llamaba el "crimen perfecto": los millones de dólares de las mayores corporaciones del mundo no se encuentran en una caja de seguridad, sino dando vueltas a los satélites de la Tierra como fondos e inversiones; la Guerra Fría nos enseñó que el miedo a las armas nucleares es suficiente para torcer la voluntad de los países. Del mismo modo, la simple amenaza de que el gobierno pueda rastrear tu actividad ilegal en la web (sin mencionar los esfuerzos de organización política potencialmente subversiva) debería ser suficiente para que el público se disuada de siquiera intentarlo o de aprender a utilizar programas de encriptación de datos en sus comunicaciones cotidianas.
Suponiendo que algún grado de privacidad fuera deseable, la gente no parece estar interesada en alternativas a la navegación tradicional: simplemente sería demasiado difícil utilizar servicios a los que ya estamos acostumbrados, como Skype o redes sociales. La pregunta que debemos mantener en mente es, ¿estamos dispuestos a permitir que iniciativas como SOPA o ACTA limiten el acceso a un Internet libre y que los gobiernos aprueben a nuestra costa medidas para vigilar nuestras actividades en línea? Conforme pase el tiempo estas cuestiones serán más y más urgentes.
[Con información de The Verge]