En 1968 Eric Nordern entrevistó a Stanley Kubrick para la revista Playboy.
Nordern: Dijiste que debe haber billones de planetas que tengan vida considerablemente más avanzada que el ser humano pero que aún no ha evolucionado en formas no- o suprabiológicas.
La palabra "billones" en ese primer enunciado es por demás estimulante. Kubrick creía lo que Stephen Hawking dijo hace apenas unos días, durante la presentación de un documental sobre su vida titulado My Brief History, parafraseando su libro más popular. El cerebro, según Hawking, teóricamente podría funcionar fuera del cuerpo, copiado en una computadora para seguir operando después de la muerte. Lo que el científico recién declaró era una certeza para Kubrick, quien asumía que por probabilidad no solo hay vida inteligente en el universo, sino que la evolución de esa vida es trascender el cuerpo.
Nordern: ¿Cuál crees que sería el efecto en la humanidad si la Tierra fuera contactada por una de estas razas que no son como dioses, pero son tecnológicamente superiores?
La entrevista se dio en el marco del lanzamiento de 2001: A Space Odyssey, y amplía la discusión en torno a la vida extraterrestre que plantea la película, en la que nunca se ve a los alienígenas. Si la cinta de Kubrick plantea el encuentro con una civilización tan avanzada que ha dejado atrás su lado biológico, la pregunta de Nordern abre otra posibilidad. Para Kubrick, un encuentro así enriquecería la cultura humana.
Kubrick: Otro punto positivo es que es una virtual certeza que toda la vida inteligente en algún punto en su desarrollo tecnológico debe haber descubierto la energía nuclear. Este es obviamente el punto crucial de cualquier civilización: ¿da con la manera de usar el poder nuclear sin destruir y lo contiene para propósitos pacíficos, o se auto-aniquila? Adivinaría que cualquier civilización que ha existido por mil años después del descubrimiento de la energía nuclear habrá elaborado los medios para acomodarse ante la bomba, y esto podría ser reconfortante para nosotros.
Su respuesta combina 2001 con Dr. Strangelove. Podría parecer que su interés en la bomba nuclear estaba ligado al momento histórico, la Guerra Fría, sin embargo el miedo a que ese descubrimiento se nos salga de las manos es hoy tan vivo como después de la masacre de Hiroshima y Nagasaki.
Por un lado, hace unos años cuatro personajes de esa época, apodados the cold warriors, lanzaron una iniciativa para desarmar al mundo de armas nucleares: Shultz, Perry, Kissinger y Nunn. El otro lado de la moneda es que el 13.5 % de la energía eléctrica del mundo se produce a partir de la energía nuclear. Hay 430 reactores nucleares como el de Fukushima que, debido a un terremoto, ocasionó la crisis del Pacífico. Si esto sucedió en Japón, uno de los países más desarrollados y mejor organizados del mundo, ni qué decir de los otros cincuenta y cinco países que producen este tipo de energía, incluido México.
Con apenas setenta años de experimentar y utilizar la energía nuclear, la humanidad todavía es como el aprendiz de brujo incapaz de controlar sus conjuros. Las escobas (los reactores) se multiplican, y el agua (la energía nuclear) se derrama por pisos y escaleras, a través de las corrientes marítimas, entre la tierra y flotando en el aire. Chernóbil sigue abandonada después de casi treinta años de la catástrofe, en la que más de setenta pueblos y ciudades se vieron afectadas, con siete millones de personas contaminadas. Lo que pide Greenpeace es un mundo sin energía nuclear, lo cual por ahora es imposible. El desarrollo y hasta la evolución humana dependen de ello, pero es un punto delicado para el futuro, para bien y para mal.
Este mapa en time-lapse de Isao Hashimoto es la viva muestra que detrás de la belleza siempre ha habido algún tipo de dolor. Las bombas explotan como palomitas en un horno de microondas. La etapa de guerra frontal quizá ya la pasamos, con gobiernos conscientes que detonar una bomba es equivalente al suicidio.
Queda entonces la amenaza fundamentalista y el residuo nuclear.
Al parecer no es tan complicado hacer una bomba atómica, lo difícil es hacerla llegar a su destino (como en muchos aspectos de la cultura humana el problema no es la producción, sino la distribución). Con uranio y plutonio, lo mismo que se necesita para generar energía, se hace una bomba. El miedo de los gobiernos son las pequeñas fuerzas extremistas que se escabullen entre las rendijas y que pasan desapercibidas en las fronteras.
Y cuando esa amenaza también esté controlada, si es que llega a pasar, siempre quedarán los residuos. Into Eternity: A Film for the Future contiene muchas preguntas y pocas respuestas a este dilema. Se centra en el primer repositario de residuo radioactivo del mundo, en Finlandia, diseñado para llenarse de desperdicio durante cien años y luego sellarse durante cien mil, el tiempo necesario para que ya no contamine. Las pirámides de Egipto, consideradas como las estructuras más viejas que tenemos, tienen menos de cinco mil. Se necesita imaginación para pensar en algo que tenga que durar cien mil años.
"La cuerda que sirve al alpinista para escalar una cima sirve al suicida para ahorcarse, y al marino para que sus velas recojan el viento. Lo sacro y eterno sea loado. Seguiríamos en las cavernas si hubiésemos temido conquistar el fuego", escribe Antonio Escohotado, y pues en esas andamos, intentando no quemarnos en el proceso.
Twitter del autor: @jpriveroll
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