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Dilucidando el origen del universo surge una serie de paradojas: por un lado, desde la perspectiva de la física, la nada deja de existir y se reformula como una potencia cuántica, y por otro lado el acto divino de la creación se distribuye en el universo mismo, como una propiedad fundamental del vacío que permea todo lo que existe.

Or say that the end precedes the beginning,
And the end and the beginning were always there
Before the beginning and after the end.
And all is always now.

-T.S. Elliot

El tema de hoy es el tema de siempre. La vieja pregunta que atraviesa la historia del hombre y más allá y que genera todo tipo de paradojas, fascinaciones y frustraciones... la pregunta sobre el origen del universo (que es en el fondo la misma pregunta que ¿quién soy?). Evidentemente una respuesta cabal a esta pregunta trasciende los alcances de nuestra comprensión actual, y aunque la ciencia o la religión crean que ya han obtenido verdades objetivas y hasta absolutas, estas “verdades” son  sobre todo reflejos, más o menos claros, de su propia mente: el aparato con el cual el hombre ausculta la profundidad del cosmos —un aparato cuyo potencial no conocemos del todo y que podría no tener límites. Estamos, como el pez que busca conocer la naturaleza del océano, en un planeta dentro del universo, nadando en la inmensidad, preguntándonos sobre algo de lo cual somos (juez y) parte indivisible. Estar dentro del universo puede hacer más difícil las cosas —ya que no tenemos una perspectiva externa, un ojo arquimídeo de las cosas— o más fáciles —ya que toda la historia del universo y en cierta medida la decantación de sus secretos están enraizados en nosotros.  Y, entonces, tal vez sea posible ver todo el bosque en un solo árbol.

Saber que no sabemos no significa no querer saber y no maravillarse ante el misterio: salir a jugar en la noche a aprender a ver en la oscuridad. En este espíritu lúdico cuya piedra de toque filosofal es la capacidad de asombro (tomada del niño interior cuya primera infancia se remonta a la formación de las estrellas), retomamos la ancestral pregunta, aprovechando la sincronía de que tanto el sitio New Scientist como el canal Discovery acaban de lanzar ediciones especiales abordando esta temática.

La versión más aceptada actualmente es que el universo surgió del Big-Bang y que antes de esta “gran explosion” no había nada.  Lo que evidentemente hace preguntarnos, ¿cómo algo —el universo todo— pudo haber surgido de la nada?   Esto lógicamente hace pensar que esa “nada” en realidad era algo. Para la religión necesariamenete debe de existir un ser capaz de crear de la nada, de operar sobre el vacío e infundir el Ser en el universo. Esto equivale a decir que ese algo que era la nada es Dios.  La causa de que algo sea.

La física en cambio considera que el problema de la nada es en realidad un problema semántico. Hemos creado el concepto de la nada a partir de nuestra experiencia del espacio como vacío, pensando que en ese espacio entre la materia nada sucede, nada se genera.  Pero la “nada” como tal no existe. Esto es algo que puede observarse en el espacio vacío, del cual surgen inevitablemente lo que se conoce como partículas virtuales, las cuales constantemente se crean y se destruyen y pese a que no son observables directamente, los efectos que generan sí lo son. En este sentido la física curiosamente se alinea con la etimología de la palabra nada, la cual proviene de la palabra nacer (en latín). Esta interesantísma identidad entre la nada y nacer nos sugiere, en otro plano,  que la nada es nacimiento, el proceso de nacer. O, en otras palabras, una perenne potencia de ser.

"Puedes formar un estado que no tenga quarks y antiquarks en él, y es totalmente inestable. Espontáneamente  empieza a producir pares de antiquarks y quarks”, dice el físico Frank Wilczek de MIT.  Wilczek cree que esto podría aplicarse también al origen del universo. "No hay barrera entre la nada y un rico universo lleno de materia”.  Según esta perspectiva, el universo es lo que ocurre naturalmente con “la nada”. En cierta forma tú, yo, esta pantalla, el Sol, la Luna y todo lo demás solo somos fluctuaciones que emergen del vacío cuántico.  Patrones, coherentes por un momento, que regresan al mar insondable del vacío-nacimiento.

Debido a la extrañeza inherente a la mecánica cuántica, “la nada” se transforma en algo constantemente. El principio de incertidumbre de Heisenberg señala que un sistema nunca puede tener exactamente cero energía y como la energía y la masa son equivalentes —dos caras de la misma moneda—, pares de partículas se pueden formar espontáneamente siempre y cuando se aniquilen rápidamente.

La incertidumbre cuántica sostiene que hay una compensación entre  energía y tiempo: entre menos energía tiene un sistema, más tiempo puede mantenerse (de la misma forma las supernovas, con mayor energía, viven menos). Para explicar cómo nuestro universo ha durado miles de millones de años, el tiempo suficiente para formar a partir del vacío cuántico galaxias, sistemas solares y formas de vida complejas, su nivel de energía debe de ser extraordinariamente bajo.

En los primeros instantes del universo se llevó a cabo una breve explosión expansiva, conocida como inflación, la cual llenó el universo de energía. Pero según la teoría de la relatividad de Einstein, la expansión del tiempo-espacio también significa más gravedad.  La atracción gravitacional representa energía negativa que cancela la energía positiva de la inflación —esencialmente construyendo un cosmos de cero. “Uno puede mostrar que esta energía gravitacional negativa exactamente cancela la energía positiva representada por la materia. Así que la energía total del universo es cero”, dice Stephen Hawking.

Alan Guth, el físico que desarrolló la teoría inflacionaria, bromea diciendo que aunque se cree que no existe tal cosa como un almuerzo gratuito, “el universo es el máximo almuerzo gratuito”. Y con esta misma ligereza reconforta: “en realidad no es riesgoso crear un universo en tu sótano, no desplazaría al universo alrededor, aunque sí crecería enormemente”.

El problema de la creación del universo parece violar la ley de la conservación de la energía pero, si hay cero energía total que conservar, ese problema desaparece y un universo que simplemente surgió de la nada —fluctuaciones cuánticas— es algo que ocurre con cierta probabilidad. “Tal vez una mejor forma de decirlo es que ese algo es nada”, aclara Guth.

Que algo pueda ser nada parece un contrasentido, una aberración lógica. Sin embargo, el universo no tiene que necesariamente ajustarse a nuestra lógica y, según hemos visto antes, la “nada” es sobre todo un concepto construido bajo la lógica aristotélica que ha creado la impronta en el cerebro humano de que las cosas son o no son, y al ser algo no son todo lo demás. ¿Pero puede algo ser y no ser? ¿Ser algo y nada?

La física cuántica, al igual que la filosofía oriental, es profusa en paradojas. Un fotón es tanto una onda como una partícula y puede estar en estado de superposición —en todos los lugares  (o en ninguno) a la vez— hasta que no se le apliqué una medición. De tal manera que en muchas ocasiones se ha jugado con la idea de que  una partícula no existe hasta que es observada.

El Tao habla de un nombre que no puede ser nombrado y de un camino que no puede ser recorrido —y que es, sin embargo, el nombre eterno y el camino eterno.

Diferentes corrientes dentro del budismo detectan esta identidad entre algo y  nada, entre el ser y el no ser. El concepto de Sunyata sugiere que en el fondo todos los fenómenos —y la misma materia— están vacíos y no tienen realidad independiente, interpenetrados como están en una dinámica de flujo, como las nubes en el cielo  o como una onda en la superficie de un lago.

En el Sutra del Corazón se dice:

«Escucha, oh Sariputra, la vacuidad es forma; la forma vacuidad. Aparte de la forma, la vacuidad no es; aparte de la vacuidad, la forma no es. La vacuidad es aquello que es forma, la forma es aquello que es  vacuidad. Justo como son la percepción, la cognición, la construcción mental y la conciencia».

La materia está compuesta de átomos; más del 99% de un átomo consiste de espacio vacío. Lo cual, aunque nos cueste trabajo asimilar, significa que nosotros estamos casi completamente vacíos, somos básicamente nada. Pero, como estamos descubriendo, esa nada puede ser algo, es más, puede ser lo que sea.

El brillante físico estadounidense David Bohm, influenciado por la filosofía de Krishnamurti pero sin alejarse del rigor científico, teorizó que el mundo que experimentamos es una manifestación superficial de un proceso energético profundo, como una ola que surge de un mar de energía infinita. Y nuestra percepción de un fenómeno o de nuestro propio ser es algo ilusorio, ya que en el vacío toda la materia es una misma energía. Esto fue lo que llamó “la totalidad del orden implicado”.  Su biógrafo Will Keepin explica:

«El entendimiento de Bohm de la realidad física trastoca la noción ordinaria de ‘espacio vacío’. Para Bohm el espacio no es un vacío gigante a través del cual se mueve la materia; el espacio es tan real como la materia que se mueve a través de él. El espacio y la materia están íntimamente interconectados. De hecho, cálculos de la cantidad conocida como energía del punto cero sugieren que un centímetro cúbico de espacio vacío contiene más energía que toda la materia en el universo conocido».

Aquí se empieza a dibujar sobre la espuma cuántica el que tal vez sea el secreto de la creación —de algo de la nada—, la potencialidad inherente e ilimitada de ser en todo. Como hemos visto, incluso en un espacio herméticamente cerrado en el que no haya “nada”, espontáneamente se generan pares de partículas de energía.  Esto sugiere que la “nada” tiene en ella el n(h)acer embebido. O, en otras palabras, todo tiene la potencia de crear un universo —ya que una de las posibilidades del arreglo de átomos que surgen del vacío es ordenarse para formar un universo.

Este universo que puede formarse como resultado de su propia naturaleza está lleno de vacío  y este vacío cuántico está en un proceso de creación y destrucción permanente. Es decir, en cada parte de su inmensidad se están creando y destruyendo partículas que podrían ser otros universos (¿y cómo saber que no lo son?). Como si en cada parcela microinfinita del espacio habitara un Shiva y un Vishnu, llevando a cabo su batalla fractal cosmogénica.

Desde un punto de vista de psicología práctica esto puede llevarse a cada una de las experiencias que vivimos, recordando que cada fenómeno está esencialmente vacío y tiene la potencia de ser cualquier cosa, incluyendo quizás la creación de un universo.  Si somos de cierta forma, y nos mantenemos así, esto probablemente se debe a que constantemente llenamos el potencial de nuestras experiencias del mismo contenido, nos repetimos, creándonos igual —al contarnos. Bajo esta noción de que todas las cosas están vacías y por lo tanto están constantemente siendo creadas, naciendo de la nada, podemos entender por qué nuestra descripción del mundo (“somos lo que pensamos” dice Buda en el Dhammapada) se convierte en el mundo que experimentamos.

De alguna forma constantemente estamos reproduciendo aquel acto atribuido a Dios de separar las tinieblas para hacer la luz con la palabra y hacer surgir al mundo. O lo que es equivalente, colapsar la función de onda y establecer un estado de coherencia de entre las fluctuaciones cuánticas.

Al sostener que el universo está compuesto en su enorme mayoría de vacío, en un estado de energía cinética cercano al cero (en un estado profundo de no-dualidad), pero de energía potencial casi infinita, se sientan las bases para que el universo funcione como una incesante máquina de creación (según Henri Bergson el universo es un máquina de crear dioses). Pero esto no resuelve el origen de la creatividad del universo. La pregunta tal vez  ya no sería qué o quién creó el universo, ya que la creación es una propiedad fundamental embebida en el telar del universo, sino ¿cómo surgió esa creatividad o cuál es el origen de lo que origina?

«Nuestro entendimiento de la creación recae en la validez de las leyes físicas, particularmente de la incertidumbre cuántica. Pero eso implica que las leyes de la física de alguna manera fueron codificadas al engranaje de nuestro universo antes de que existiera. ¿Como pueden  existir las leyes físicas por fuera del tiempo y el espacio sin una causa propia? O poniéndolo de otra forma, ¿por qué existe algo en vez de nada?», escribe Amanda Gefter en la edición especial sobre el origen del universo de New Scientist.

En otras palabras, esto podría reformularse diciendo que aunque al parecer el programa funciona solo, sin necesidad indispensable de que alguien lo hubiera programado, de cualquier forma exhibe un programa:  una serie de leyes o un código que debe de haber preexistido al programa.

Descubrir por qué el universo es como es supera ampliamente los alcances de este artículo. Más que intentar responder a algo así, que sería como intentar hackear la mente de Dios, más allá de leer el código fuente, decodificar la intención del programa, lo mejor que podemos hacer es dejar nuevas interrogantes como semillas creativas en el abismo cuántico.

¿Es satisfactorio pensar que la creación es una propiedad fundamental de todo lo que es y que como tal simplemente existe, sin causa ni causante, desde siempre para siempre, el universo es? ¿O acaso esto no nos remite también, ad infinitum, a un nuevo misterio, inaccesible para nuestro entendimiento actual? Y, por otra parte, ¿acaso la física al erradicar de la creación a un creador no, inadvertidamente, infunde de las propiedades creativas generalmente exclusivas de la divinidad a  la totalidad del universo? ¿Flotando entre cada átomo yace latente algo que participa en las cualidades de lo divino, haciendo del cosmos entero un holograma de dios?

«Una pequeña partícula de la Piedra Filosofal, si se vierte sobre la superficie del agua, según un apéndice sobre la sal universal de Herr von Welling, inmediatamete empezará un proceso de recapitulación en miniatura de la historia del universo, ya que instantáneamente la tintura —como los Espíritus de los Elohim— se agita sobre el cuerpo del agua. Un universo miniatura se forma, el cual, según afirman los filósofos, en verdad surge del agua y flota en el aire, en el que pasa por todos los niveles de desarrollo cósmico y finalmente se desintegra». Manly P. Hall, The Secret Teachings of All Ages.