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Nuevas simulaciones científicas sugieren que Urano y Neptuno podrían tener una composición interna más rociosa de lo que se pensaba, lo que pone en duda su clasificación como gigantes helados y abre nuevas preguntas sobre su origen y estructura

Durante décadas, Urano y Neptuno parecían tener un lugar bien definido en el mapa mental del Sistema Solar. Eran los llamados gigantes helados: planetas lejanos, fríos, envueltos en atmósferas azuladas y formados, en teoría, por enormes capas de agua, amoníaco y metano en estados extremos. Una categoría limpia, fácil de explicar, casi tranquilizadora. Hoy, esa idea empieza a tambalearse.

Un estudio reciente desarrollado por investigadores de la Universidad de Zúrich propone algo que cambia el marco completo: Urano y Neptuno podrían no ser tan “helados” como se pensaba. Sus simulaciones sugieren que una parte considerable de su interior estaría dominada por roca, no por hielo. No se trata de un ajuste menor, sino de una revisión profunda de cómo entendemos estos modelos que asumían demasiado

El trabajo parte de una incomodidad que llevaba tiempo rondando a la ciencia planetaria. Los modelos clásicos, utilizados durante años para describir la estructura interna de Urano y Neptuno, dependían de suposiciones muy rígidas. Se daba por hecho qué materiales debían encontrarse a determinadas profundidades y, a partir de ahí, se forzaban las ecuaciones para que coincidieran con los datos observables. El resultado era un retrato ordenado, pero quizá demasiado simplificado para planetas que apenas hemos visitado una vez, durante el breve sobrevuelo de la Voyager 2 en los años ochenta.

Un nuevo enfoque desde Zúrich

El equipo liderado por Luca Morf decidió cambiar el enfoque. En lugar de partir de una composición preconcebida, generaron miles de posibles configuraciones internas, combinando perfiles de densidad, presión y materiales de manera más abierta. Después, descartaron los escenarios que no coincidían con lo que realmente sabemos sobre su masa, su campo gravitacional y otros datos observacionales. Lo que quedó fue inesperado: modelos en los que la roca tiene un peso mucho mayor del que tradicionalmente se le atribuía.

Esto no significa que Urano y Neptuno sean planetas rocosos como la Tierra. La propuesta es más sutil y, al mismo tiempo, más incómoda. Sus interiores podrían ser híbridos complejos, donde la roca supera al hielo en ciertas capas profundas, mientras materiales exóticos como el agua iónica juegan  planetas y, de paso, de cómo clasificamos los mundos que orbitan el Sol.

El agua que no se parece al agua

Ese tipo de agua, sometida a presiones y temperaturas extremas, se comporta como un fluido conductor, algo a medio camino entre un líquido y un metal. Ahí aparece una de las pistas más intrigantes del estudio.

Desde hace décadas, los campos magnéticos de Urano y Neptuno desconciertan a los científicos. A diferencia del campo terrestre, relativamente estable y alineado, los suyos están desplazados, inclinados y presentan múltiples polos. Ningún modelo basado en grandes océanos uniformes de hielo lograba explicar bien ese comportamiento.

Campos magnéticos torcidos y capas irregulares

Las nuevas simulaciones sí lo hacen. Si las dinamos magnéticas se generan en capas irregulares de agua iónica, mezcladas con regiones rocosas más profundas, el resultado son campos magnéticos desordenados, casi caóticos. Justo lo que observamos.

El estudio incluso sugiere que, aunque Urano y Neptuno sean similares en tamaño y masa, sus campos magnéticos podrían originarse a distintas profundidades. Esa diferencia ayudaría a entender por qué dos planetas tan parecidos se comportan de manera tan distinta. Una idea que, hasta ahora, no encontraba una explicación convincente.

Un problema que va más allá del Sistema Solar

Las implicaciones van más allá de estos dos mundos. Si la categoría de “gigante helado” resulta ser demasiado simple, habría que repensar no solo el Sistema Solar exterior, sino también muchos exoplanetas detectados en los últimos años. Misiones como Kepler y TESS han encontrado una enorme diversidad de planetas del tamaño de Neptuno alrededor de otras estrellas.

Comprender qué son realmente Urano y Neptuno ayudaría a interpretar mejor esos mundos lejanos, que hoy observamos apenas como puntos de luz.

El eco de Plutón

La comparación con Plutón aparece de forma inevitable. En 2006, una revisión más cuidadosa de su órbita y su entorno llevó a reclasificarlo como planeta enano. En este caso, nadie plantea que Urano y Neptuno dejen de ser planetas. La pregunta es otra: si la etiqueta que usamos para describirlos refleja de verdad su naturaleza o si es una herencia cómoda de modelos incompletos.

Lo que todavía no sabemos

Los propios autores del estudio mantienen la cautela. Admiten que el mayor obstáculo sigue siendo la falta de datos directos. Las condiciones extremas en el interior de estos planetas hacen que la física de los materiales todavía esté llena de incertidumbres. Sin nuevas mediciones, todo sigue moviéndose en el terreno de las simulaciones.

La urgencia de volver a mirar de cerca

Por eso, el consenso es claro. Hace falta una misión dedicada a Urano o a Neptuno, con un orbitador y una sonda atmosférica capaces de mirar más allá de las nubes. La idea existe desde hace años y figura entre las prioridades científicas de agencias como la NASA y la ESA, aunque todavía no tiene fecha.

Mientras tanto, este trabajo deja algo claro: aquello que dábamos por sabido sobre los gigantes helados ya no es tan sólido. Puede que Urano y Neptuno lleven décadas mostrándonos solo una máscara azul. Y que, bajo ella, se escondan planetas mucho más rocosos, complejos y difíciles de clasificar de lo que imaginábamos.


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Imagen de portda: BBC