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La obra de Francis Bacon no busca agradar, sino confrontar; entre gritos, jaulas y cuerpos distorsionados, Bacon retrató la brutalidad de la existencia moderna y cambió para siempre la historia del arte

Francis Bacon (1909-1992) fue un inconformista que desafió el arte de su tiempo. Mientras la abstracción dominaba el mundo artístico, Bacon eligió un realismo perturbador, centrado en la figura humana y en la tragedia de la existencia. Su infancia estuvo marcada por conflictos familiares, especialmente con su padre, que nunca aceptó la homosexualidad de su hijo. Esto lo llevó a escaparse de la escuela y vagar por Londres, Berlín y París a finales de los años 20 y principios de los 30, viviendo de trabajos ocasionales y de su ingenio. En Londres se sumergió en la vida bohemia del Soho, llevando un estilo de vida hedonista que contrastaba con la rigidez de su educación.

Cómo se convirtió en artista

Bacon no siguió ningún camino tradicional hacia la pintura: no asistió a escuelas de arte ni tuvo un aprendizaje formal. Comenzó trabajando en diseño de interiores, pero tras visitar una exposición de Picasso en la Galerie Rosenberg de París, decidió dedicarse a la pintura. Las figuras biomórficas y óseas de Picasso lo inspiraron a explorar nuevas formas de representar el cuerpo humano, influyendo en su estilo expresionista y su obsesión por la deformación y el dramatismo.

“He tenido el deseo de crear formas, como cuando originalmente hice tres formas en la base de la crucifixión. Estaban influenciadas por las obras de Picasso… hay toda un área sugerida por Picasso que ha sido inexplorada, de forma orgánica que se relaciona con la imagen humana, pero que es una completa distorsión de ella”.

Obras clave

Bacon construyó una carrera basada en la incomodidad, la introspección y la violencia emocional. Entre sus obras más importantes destacan:

  • Tres estudios para figuras al pie de una crucifixión (1944)

La pieza que definió su carrera y cambió el arte británico. Tres figuras distorsionadas —parte humanas, parte bestiales— evocan el sufrimiento de la crucifixión sin mostrarla directamente. Fue interpretada como una respuesta visceral a los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

  • Pintura (1946)

Una de sus obras más crudas, adquirida por el MoMA poco después de ser exhibida. Representa una figura desfigurada bajo un paraguas, rodeada de sangre y carne, casi como una alegoría del poder y la muerte. Este cuadro marcó el inicio de su reconocimiento internacional.

  • Estudio después del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez (1953)

Posiblemente su imagen más icónica. Bacon transforma al papa de Velázquez en una figura que grita atrapada en una jaula transparente. No es una parodia: es una exploración del poder, la represión y la fragilidad humana.

  • Estudio para un retrato (1952)

En esta obra, el rostro de un hombre se disuelve entre gritos y pinceladas. Bacon usa estructuras cúbicas que encierran a la figura, generando una sensación de aislamiento físico y psicológico.

  • Tríptico inspirado en “Sweeney Agonistes” de T.S. Eliot (1967)

Un diálogo entre pintura y poesía. Bacon no ilustra los versos del poeta, sino que los transforma en escenas cargadas de violencia y soledad, explorando el sinsentido de la existencia.

Cada una de estas obras comparte el mismo pulso: cuerpos que se disuelven, emociones que gritan desde detrás del vidrio y una sensación constante de encierro carnal.

Técnica y obsesión

Bacon definía su trabajo como un proceso de accidente controlado: anticipaba las formas, pero la pintura decidía por él. Combinaba azar y orden, mezclando influencias de fotografía, Velázquez, Rembrandt y Goya, para atrapar la realidad más allá del mero parecido físico. Sus retratos no buscaban similitud, sino la esencia espiritual y la vulnerabilidad del ser humano.

“Creo que los grandes artistas no intentaban expresarse. Intentaban atrapar la realidad… y han intentado construir las jaulas donde puedan atrapar estas cosas”.

Un estilo de vida extremo

Su vida privada reflejaba la intensidad de su obra. Homosexual y masoquista, vivió entre el alcohol, los cigarrillos y las peleas en pubs como The Colony Room. De estas experiencias surgieron imágenes de cuerpos convulsos, aislados y desfigurados, a menudo inspiradas en fotografías de amigos, imágenes médicas o cronofotografías de Muybridge. Sus óleos, aunque distorsionados, reflejan la vida moderna: hombres atrapados en espacios de aparente bienestar pero rodeados de violencia y degradación.

Margaret Thatcher definió su obra de manera brutal: “asquerosa carne en descomposición”. Pero para Bacon, eso era justamente la vida que quería mostrar.

Legado

Francis Bacon es, sin duda, uno de los pintores más importantes del siglo XX. Su obra documenta la crisis humana posterior a la Segunda Guerra Mundial y la confronta con brutal honestidad. Su lenguaje pictórico —entre el azar y el control, entre el horror y la belleza— sigue siendo un espejo perturbador y fascinante de nuestra propia vulnerabilidad.


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Imagen de portada: Cultura Inquieta