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No es que el cine haya revivido a estas mujeres, es que una nueva generación las ha reclamado: entre espejos rotos y sonrisas forzadas, personajes como Pearl, Nina y Carrie son el reflejo de una furia contenida demasiado tiempo

El cine siempre ha sido un espejo de la sociedad, reflejando y, a veces, amplificando las tensiones internas y colectivas. Pero en los últimos años, algo curioso ha sucedido con una ola de películas que exploran la figura de la mujer joven al borde de la locura. De Carrie a Black Swan, pasando por Possession, Pearl y Persona, las protagonistas de estas historias, muchas veces etiquetadas como “locas” u “obsesivas”, han encontrado un espacio nuevo en el imaginario de las mujeres jóvenes de hoy. Se ha dado una fascinación creciente por estos personajes que se han alejado de lo trágico y negativo, para ahora parecen ofrecer una especie de consuelo oscuro, una forma de ver la multiplicidad de emociones y luchas internas que las mujeres deben cargar, todas ellas de alguna manera distorsionadas por las expectativas sociales.

 

Es interesante cómo de repente este tipo de narrativa se ha convertido en una especie de refugio, pero uno que no busca la paz, sino un desbordamiento emocional. Estas mujeres “locas” que luchan contra las normas, las expectativas y la propia humanidad son, en muchos casos, la representación más cruda de lo que implica ser mujer en una sociedad que aún demanda contención y calma, especialmente cuando se trata de emociones intensas. El cine, que a veces prefiere colocar a las mujeres en papeles de víctimas pasivas o heroínas mesuradas, ha dejado un espacio para que se visibilicen esas otras facetas de lo femenino: la obsesión, la rabia, la frustración y, sobre todo, la libertad (o la falta de ella).

Lo curioso de todo esto es cómo las jóvenes de hoy se han visto reflejadas en estos personajes, como si en sus locuras encontrarán un lenguaje para describir el caos emocional con el que muchas crecen. No se trata de glorificar la locura, sino de abrazar esa incomodidad, de darle un lugar a esa lucha interna que no siempre tiene nombre. La locura en estos personajes no es sólo un desvarío; es una liberación, una forma de desatar los límites impuestos, incluso si esa libertad significa perderse a uno mismo en el proceso.

Las figuras de mujeres como Nina Sayers en Black Swan, Pearl en la película homónima o la protagonista de Possession, son más que simplemente ejemplos de desequilibrio psicológico: son la representación de una mujer emocionalmente saturada por las presiones externas. Unas presiones que, en lugar de ser racionalizadas o comprendidas, se expresan en la forma más radical posible: a través de la obsesión, la descomposición y la destrucción. De alguna manera, estas mujeres son las únicas que se atreven a vivir su verdad emocional, aunque esa verdad las haga romperse.

Sin embargo lo que ha resurgido no es el cine per se, más bien nació una nueva ola de mujeres jóvenes que se han identificado profundamente con estos personajes. Las plataformas de streaming, con su acceso inmediato y masivo, han permitido que esta estética, antes más marginal, se democratice, haciéndola más accesible y, quizás, más inevitable. Son historias que apelan a un sentimiento profundo de frustración, de no encajar en una sociedad que minimiza la intensidad emocional femenina.

Es difícil no ver en estas películas una crítica velada a la forma en que el sistema sigue observando y estigmatizando a la mujer emocional. A través de la locura, las mujeres jóvenes hoy encuentran una manera de hacer frente a esa opresión. No se trata de que el cine haya resucitado un género. Ahora este tipo de personajes resuenan de una manera única, como una necesidad de darle un espacio a esas emociones extremas que, en un mundo que prefiere la contención, tienen que ser calladas, pero nunca realmente desechadas.

Al final, lo que buscan estas mujeres no es tanto la normalidad, sino una forma de autenticidad que desafíe las normas de la sociedad. Y en este caos emocional, en esta locura, encuentran una belleza distorsionada pero real, una autenticidad que, de alguna manera, no puede ser ignorada.


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Imágen de portada: «Possession« (Andrzej Zulawski,1981)