El cyborg Neil Harbisson: el hombre que oye colores
Ciencia
Por: Alejandro Massa Varela - 01/15/2025
Por: Alejandro Massa Varela - 01/15/2025
El británico irlandés Neil Harbisson es casi un personaje de un tipo de novela o de anime futurista como Psycho-Pass, Dragon Ball, Terminator Zero o One Punch-Man, salvo porque ha llevado una vida como “cyborg” desde hace más de dos décadas.
Habla de sí mismo desde la curiosidad no por la naturaleza, sino por la potencialidad humana, por la vida no como una idea platónica, sino como una serie de texturas, tonalidades, propiedades y rarezas emergentes. Criado en Cataluña y egresado de la Facultad de Artes de Dartington, Harbisson es más que un artista del performance. Se autodefine como arte tecnológico, como una software editable de las experiencias que son el mundo, en un hardware en constante desarrollo para el proceso individual de descubrirse a sí mismo:
No siento que esté usando tecnología, no siento que esté vistiendo tecnología ni tampoco que la esté añadiendo a mi cuerpo. Siento que soy tecnología.
El denominado “biohacking” es un movimiento que pretende optimizar la adaptabilidad y la expresión humanas más allá del arreglo evolutivo de los últimos cincuenta millones de años, superando el “pico hedónico” alcanzado hasta ahora para repeler el dolor y la vulnerabilidad. Esto supone una “singularidad” entre biología y tecnología, entre nuestro cuerpo actual, un cuerpo deseado y un cuerpo inesperado o no imaginado hasta ahora.
A medida que tecnologías de última generación puedan fusionar lo físico, lo digital y lo biológico, para el biohacking importará cada vez menos preguntarse ¿qué significa ser humano?, y más ¿qué puede ser la humanidad? Su objetivo es trastocar nuestra condición actual hasta ser solo optativamente reconocibles, entregados a una búsqueda de nuevas experiencias traducibles por nuevos sentidos sinérgicos y cinestésicos, una fenomenología cada vez más inusitada que, sin llegar nunca al “noúmeno”, se perderá en su propio esplendor.
Para dejar de ser un paralelo de la experiencia de los colores, este “biohacker” utiliza una antena denominada “eyeborg”, permanentemente implantada en su cráneo, como solución cibernética a su daltonismo, capacitándose para “escuchar" lo que no había podido ver. Gracias a este apéndice dice percibir más colores que los del espectro visible, incluidos el infrarrojo y el ultravioleta. También puede recibir imágenes de esta extraña cámara directamente en la cabeza a través de Bluetooth. Como problematizaba el filósofo Ludwig Wittgenstein, saber si este “hombre” y nosotros estamos viendo las mismas cosas dependería de estar no en nuestro interior, sino en el mismo mundo. En el de Harbisson, cuanto más saturado es el color, mayor es su volumen audible. Y vale preguntarse si ¿estamos viendo lo que se ha permitido escuchar?
Si las ensaladas sonaran como Justin Bieber, los niños comerían más verduras.
Sea como sea, durante su juventud, Harbisson contactó al científico informático Adam Montandon para encontrar una manera para recibir colores. Esto sería el origen de un software que convierte las longitudes de onda visuales en sonoras. Durante dos años, buscarían a un cirujano dispuesto a operarlo ilegalmente para convertirse, según la opinión de algunos especialistas y medios de comunicación, en el primer cyborg de la Historia. Finalmente, fusionaría a su cuerpo un chip y una antena con cuatro implantes en su hueso occipital. Sufriría de fuertes dolores de cabeza durante cinco semanas después del procedimiento, pero con los meses su cerebro comenzó automáticamente a asociar el color rojo y el tono fa:
No es la unión entre mi cabeza y este ojo electrónico lo que me hace sentir “cyborg”. No, diría que se trata, más bien, de la unión entre el software y mi cerebro.
Los grupos de biohackers aparecen cada vez con mayor frecuencia. Pretenden que la biotecnología sea accesible para todos, hasta que las organizaciones sin fines de lucro o los laboratorios también puedan experimentar con ella sin ninguna regulación. Muchos de estos laboratorios trabajan en zonas grises de las leyes al no garantizar seguridad.
Como activista “transespecista”, artista corporal y artista del biohacking, Harbisson, bien reconocible por su llamativa apariencia, su tercer ojo y su peinado rubio tipo Jommeke, pensará cada vez menos en la vieja versión de sí mismo que heredó de la cultura, la metafísica y la religión de occidente, o en su viejo cuerpo con “acromatopsia”, un tipo de daltonismo severo. Desde su punto de vista, somos junto a los demás seres vivos una suerte de vía que ha sorteado algunos obstáculos para que podamos ver ciertas cosas, a la espera de llegar al mar de la singularidad, al pico invertido o al fondo inagotable de pruebas y combinaciones sensoriales.
Desde 2004, la prensa internacional ha señalado a Harbisson como cyborg gracias a la anécdota de ser el primer sujeto con un implante exitoso de estas características legalmente reconocido en el mundo. Esto debido a que la oficina de pasaportes del Reino Unido aceptó su peculiar antena como una parte más de su cuerpo. Pero lo que ha buscado ser es un proyecto de arte, un arte viviente, un artista y una obra a la vez. Desde esta posición, tiene una producción propia, por ejemplo, pinturas y piezas musicales en vivo, relacionadas con el color como sonido. En 2010, participó en el establecimiento de la Fundación Cyborg, que ayuda a las personas a hacer esta transición singularista y a defender colectivamente sus derechos. También del Cyborg Foundation Lab, una empresa que diseña nuevos implantes tecnológicos:
La tecnología la hacemos los humanos. Por eso es válido decir que, al modificar nuestro cuerpo con creaciones humanas, nos estamos volviendo más humanos.
Para Harbisson, su eyeborg lo conecta con la naturaleza. Ahora puede identificarse o, al menos, desearía estar en comunión con todo tipo de animales, por ejemplo insectos con antenas y delfines también capacitados para percibir las vibraciones de sonido a través de la conducción ósea. Simpaticemos o no con esta forma de transhumanismo y de transespecismo, lo más interesante detrás de esta filosofía desde un corazón cyborg sería su descreimiento de una naturaleza esencialista, previa y ajena a la cultura, de la que solo podría ser su esencia intangible, la idea de una idea, una limitación constante que incluye el dolor.
Sin embargo, Harbisson nos propone entender que algo como la técnica es natural y su propia evolución. La naturaleza sería “innovar” no solo para sobrevivir, sino disfrutando de nuevas maneras el mundo. Y si bien hay en la estática de esta filosofía una suerte de pesimismo antropológico o un humanitarismo y antiespecismo escapistas, no deja de ser valioso ver en nuestro pasado animal una tecnología biológica, y en nuestro presente velocísimo hacia el progreso una necesidad de que el cambio tecnológico también sea el arte de un ser vivo.