*

¿Por qué Stephen Hawking podía comprender lo emocional de la creencia en Dios, llegó a emplearlo como una metáfora, pero lo descartaba insistentemente como un producto de la metafísica, innecesario gracias a las leyes cuánticas y a la teoría del Big Bang?

El Big Bang, la física de partículas, los agujeros negros, la velocidad de la luz son palabras con las que asociamos a Stephen Hawking, uno de los mayores astrofísicos y más exitosos divulgadores de la ciencia, desde mediados del siglo XX, hasta los tiempos que corren. Precisamente el tiempo, así como el espacio y la energía fueron interrogantes trasversales en toda su investigación, además de ser conceptos clave para la gran aventura de la mecánica cuántica.

En su libro póstumo e inacabado Breves respuestas a las grandes preguntas, editado por su propia familia en 2018, y asequible para los lectores vía Amazon México, Hawking regresa a una noción, un tema o una interrogante más: Dios. Muchas veces las declaraciones de este científico sobre comprender la mente divina hicieron preguntarse a lectores y especialistas a que se refería el renombrado astrofísico, y si era, de hecho, alguna suerte de creyente tradicional o heterodoxo. En este último libro, su respuesta es la de un ateo condescendiente, pero crítico respecto de las religiones, las creencias e, incluso, la filosofía.

En Pijamasurf reproducimos y analizamos algunas conclusiones sobre el camino de la física, las leyes del universo y Dios de Breves respuestas a las grandes preguntas.

El universo ateo de Hawking parte de la pregunta ¿de dónde provienen toda la materia, la energía y el espacio? Para contestar, el astrofísico advierte que, hasta principios del siglo XX, la física carecía de independencia de la metafísica. A la ciencia contemporánea, sin embargo, le estorbarían grandes conceptos de la teología natural que justifican la necesidad de Dios, por ejemplo, un “motor inmóvil”, una “causa primera” y “causa sui”, o un “gran relojero”.  

Albert Einstein antes habría descartado la vieja física con la que se ha convertido en la ecuación más famosa de la Historia: E=mc2. Utilizando términos metafísicos, esto quiere decir que para el universo ser el todo es ser su propio origen. Aquel premio Nobel no solo debió probar que esta frase tiene sentido, sino identificar de qué manera esto puede ser observable: por el comportamiento de las partículas como ondas, y de la luz como materia, hoy sabemos que la masa es una forma de energía, y viceversa. Para muchos solo hay una última necesidad de Dios como la necesidad de una mente en blanco, o una mente oscura que permita hacerse a la luz.

El estrato subatómico, como mínimo sustento de la realidad que llamamos “física”, es el de partículas que aparecen de manera aleatoria o aún incomprensible, en lugares aleatorios o aún impredecibles, solo para desaparecer nuevamente. Esta suerte de creación en el enigma no fue para Hawking algo místico, sino no haber encontrado todavía la manera de verlo y de saber que debemos ver. No lograr todavía el cálculo de todas las leyes calculables, leyes que nunca determinaron qué es el universo, sino que son universales por ser la realidad misma.

Sin embargo, si este espacio existe independientemente de la energía de la vida y las estrellas, regresa la pregunta del origen, volvemos a estar ante un principio en la no-existencia o en una manera de ser desconocida que “es” ese vacío. La teoría del Big Bang plantea ese momento único, hace unos trece mil ochocientos millones de años, donde habrían estado en el mismo punto cero del tiempo, ese espacio y esa energía de todas las maravillas:

Imaginemos un río que baja por la ladera de una montaña. ¿Qué provocó el río? Bueno, quizá la lluvia que cayó antes en las montañas. Pero, entonces, ¿qué provocó la lluvia? Una buena respuesta sería el Sol, que brillaba sobre el océano y elevaba el vapor de agua hacia el cielo y formaba las nubes. Bien, entonces, ¿qué provocó que brillara el Sol? Bueno, si miramos hacia dentro, vemos el proceso conocido como fusión, en el que los átomos de hidrógeno se unen para formar helio, liberando enormes cantidades de energía en el proceso. ¿De dónde proviene el hidrógeno? Respuesta: el Big Bang. Pero aquí viene la parte crucial. Las propias leyes de la naturaleza nos dicen que no solo podría haber surgido el universo sin ninguna ayuda, como un protón, y no haber requerido nada en términos de energía, sino también que es posible que nada causara el Big Bang. Nada.

El ateísmo de Hawking parte de esta recursión universal para ubicar, de una vez por todas, el origen del universo en sí mismo. Su lenguaje no es muy distinto al de los grandes metafísicos, con la diferencia de que nunca consideró a sus matemáticas como metafísica, sino como la abstracción previa a una búsqueda empírica y el lenguaje necesario para concebir:

El gran misterio que se esconde tras el Big Bang es cómo se pudo materializar de la nada un universo de espacio y energía de unas dimensiones fantásticas. El secreto reside en uno de los hechos más extraños de nuestro cosmos: las leyes de la física exigen la existencia de algo llamado “energía negativa”.

Para que entiendas mejor este concepto extraño pero crucial, permíteme recurrir a una analogía sencilla. Imagina que un hombre quiere construir una colina en un terreno llano. La colina representará el universo. Para hacer esta colina, cava un hoyo en el suelo y usa esa tierra para cavar su colina. Pero, por supuesto, no solo está haciendo una colina, sino que también está haciendo un hoyo, en efecto, una versión negativa de la colina. Lo que estaba en el hoyo se ha convertido en la colina, por lo que todo se equilibra perfectamente. Este es el principio detrás de lo que sucedió al principio del universo.

Cuando el Big Bang produjo una enorme cantidad de energía positiva, produjo simultáneamente la misma cantidad de energía negativa. De esta manera, lo positivo y lo negativo suman cero, siempre. Es otra ley de la naturaleza.

¿Dónde está hoy toda esta energía negativa? Está en el tercer ingrediente de nuestro recetario cósmico: en el espacio. Puede parecer extraño, pero según las leyes de la naturaleza relativas a la gravedad y al movimiento, el espacio mismo es un enorme depósito de energía negativa. Suficiente para garantizar que todo sume cero.

Admito que, a menos que te gusten las matemáticas, esto es difícil de entender, pero es verdad. La red interminable de miles de millones de galaxias, cada una de las cuales se atrae a las demás por la fuerza de la gravedad, actúa como un gigantesco dispositivo de almacenamiento. El universo es como una enorme batería que almacena energía negativa. El lado positivo de las cosas es como la colina. El agujero correspondiente, o el lado negativo de las cosas, se extiende por todo el espacio.

El universo mismo alguna vez fue muy pequeño, quizás más pequeño que un protón, y esto significa algo bastante notable. Significa que el universo mismo, en toda su asombrosa inmensidad y complejidad, podría simplemente haber surgido sin violar las leyes conocidas de la naturaleza. A partir de ese momento, se liberaron enormes cantidades de energía a medida que el espacio mismo se expandía, un lugar para almacenar toda la energía negativa necesaria para equilibrar las cuentas.

Hawking estaba convencido de que el universo tiene todas las potencialidades de Dios, salvo una personalidad única, un ser legislador y un propósito. Quizá estaba convencido de que de ser esto solo un añadido humano, estaríamos solo sobreexplicando al habernos proyectado en Dios para proyectarnos con él como el por qué de la gran ecuación cósmica. En una explicación, un gran arquitecto podría ser no más que un detalle redundante del origen de las cosas, un autor que no las habría hecho ni distintas ni mejores ni más explicables, como si su determinación nunca hubiera hecho falta por ser indistinguible de su propio proceso creativo:

¿Qué significa esto en nuestra búsqueda por descubrir si existe un Dios? Significa que si el universo no suma nada, entonces no es necesario que un Dios lo cree.

¿Creó Dios las leyes cuánticas que permitieron que ocurriera el Big Bang? En pocas palabras, ¿necesitamos un Dios que lo dispusiera de modo que el Big Bang pudiera estallar? No tengo ningún deseo de ofender a nadie de fe, pero creo que la ciencia tiene una explicación más convincente que un creador divino.

No es tanto que las explicaciones de Hawking sean más convincentes, sino que sí son una explicación con sus propias limitaciones, a diferencia de la fe o la experiencia de Dios, que es más una manera de incorporar un sentimiento existenciario y una necesidad de sentido. Usar a Dios como una explicación mínima puede hacerse para hablar del origen de la lluvia, las plantas, los recién nacidos o un cáncer. Se trata, en el mejor de los casos, de otro tipo de relación con la verdad que se ve degradada al sustituir el método científico incluso más mínimo:

Si quieres, puedes decir que las leyes son obra de Dios, pero eso es más una definición de Dios que una prueba de su existencia… Utilizo la palabra “Dios” en un sentido impersonal, como lo hizo Einstein, para referirme a las leyes de la naturaleza, de modo que conocer la mente de Dios es conocer las leyes de la naturaleza. Mi predicción es que conoceremos la mente de Dios a finales de este siglo.

Dicho esto, y como advertía el filósofo David Hume, no deja de ser una “creencia” científica y no una experiencia toda causalidad necesaria. La manera de Hawking de ver el pasado del universo es un cálculo de las interacciones constantes y futuras de sus partículas y grandes objetos en el espacio. Y establecer una relación causa-efecto entre un fenómeno y otro carece de una impresión empírica. Sin embargo, el físico que intentó siempre trascender la filosofía, la metafísica y las cosmologías religiosas, se vio sucesivamente atrapado en su lenguaje:

Algo maravilloso le ocurrió al tiempo mismo en el instante del Big Bang: comenzó.

Para entender esta idea alucinante, pensemos en un agujero negro flotando en el espacio. Un agujero negro típico es una estrella tan masiva que se ha colapsado sobre sí misma. Es tan masiva que ni siquiera la luz puede escapar de su gravedad, por lo que es casi perfectamente negra. Su atracción gravitatoria es tan poderosa que deforma y distorsiona no solo la luz sino también el tiempo. Para ver cómo, imaginemos que un reloj es absorbido por él. A medida que el reloj se acerca más al agujero negro, comienza a volverse más lento. El tiempo mismo comienza a ralentizarse. Ahora imaginemos que el reloj entra en el agujero negro y se detiene. No para porque esté roto, sino porque dentro del agujero negro el tiempo mismo no existe. Esto es lo que sucedió al comienzo del universo.

A medida que viajamos en el tiempo hacia el momento del Big Bang, el universo se hace cada vez más pequeño, hasta que finalmente llega a un punto en el que todo el universo es un espacio tan pequeño que es, en realidad, un único agujero negro infinitesimalmente pequeño e infinitesimalmente denso. Y, al igual que ocurre con los agujeros negros actuales, que flotan en el espacio, las leyes de la naturaleza dictan algo bastante extraordinario. Nos dicen que también en este caso el tiempo mismo debe detenerse. No se puede llegar a un tiempo anterior al Big Bang porque no había tiempo antes del Big Bang. Finalmente hemos encontrado algo que no tiene una causa, porque no había tiempo en el que pudiera existir una causa. Para mí, esto significa que no hay posibilidad de un creador, porque no hay tiempo en el que pueda haber existido un creador.

Hawking descarta a Dios como un sujeto o un objeto en el tiempo, imposible en una creación que incluiría al tiempo mismo. Y si las leyes del universo fueran una definición de Dios, se trataría de un panteísmo tan poco místico que dejaría de ser “pan” y “teísta”, sobre el ser del todo y su vivencia. Porque en lugar de decir que el todo coincide con su ser, escribió:

Creo que el universo fue creado de la nada, según las leyes de la ciencia.

El filósofo Martín Heidegger decía que la nada no es diseccionable y que el ser hace de las palabras su casa. En Breves respuestas a las grandes preguntas, palabras como tiempo y nada atraparon a Hawking en una metafísica deconstruida sobre lo que sería Dios de no serlo. Habla de un “momento” o desde un lenguaje temporal para lo que no puede tenerlo. Habla de la nada como si fuera una instancia, un tiempo de nada o un tiempo donde nada había, ni siquiera el tiempo. Quizá ni Heidegger ni Hawking debieron intentar buscar esta suerte de “metalenguaje” filosófico o científico. Como advertía el también filósofo Ludwig Wittgenstein:

¿Qué sé yo de Dios y del sentido de la vida? Sé que este mundo existe. Que estoy colocado en él como mi ojo en su campo visual… Orar es pensar en el sentido de la vida.

Las antiguas religiones desde el Paleolítico identificaron a deidades, espíritus o emociones con el poder y la fuente de fenómenos naturales como las erupciones volcánicas, los truenos o las crecidas de los ríos. Los grandes monoteísmos hicieron abstracción tras abstracción para convertir a Dios en el origen de la Creación, del alma o del Ser. Ser sigue queriendo decir existencia, existencia, ser, y Dios significa nada ante este misterio, salvo “Dios”. Hawking intentaría deshacerse de la palabra, como nos deshicimos de Osiris, de Zeus o, incluso, de Yahvé.

El punto no es que Dios existe mientras algo sigue sin ser explicado. Dios no es siempre una muletilla para mentes sencillas que no pueden seguir las matemáticas y la astrofísica de Hawking. Como diría el teólogo Paul Tillich, si el mundo es su propio sentido, cómo negar o cómo hablar de la experiencia de esta soberanía del ser. Esto sigue siendo religioso incluso para los metafísicos de la física, porque sigue haciéndonos hablar como si lo no dicho se adueñara de nosotros.

 

Imagen: El Papa Benedicto XVI saluda a Stephen Hawking, 31 de octubre de 2008, Newsweek.