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Investigadores muestran que el envejecimiento altera cómo registramos los eventos, haciendo que los años parezcan comprimidos aunque el reloj siga igual

A muchas personas les ocurre lo mismo: con los años, el tiempo parece acelerarse. Los días pasan sin darnos cuenta y los años se sienten más cortos. No es solo una impresión subjetiva; la ciencia acaba de confirmar que el cerebro realmente percibe el tiempo de forma distinta conforme envejecemos.

Un equipo del Cambridge Centre for Ageing and Neuroscience (Cam-CAN) analizó cómo cambia nuestra percepción temporal con la edad. Su estudio, publicado en Nature Communications Biology, examinó imágenes cerebrales de 577 voluntarios entre 18 y 88 años, a quienes se les mostró un fragmento de un episodio de Alfred Hitchcock Presents.

Durante la prueba, los investigadores midieron cómo el cerebro pasaba de un estado de actividad a otro usando un algoritmo llamado Greedy State Boundary Search (GSBS). El resultado fue claro: las transiciones en los cerebros mayores eran más lentas y menos frecuentes, lo que significa que procesan menos eventos por unidad de tiempo. En otras palabras, el cerebro envejecido registra menos “momentos”, y por eso el tiempo parece acelerarse.

El cerebro pierde precisión con los años

Este fenómeno está ligado a lo que los expertos llaman desdiferenciación neural, un proceso natural del envejecimiento que reduce la especialización de las áreas cerebrales. Mientras que en los jóvenes ciertas neuronas se activan ante estímulos muy específicos —una cara, un sonido, una palabra—, en los adultos mayores esas mismas regiones responden de forma más general.

Esa pérdida de precisión hace que sea más difícil distinguir los límites entre un evento y otro, lo que provoca una sensación de continuidad donde antes había cambio. Así, los días parecen fundirse unos con otros.

Una percepción que también es cultural

Más allá de la biología, la forma en que entendemos el tiempo también influye. La lingüista Joanna Szadura explica que mientras la sociedad mide el tiempo de forma lineal, la mente lo percibe de manera logarítmica: un año representa una fracción mucho más grande de la vida de un niño que de un adulto. Por eso, conforme acumulamos años, esa fracción se vuelve más pequeña y subjetivamente más rápida.

¿Se puede “ralentizar” el tiempo?

La buena noticia, según la investigadora Linda Geerligs, es que podemos entrenar al cerebro para sentir el tiempo de otra forma. Aprender cosas nuevas, viajar, o vivir experiencias distintas estimula las áreas cerebrales encargadas de procesar eventos, haciendo que la mente perciba más cambios y, por tanto, que el tiempo parezca expandirse.

Las relaciones sociales, los momentos significativos y el placer también juegan un papel clave: no detienen el reloj, pero pueden hacer que la vida se sienta más larga y más llena.

En el fondo, el tiempo sigue avanzando al mismo ritmo para todos. Lo que cambia es la manera en que nuestro cerebro lo registra. Y quizá por eso, en la madurez, más que buscar días largos, aprendemos a buscar días que valgan la pena recordar.


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Imagen de portada: Clarín