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¿Cómo sería el mundo si Clark Kent hubiera nacido en la Unión Soviética, criado para esperar a ver una gran revolución internacional? En esta miniserie comic de Mark Millar ¿cuál es la contradicción entre la idea de la libertad y sus hechos siempre indomables?

En el libro La sociedad abierta y sus enemigos, el filósofo Karl Popper hace una crítica a las concepciones del Estado como esencia del bien, la justicia y la armonía. La confusión de esta última con el orden total, la estabilidad de una idea que trata de resumir un mundo inquieto y diverso, habría sido un error desde Platón hasta los marxistas del siglo XX.  

Superman: Red Son o El hijo rojo es una miniserie en historieta con tres números, publicada por DC Comics en 2003 bajo su sello Elseworlds. Este increíble trabajo de Mark Millar es toda una novela visual ucrónica sobre un futuro alternativo del pasado.

Hasta las personas mayores que no han leído una sola viñeta de superhéroes saben que el hombre de acero fue enviado a la Tierra desde el planeta Krypton. Superman: Red Son propone, sin embargo, un interesante giro de acontecimientos históricos:  

¿Cómo sería el mundo si la nave de Superman hubiera caído no en Kansas, sino en una granja colectiva de Urania en pleno auge de la hoz y el martillo? Crecería convencido del marxismo leninismo, y la Unión Soviética presumiría ante el mundo la posesión de un súper hombre socialista inmune a las balas, con el poder y los reflejos de un dios.

La película animada número treintainueve del Universo DC es una versión impecable de esta historia donde Clark Kent, en lugar de trabajar para el Daily Planet, es un reportero del Pravda. Cinta de Dave Johnson, Andrew Robinson, Walden Wong y Killian Plunkett.

En plena Guerra Fría, Superman se propone poner punto y final al sufrimiento de millones de personas que morían de hambre y enfermedades curables, rehenes del robo, la violación y el crimen, parte de un tejido social dañado. Con la muerte de Stalin y teniendo al Estado soviético en sus manos, el milagro económico, científico y social no tiene parangón, y uno a uno el resto de los países suplican integrarse al bloque socialista. Todos salvo Estados Unidos de América que, tras la muerte de Kennedy y cercado por rascacielos, seguirá una rebelión de Atlas, a lo Ayn ​​Rand, bajo la presidencia Lex Luthor, archienemigo del hombre fenómeno de Krypton, aliado, de forma accidental, a Una versión de Batman convertida en anarquista. 

¿Quién no podría empatizar aunque sea un poco con la intención esencial del Superman comunista en esta narrativa? Salvar al género humano de las trampas de su egoísmo. ¿Dónde se asoma eso a lo que temía Popper? Superman forma el destino manifiesto de los desposeídos cueste lo que cueste, aceptando ser juez y verdugo implacable, y se eleva a la estación espacial Saliut para convertirse en un Gran Hermano, el "panóptico" de Foucault:

Les ofrecieron la utopía, pero ellos lucharon por el derecho a vivir en el infierno.

El hijo rojo no quiso convertirse en enemigo del mundo de la libertad, sino que descubrió algo más duro: no es esa libertad aquella que escribe la Historia y apenas implica una ficción desde el descreimiento. El gran escritor del universo es el Caos , muchas veces un trueno de sanidad y bendición, como pensaba el político socialista Tierno Galván. El único caminó que encontró a Superman fue la contra regulación estilo telón de acero para contener una guerra de guerrillas de contras y licántropos colmilludos del Goldman Sachs. El establecimiento de un contrato social apocalíptico para salvar a los humanos víctimas de su propio ser. 

El problema del socialismo jamás debe convertirse en el de la libertad, porque importa la calidad moral de la rebelión y su identidad con la vida orgánica de un mundo que se hace libre. Nunca aceptes al bien como una esencia, una frontera protectora:

¿Por qué no pones al mundo entero en una botella, Superman?

 

Imagen: Superman, el hijo rojo, DC Comics.