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Lejos de la heteronormatividad, a muchos amantes en el yaoi o en el bara no les importa si otras personas dicen que sus sentimientos están mal. Incluso si estos sentimientos cambian algún día, desean recordar que alguna vez amaron seriamente a otro hombre.

La homosexualidad es un definición personal sin equivalentes exactos ni en el mundo premoderno en general ni en el Japón del pasado en particular. Sin embargo, el afecto y el sexo entre dos hombres nunca estuvieron prohibidos en el país del sol naciente, salvo por un breve periodo de siete años, entre 1873 y 1880, mientras el régimen imperial Meiji buscó la aceptación de las potencias coloniales homofóbicas de la Europa victoriana.

El sintoísmo autóctono, así como el confucianismo y el budismo traídos del continente nunca desarrollaron un concepto de pecado equivalente al del cristianismo y asignable a la mayoría de conductas homosexuales. Los samurai encontraban importante un afecto masculino para soportar la senda de la violencia con alguna inspiración que pudiera acompañarlos en ese mundo marcial. Se esperaba que los hombres encabezaran una familia, pero el afecto a veces sexual hacia amigos especiales era aceptable como otra forma de amor. Amor considerado más puro por muchos, sin ningún otro fin aparte de sí mismo.

En Japón se sigue manteniendo como algo menos público y más íntimo el ser homosexual. Emerge ligada a contextos y amantes. Al no ser una identidad fuerte, se juega más con su realidad ambigua y no explicada, por ejemplo, mediante la literatura.

El “gei komi” es las muchas ofertas del manga anime homoerótico. Si bien ambas categorías plasman relaciones homosexuales, el “bara” se dirige, sobre todo, a un público gay masculino, mientras el género “yaoi”, curiosamente, apela a uno femenino.

Nacido en los setenta como un subgénero del manga “shōjo” o para chicas jóvenes, el “boy’s love”, “bōizu rabu” o yaoi incluye historias de amistades romantizadas entre hombres jóvenes, a veces con erotismo suave o, a veces, contenidos “hentai” o pornográficos.    

La estética del yaoi generalmente tiene como lugar común el “bishōnen”, una idealización de sus personajes, chicos esbeltos, atléticos y con rasgos efebos, delicados o con una belleza estereotípicamente femenina. Del bishōnen además hacen parte una serie de tropos o clichés narrativos, como el emparejamiento de un chico dominante o “seme”, generalmente quien asume el rol sexual activo, además de conductas más masculinas o rudas, y un chico sumiso o “uke”, más tímido o afeminado, asumiendo el rol sexual pasivo.

El yaoi se enfoca menos en construir personajes desde su identidad sexual, y más en cierta deconstrucción de la masculinidad que va más allá de etiquetas como homosexual o bisexual. Muchas veces presenta relaciones platónicas, un amor puro que solo se corresponde consigo mismo, no con una genitalidad, roles sociales asignados o, incluso, las expectativas originales de los amantes que no son necesariamente gays. Un encuentro único entre dos almas que se pertenecen sin importar ser dos hombres.

Es complejo el por qué el manga y anime yaoi tiene, sobre todo en Japón, un fandom principalmente de mujeres conocidas como “fujoshi”. También por qué la mayoría de los mangakas detrás de su concepción son mujeres. En parte esto se debe a una atracción por hombres, desde cierto punto de vista, más aproximables. Distintos y atractivos en su masculinidad, que incluye sus cuerpos, y afines o que generan empatía en su femineidad, que incluye su amor por otros hombres.

El yaoi puede ser criticable por su estándar físico, por mantener a veces roles asignados en una relación al hombre o a la mujer, ahora a uno o a otro chico, además de que cuenta entre sus muchas historias con algunas claramente abusivas o tóxicas. Sin embargo, también es un género reivindicado por muchas feministas como una subversión del hombre como sexo fuerte, transgrediendo la vergüenza que debería implicar llorar, privilegiar el amor por sobre todo, asumir un rol pasivo o un rol pensado más para chicas.      

Por su parte, el género “men’s love”, “menzurabu” o bara surgió una década antes, en los sesenta, propiamente como una forma de autoconsciencia y de celebración erótica de la condición homosexual o del hecho de ser bara, como una “rosa”, término de origen peyorativo usado en Japón, semejante al inglés “pansy” o al “manita caída”.

Su estética resulta por completo distinta, generalmente mucho más realista y más en línea con los gustos de hombres gay que prefieren amantes más maduros, fornidos o musculados, con rasgos masculinos intensos, más vello facial o corporal, así como seguros de su orientación, haciendo parte del ambiente homosexual, en ocasiones sórdido. A veces sus personajes son culturistas o pertenecen al subgrupo de los osos, “kuma” en Japón.

El bara no carece de romanticismo, temas sensibles o desconstrucción masculina, pero su sentido de autoaceptación y disfrute gay necesita más de muestras de sexo explícito, a veces fetichista o violento, incorporando también historias autobiográficas. Si bien tiende a mostrar a los hombres con un rol pasivo como más tímidos, reacios o inseguros, parecido al yaoi, no son raras las historias donde se invierte esta dinámica, siendo hombres más jóvenes o pequeños de tamaño quienes seducen a hombres mayores o más grandes.

Esta forma de manga gay no busca recrear entre dos hombres los roles heteronormativos de las parejas convencionales, aunque sus críticos podrían señalar que a veces cae en una narrativa demasiado de nicho y que reproduce algunos vicios de la vida homosexual. Fuera de este prejuicio, se trata de una expresión de la identidad gay sin complejos, de aquello que un “puto”, un “joto” o un bara encuentra deseable, hermoso o excitante, autoafirmando su propio ser, libido y amor anómalos, sin importarle ya más el qué dirán.     

Se han dado casos de mangas y animes yaoi o bara que han interesado al público en general, sobre todo casos con historias que tratan otros temas además de las relaciones gay. El caso de mayor éxito sería la serie Yuri!!! on Ice de 2016, escrita por Sayo Yamamoto y Mitsurō Kubo para el estudio de animación Mappa. Un “spokon” o drama deportivo sobre patinaje artístico de primera línea, a la vez que un romance entre dos protagonistas, Yuri y Victor.

En Pijamasurf las y los invitamos este mes del orgullo gay a revisar algunas de estas historias.

 

Imagen de portada: Eiji y Ash, manga anime Banana Fish.