'Nahui Ollin', piedra de sol: el símbolo del movimiento y el terremoto
Filosofía
Por: Alejandro Massa Varela - 03/21/2024
Por: Alejandro Massa Varela - 03/21/2024
El movimiento para los nahuas sería la negación de elementos, topografías, observaciones o acontecimientos unívocos. No es que todo sea polivalente, pero cualquier cosa puede serlo. El movimiento implica que no hay una superposición de dimensiones más densas o más sutiles, sino una extensión viva, una suerte de retroprogreso eterno de significantes y significados difíciles de separar o fijar. Todo cuando llega a existir regresa a todo lo que ha sido de maneras nuevas, porque no hay una verdad propia que no sea su movimiento, “ollin”, palabra nahua para esta polivalencia que retrocede el tiempo lleno de cosas hacia su intimidad reexistente. El sentido de este término es más bien toda una gama de sentidos, y por eso su traducción también puede ser terremoto o temblor, una irrupción de la tierra, el fondo del que salimos todos, que se hace humano siendo tierra, el tiempo en ella y el tiempo que es.
Lo temporal no fue planteado por los nahuas como una abstracción independiente. Negando que lo perpetuo sea lo inamovible, el tiempo regresa a la diversidad, un ciclo no de la repetición, sino de la verdad del movimiento. Por eso los términos son muy materiales, algo claro en la raíz de la palabra ollin: “ol”, pelota, hule, moverse en redondo, la imposible extinción de los sentidos, pero el aplastamiento de lo igual por una constante viva. En mesoamérica el símbolo “Ollinel” representa la mínima expresión de esta realidad, un moverse que es un movimiento, un verbo que es un sujeto, un sujeto que hace, una impersonalidad personificándose, una masa de actividad. Asociado a los significantes y símbolos supremos, es los cuatro glifos solares y un sol que es un terremoto, la manera en que la vida sale de sí misma, llega a aprender y cree distinguirse del caos para conocer dinámicas de equilibrio.
Los brazos de los semicírculos del símbolo Ollinel representan no algo como “el” tiempo, sino lo que ha pasado: los cuatro soles, sus cuatro movimientos que son las cuatro eras en las que la humanidad ha perecido. Su centro es por tanto nuestra última versión, el quinto sol, una era, un movimiento no separado de lo que se ha movido y ha sido. Un manifestarse que no es reiteración ni de sí mismo ni de lo que dejo de ser, sino de lo que puede pasar. Un espectro de riqueza semántica que ni viene de la materia ni se materializa, sino que es hablar como la materia lo hace. Algo como las palabras del poema Piedra de sol de Octavio Paz:
Nupcias de la quietud y el movimiento,
canta la soledad en su corola,
pétalo de cristal en cada hora,
el mundo se despoja de sus máscaras
y en su centro, vibrante transparencia,
lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
se contempla en la nada, el ser sin rostro
emerge de sí mismo, sol de soles,
plenitud de presencias y de nombres.
La Piedra del Sol o Calendario Azteca también es un disco monolítico hecho de basalto de olivino, de 3.60 metros de diámetro por 122 centímetros de grosor, con un peso de más de veinticuatro toneladas. Descubierto en el siglo XVIII, sus inscripciones dan cuenta de la cosmogonía mexica y los cultos solares de los nahuas. Se le considera un calendario porque los símbolos grabados en la piedra se refieren a días y eras. En su centro puede leerse el símbolo Ollin, y es posible percatarse de un estruendo cósmico y cultural, el encuentro de las acciones del cielo y la tierra, la confluencia de las cuatro dirección del universo, los caminos posibles. Una hipótesis de los especialistas es que, a fines del siglo XV, el monolito sirvió como “temalácatl” o plataforma de combate gladiatorio, vinculándose así a la festividad “Tlacaxipehualiztli” o de la desolladura de hombres en honor al dios de la vegetación “Xipe Tótec”, dueño de la vida, la muerte, los agricultores y los orfebres.
Moverse implica convergencia y, por tanto, dualidad, de nuevo, nunca unívoca, sino como lo activo del encuentro, sus términos que se diversifican o se crean. Por eso el concepto de lo divino es también dual, “hierogámico” en términos míticos. “Ometecuhtli”, Señor Dos, es complementario o es el movimiento con “Omecihuatl”, Señora Dos, el mismo principio creador irrepetible, activo e "intra-extensional". Una religiosidad prehispánica que sobreviviría al catolicismo, moviéndose juntos como un sincretismo mexicano. En el manto de la Virgen de Guadalupe también puede leerse el símbolo Ollinel, un temblor pintado que sigue pidiendo a esta tierra más realidades, caídas como las palabras en Piedra de sol:
Entre ciudades que se van a pique,
cuartos y calles, nombres como heridas,
el cuarto con ventanas a otros cuartos
con el mismo papel descolorido
donde un hombre en camisa lee el periódico
o plancha una mujer; el cuarto claro
que visitan las ramas de un durazno;
el otro cuarto: afuera siempre llueve
y hay un patio y tres niños oxidados;
cuartos que son navíos que se mecen
en un golfo de luz; o submarinos:
el silencio se esparce en olas verdes,
todo lo que tocamos fosforece;
mausoleos de lujo, ya roídos
los retratos, raídos los tapetes;
trampas, celdas, cavernas encantadas,
pajareras y cuartos numerados,
todos se transfiguran, todos vuelan,
cada moldura es nube, cada puerta
da al mar, al campo, al aire, cada mesa
es un festín; cerrados como conchas
el tiempo inútilmente los asedia.