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La interpretación del Maestro Eckhart sobre la Navidad nos enseña que esta, por tratarse del nacimiento de Dios en la historia humana, ocurre en realidad en todo momento y lugar

Hay gente que engendra a Nuestro Señor espiritualmente así como su madre lo engendró corporalmente. [...] están en la tierra, pero su casa está en el cielo.

Maestro Eckhart 

Al ser la temporada en que se celebra el nacimiento de Jesús, la Navidad es la segunda fiesta más importante de la cristiandad. Para dicha tradición representa la inserción de Dios en la historia, pues de acuerdo con el credo católico, "por obra del Espíritu Santo, [Dios] se encarnó en María, la Virgen, y se hizo hombre".

El nacimiento de Cristo tiene consecuencias soteriológicas directas para los cristianos, en tanto es la condición de posibilidad para la salvación del alma. De forma adicional, el Maestro Eckhart, fraile dominico nacido en el siglo XIII, hace una interpretación mística en la que la Navidad no sólo representa un suceso histórico, sino una "experiencia fáctica de la vida". 

De acuerdo con Amador Vega –traductor y especialista en el Maestro Eckhart–, con la encarnación se inaugura una hermenéutica del sentido. Sin embargo, el sentido último al que se refiere no es lo sensible sino lo Eterno, pues el creyente considera que la salvación del alma sucede en su glorificación (deificación) junto al Verbo divino. 

En el Prólogo del Evangelio de Juan leemos: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios". Vega nos dice que el Maestro Eckhart interpreta este Verbo como el modelo del principio de la vida, que posee tanto una naturaleza histórica y mortal como la semilla de la inmortalidad que corresponde a la naturaleza del Padre. 

Como consecuencia, para el Maestro Eckhart el modelo de retorno al fundamento del alma es volver la mirada hacia el propio interior, donde la "chispa divina" habita. Sobre ello dice: "¿Por qué salís de vosotros mismos? [...] Si lleváis toda la verdad esencial en vosotros".

Vega insiste en que la interpretación de Eckhart del Prólogo del Evangelio de Juan hace énfasis en que el Verbo, el principio temporal, es engendrado en el Padre, el principio Eterno. Ese "lugar eterno" también es un "cuando". Por lo tanto, el Hijo es engendrado eternamente.

Si para Eckhart el Hijo se encarna en la temporalidad eternamente, quiere decir que nace incesantemente en todos los fenómenos, en todo lugar. Por lo tanto, en todo instante y lugar es Navidad: Dios nace eternamente

"El nacimiento de Jesús" (miniatura de Ostad Hosein Behzad, 1958)

En ese mismo sentido, el ser humano es poseedor de esa chispa divina y beneficiario de la mediación del Hijo, "que desplaza el lugar eterno de la Divinidad al lugar temporal de la humanidad", nos dice Vega. El alma estaría constituida por la naturaleza del Hijo; la condición de posibilidad de que la humanidad revele nuevamente lo Eterno, se eleve sobre los límites de su egoidad y se salve al unirse con la Divinidad. No obstante, es importante señalar que la finitud no deja de jugar un rol necesario, es el vaso facultado para el engendramiento de Dios en el alma. A propósito, nos dice el Maestro Eckhart:

El Padre engendra a su Hijo en la eternidad igual a sí mismo. [...] Todavía digo algo más: él lo ha engendrado en mi alma. [...] El Padre engendra a su Hijo en el alma de la misma manera en que él la engendra en la eternidad.

Aunque el engendramiento de Dios acontece en todo el universo, como un círculo que va de lo Eterno a lo relativo y de lo relativo a lo Eterno, en el ser humano la experiencia se vuelve patente cuando este emprende el desasimiento (Gelassenheit), que no es otra cosa que volver a la armonía con el principio divino, con la Eternidad que nace incesantemente en todo. El extremo contrario es pensar que la existencia individual –el ego– es lo único real. Para Eckhart es necesaria la conciliación de los contrarios, realizada en la mediación del Hijo, que es la unión de lo relativo y lo Absoluto y que es garantizada por el Espíritu Santo. 

El desasimiento no se limita a una religiosidad legalista y moral, lo cual sería producto del cálculo, uno de los instintos de supervivencia de la voluntad individual. Sobre esto, Eckhart acusa: "Quien busca a Dios según un modo toma el modo y olvida a Dios, que se oculta en el modo". Por lo tanto, la auténtica búsqueda del nacimiento de lo divino no puede estar mediada por un intercambio de actos piadosos, que si bien disponen el alma, no garantizan que la chispa divina arda. En el último de los casos, la experiencia de la deificación, de la unión con el principio eterno al interior del alma, es consecuencia de la Gracia. Al respecto, Eckhart nos dice:

Quien busca a Dios sin modo, lo comprende tal como es en sí mismo. [...] Quien durante mil años preguntara a la vida: "¿por qué vives?", si pudiera responder no diría otra cosa que "vivo porque vivo". La vida [...] vive sin porqué.

Si para dar a luz a Dios en el alma es necesario dejar atrás incluso la búsqueda voluntaria, también es necesario dejar atrás las imágenes subjetivas y relativas de lo Eterno. Para Eckhart, tanto la búsqueda como las representaciones son productos del cálculo y la voluntad. Johannes Tauler, discípulo de Eckhart, comenta: 

Mientras el alma está empleada con fervor en esta búsqueda, una estrella se levanta ante sus ojos. Algo que brilla, eso es la estrella. Luz que habla al corazón indicándole el lugar del divino nacimiento, que la razón por sí sola jamás podría descubrir.

Si bien las representaciones y la piedad facultan por ser actividades contemplativas, no garantizan que la mirada humana redescubra su verdad interior. Tauler, como su maestro, insiste en que la experiencia del nacimiento de la divinidad en el alma es fruto de la espontaneidad y la renuncia. Continúa:

No es posible para el alma penetrar por sus propias fuerzas y descubrir el misterio. Es preciso que la luz irradiada por el Verbo nos guíe hasta ver qué es y dónde está.

[...] Cuando esta luz pura nos penetra, toda imagen, forma y figura se disipan. Entonces aparece claramente el divino nacimiento.

El desasimiento no ocurre en un espacio lejano, pensarlo sería otro fruto del cálculo; ocurre en lo más próximo, pues el nacimiento del Hijo posibilita que cualquier fenómeno pueda detonar la chispa divina al interior del ser humano. "Tu propio yo ha de ser nonada, ¡atraviesa todo ser y toda nada!", nos dice Eckhart, para insistir en que el divino nacimiento no es resultado de un proyecto, sino de un milagro

Es precisamente esa noción de milagro, de pensar algo imposible, lo que con mayor exactitud expresa lo que es el desasimiento. Eckhart nos dice al respecto:

Dios debe encontrarse en los opuestos: al desconocer el conocimiento conoceremos a Dios; en el olvido de nosotros mismos, de todas las cosas y aun de la esencia desnuda de la Divinidad.

Es en lo impensable que se logra la contemplación pura de lo Eterno, el tiempo y espacio en que todas las cosas son nada, sin que por ello dejen de ser ellas mismas. Recordemos que sólo el Hijo, lo histórico, posibilita que esa Eternidad se exprese. Paradójicamente, lo Eterno requiere de lo efímero, y lo efímero de lo Eterno; el desasimiento o serenidad es conciliación de contrarios, la Unidad.

Eckhart nos dice que el alma tiene dos dimensiones, la de los sentidos con los que se ocupa del tiempo y la potencia suprema que "que comprende y siente, fuera del tiempo, las cosas eternas". Para que el alma logre girar su ojo hacia la parte superior, el dominico reclama que es necesaria una sola cosa: la renuncia a la voluntad individual en pro de la Voluntad Divina. Este acto no acontece por decisión, lo cual sería un resultado más de la voluntad y el cálculo. Nuevamente, insiste en que es fruto del olvido de sí, de la nada. Por ello, utiliza como metáfora la figura de la Virgen María, cuya voluntad se rinde a Dios y es símbolo de la limpidez y compasión en su forma de habitar el mundo:

Quien recibió a Jesús tenía que ser necesariamente virgen. Virgen indica a alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. [...] Si estuviera en el presente, libre y vacío, por amor a la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces, verdaderamente ninguna imagen se me interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era como cuando todavía no era.

"La Anunciación" (Ivanka Demchuk)

La Navidad del alma no ocurre de una vez y para siempre, se trata de un acontecimiento incesante y cada vez más profundo. De acuerdo con Carl Jung y Nishitani Keiji, es un movimiento involuntario de introversión y extroversión que revela al alma su forma más verdadera: la del Hijo de la Eternidad que nace milagrosamente como la rosa de Angelus Silesius, que "sin porqué, florece porque florece; no presta atención a ella misma, no se pregunta si alguien la ve". 

Para finalizar y a modo de conclusión, sobre ese fondo del alma donde nace Dios que la humanidad siempre está tentada a agotar, el Maestro Eckhart nos dice:

Hay algo en el alma que supera la esencia creada. Es un país extranjero, un desierto demasiado innombrable para que se lo nombre, demasiado desconocido para que se lo conozca.

 

Bibliografía: 

  • VEGA, Amador, Tres poetas del exceso: la hermenéutica de lo imposible en Eckhart, Silesius y Celan, Fragmenta, 2011.
  • VEGA, Amador, El fruto de la nada, Alianza, 2011.
  • DE LIBERA, Alain, Eckhart, Suso, Tauler y la divinización del hombre, Olañeta, 1999.
 
Imagen de portada: Stories of the Messengers (Haydar Hatemi, detalle)

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