El veredicto en favor de Depp mostró que la honestidad y la inteligencia son más importantes que el género
Política
Por: Luis Alberto Hara - 06/04/2022
Por: Luis Alberto Hara - 06/04/2022
Haberle dado clic a algún contenido del juicio de Amber Heard vs Johnny Depp fue un error garrafal. Como dice una periodista del New York Times: "Yo no seguí el juicio de difamación de Johnny Depp y Amber Heard, el juicio me siguió a mí". Juicios pasados como el de O. J. Simpson o Monica Lewinsky habían sido ya una ventana a lo que se puede llamar "pornografía jurídica", pero en la era de TikTok (y con YouTube recargado), ahora esto llegó a niveles insospechados.
Así que lo mejor del veredicto del juicio es eso mismo: que ha terminado y que la máquina de saturación irá descendiendo y será posible pasar a cosas más importantes. Aunque para ser realistas, es muy probable que los usuarios de las redes sociales vean rápidamente cómo su atención es capturada por alguna forma similar de entretenimiento banal. Netflix seguramente hará una nueva serie basada en los datos que han arrojado los estudios de mercado de este fenómeno.
Al concluir el juicio, numeroso medios progresistas han sonado las alarmas en cuanto a que el veredicto a favor de Depp es un momento oscuro para los movimientos a favor de la justicia social, particularmente en el caso de las mujeres abusadas que, dicen, serán silenciadas ante el temor de tener que enfrentarse con el aparato hegemónico del hombre blanco. Quizá pueda haber efectos negativos en este sentido, lo cual sería lamentable, pero estos resquemores olvidan un hecho fundamental.
Es imposible saber qué tanto fueron influenciados los miembros del jurado por la ola de apoyo que recibió Depp en las redes sociales. Asumir que su decisión estuvo basada en la fuerza contagiosa de las opiniones de Twitter o TikTok es enteramente especulativo. No así el hecho de que el caso de Depp, tanto sus propios testimonios en comparación con los de Heard como la solidez de la evidencia y el discurso de sus abogados, fueron superiores, logrando generar empatía y afecto. Lo fundamental ocurrió en el juzgado; lo demás es, de cierta manera, teorías de la conspiración. (Otra cosa es el hecho, que sólo podía suceder en Estados Unidos, de que un juicio así, para respetar la libertad, tenía que ser televisado hasta en sus más mínimos detalles).
El juicio estaba destinado a evaluar si Heard había difamado a Depp, es decir, si había falsa o maliciosamente promovido la imagen de Depp como un abusador. El jurado halló que Heard había difamado a Depp, con base en las diversas mentiras y manipulaciones que fueron comprobadas. Aunque no es justificable el cyberbullying que vivió y seguramente vivirá Heard, este se desbordó a partir de las mentiras que los abogados de Depp lograron exhibir y no fue un fenómeno que ocurrió meramente por los prejuicios de una cultura o por la taimada acción de hombres en penthouses de Manhattan o Londres.
La popularidad de Depp, a la luz de este caso y desde antes, es alta entre las mujeres. ¿Esto se debe a que han interiorizado el patriarcado en una especie de síndrome de Estocolmo? De nuevo, no es necesario recurrir a especulaciones rebuscadas (que además reproducen los mismos sentimientos de superioridad que critican). La razón es más sencilla: Depp es un tipo guapo, carismático, inteligente y a todas luces sincero, vulnerable y sin un historial de violencia. En otras palabras, Depp es más "amable" que Heard. ¿Esto es injusto? Si se responde afirmativamente, deberíamos concluir que todos los afectos son injustos. Queremos a las personas fundamentalmente por sus buenas cualidades: por su inteligencia, su honestidad, su belleza, su calor humano y la consistencia de su carácter y acciones. Por supuesto, algunas personas objetarán que la popularidad de Depp y el afecto que suscita en el público se deben a que es hombre. Pero es difícil pensar que una estrella femenina del mismo nivel de Depp hubiera sido "abusada" en la corte por un hombre menos carismático y con menos cualidades. Como señala la brillante pero polémica escritora feminista Camille Paglia: "el carisma es andrógino". Pero más allá de esto, es necesario repetir que Depp no fue sorprendido mintiendo en repetidas ocasiones como Heard. Aunque algunos objetarán que Heard mintió porque es una víctima y ser víctima justifica cualquier comportamiento.
Algunas de las muchas mujeres que apoyaron a Depp manifestaron que estaban contentas con el veredicto pues lo esencial es la justicia particular, no una hipotética e inexistente justicia general, la cual es inexistente. No fueron juzgadas las mujeres o "la mujer" como un universal, sino Amber Heard en un caso específico. Naturalmente, el caso no debe tomarse como un prototipo. Es indudable que existen muchos más casos en los que el perpetrador del abuso es el hombre. Ciertamente sería un efecto negativo del circo mediático alrededor de este caso que otras mujeres dejaran de actuar si son víctimas de violencia sexual. Pero es absurdo pensar que para evitar esto era necesario que Heard fuera protegida en contra del hecho evidente de que mintió y engañó al público repetidas ocasiones. Hacer esto, por supuesto, sería ir directamente en contra de una lucha por la justicia, la cual supone siempre no hacer un juicio en función de sesgos basados en el género.
Heard en realidad está siendo castigada no por el patriarcado o por las estructuras de poder atávicas de la sociedad, sino por su propia conducta. Esta es la dureza del karma y del juicio del carácter que la masa efectúa independientemente del género. Es difícil pensar que merece las muestras de odio que la cultura digital le propina. Pero en ese caso, la cuestión de fondo es la naturaleza de los medios -el medio más que el mensaje-, que permiten -y fomentan incluso- la proliferación del odio, la indignación y la envidia de manera anónima y a la manera contagiosa de la turba.
Por otro lado, más allá de los niveles de enajenación hiperbólicos a los que el Internet parece tender en cualquier fenómeno masivo, a nadie debe sorprender que la sociedad premie a aquellos que muestran ser más inteligentes, sinceros, compasivos, atractivos, en suma, más amables -en este caso, no sólo Depp sino también su abogada-. ¿Por qué no habría de hacerlo? Y más aún, en tanto que es posible concebir que sería mejor tener absoluta imparcialidad, ¿cómo habría de no hacerlo, si es parte no sólo de la cultura en todo el mundo sino de la biología animal y quizá de la naturaleza del universo? Es cierto que el racismo, el sexismo, el clasismo y demás existen, están arraigados en la sociedad y deben ser combatidos, pero no todos los fenómenos deben verse a través de ese lente, pues existen muchos fenómenos en los que no son el factor determinante. De hecho, ese lente puede oscurecer las cosas. Como en este caso, lo esencial es juzgar la sinceridad de una persona y no si es hombre o mujer.
Una de las ideas fundamentales de la teoría crítica y de la teoría de género que dominan actualmente en la academia en Estados Unidos es que los fenómenos deben entenderse desde una perspectiva política, social e histórica; son el resultado de un concurso de fuerzas -o voluntades de poder que luchan por imponerse- que determinan lo que se observa. Lo que el estudioso debe hacer es ser consciente de la influencia de estas condiciones, pues más allá de ellas no hay un fenómeno que sea verdadero o falso. La verdad es siempre relativa a estos contextos y es construida según los intereses de los actores. Lo que rige el mundo es el poder, no la verdad. Aunque no deja de tener cierta sofisticación, este lente teórico a veces revela ciertas deficiencias al enfrentarse a la realidad. En este caso no fue el poder lo que triunfó sino la verdad, o al menos una apariencia de verdad, la cual no está determinada por el género sino por rasgos y cualidades humanas cuya presencia es más importante que el género en el que se presentan.
Una manera inteligente de tomar este juicio (además, por supuesto, de no tomarlo demasiado en serio y no dedicarle más tiempo) es tratar de no ver todos los fenómenos únicamente desde la perspectiva del género, con la guerra de identidades internalizada, observando nuestros conceptos y no la realidad, en una especie de ceguera producida por la sobrepolitización de todas las cosas.