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En tiempos donde las crisis ambientales son cada vez más severas, la congruencia resulta imprescindible

Durante marzo y abril de 2022 la banda británica Coldplay dio inició a la gira de promoción de su último disco: Music of the Spheres. Cuando platicaron sobre la experiencia musical que vivirían los asistentes a sus conciertos anunciaron con bombo y platillo que las emisiones de carbono provenientes de la logística de cada presentación se reducirían al 50% respecto de giras anteriores. 

El activismo de la banda en temas ambientales no es una novedad. Constantemente colaboran con organizaciones internacionales, aportan donaciones significativas para financiar actividades de mitigación y adaptación al cambio climático y buscan alternativas para que sus conciertos sean lo más "sustentables" posible. Durante sus presentaciones en México hicieron gala del escenario que se iluminaba gracias a la energía generada por personas que pedaleaban bicicletas para transformar la energía cinética en energía eléctrica. 

Pero aunque sus acciones en pro del cuidado del medioambiente son destacables en muchos sentidos, su reciente vínculo con la empresa finlandesa Neste los ha puesto en la mira del juicio público. Y es que al parecer, no hay congruencia entre los ideales ambientalistas de la banda y su asociación con una empresa petrolera y de comercialización que se dedica principalmente a la producción de combustibles para el transporte y otros productos derivados del petróleo

La relación se dio porque Neste acordó proporcionarle a Coldplay combustibles de aviación "sostenibles" para vuelos y "diésel renovable" para el transporte de las giras y la generación de energía en los conciertos. Pero, lamentablemente, no siempre las energías renovables son energías limpias. Existe una constante asociación de ambos términos, pero en la práctica tienen un impacto distinto en los ecosistemas. Si bien las energías renovables permiten reemplazar el uso de combustibles fósiles que dañan potencialmente la capa de ozono, algunas conllevan impactos socioambientales que si no se manejan de forma efectiva terminan por convertirse en un problema. 


Imagen: Getty Images

Tal es el caso de la generación de biocombustibles, pues aunque estos están compuestos por desechos animales y/o vegetales, se necesita una enorme superficie de tierra para procesar los cultivos, lo que eventualmente lleva a la ocupación desmedida de territorio que acaba en acaparamiento de tierras destinadas a actividades agrícolas. En algunos casos, esta necesidad de abarcar más y más espacio para la producción de biocombustibles lleva a la deforestación de hábitats naturales. El discurso de las energías renovables como energías limpias no deja entrever estas consecuencias. Otro ejemplo es la siembra del aguacate en México pues, aunque se trata de una actividades agrícola, la demanda de este producto ha llevado a grupos armados a devastar bosques para cambiar el uso de suelo por uno de siembra. Todas estas acciones ponen en riesgo la seguridad alimentaria de las poblaciones en situación vulnerable y dificultan el acceso al derecho humano a un medioambiente sano.


Imagen: Roya Ann Miller / Unsplash

Por ello se ha señalado a Coldplay como voceros del "greenwashing", una estrategia discursiva que afirma que en este sistema económico que explota los recursos de forma desmedida hay lugar para el capitalismo verde. Lo peor es que este discurso crea una imagen ilusoria de responsabilidad ambiental que exime a los verdaderos culpables del impacto ambiental de tomar acciones contundentes respecto al daño que provocan en el planeta. Nadie está dispuesto a asumir ese costo, y terminan pagándolo quienes no tienen la capacidad de mover al mundo aunque tengan las mejores intenciones. 

La industria de la música casi no se ha hecho responsable del enorme impacto ambiental que tiene. Es momento de dejar las alianzas con quienes siguen explotando los recursos y asumir el precio del cambio climático


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Imagen de portada: Wikimedia Commons