*

Una investigación reciente examinó el efecto que genera el hábito de la actividad física sobre el sentido de la existencia

En nuestra época es más o menos sabido que la actividad física y la salud mental tienen una relación estrecha. En cierta forma esto ya se intuía o afirmaba incluso en épocas precedentes. Curiosamente, no sólo los médicos o científicos conocedores del cuerpo humano hicieron este señalamiento. También lo formularon filósofos y pensadores que, por la vía de la reflexión, se percataron del efecto que el cuidado del cuerpo podía tener sobre el ánimo, las emociones y la existencia en general. 

En tanto seres vivos, es claro que conservar nuestro cuerpo con buena salud genera un efecto amplio de bienestar pues nos protege hasta cierto punto contra fuentes de sufrimiento como el dolor, la enfermedad, el desgaste propio de la vida y otros. 

Ahora se sabe que la actividad física libera endorfinas y neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, sustancias asociadas a las sensaciones de bienestar, recompensa y placer.

En este sentido, un estudio reciente encontró la relación entre un elemento muy específico de la práctica cotidiana del ejercicio físico y el bienestar mental, que además genera un singular efecto de “florecimiento” en el ser humano.

La investigación estuvo a cargo de Ayse Yemiscigil, quien actualmente hace una estancia posdoctoral en la Universidad de Harvard. Yemiscigil se encuentra adscrita al Programa de Florecimiento Humano de dicha institución, cuyo interés es el estudio de la noción de bienestar en distintos ámbitos de la cultura y las sociedades humanas.

El trabajo de Yemiscigil está enfocado en la relación que existe entre factores socioeconómicos y el bienestar psicológico y la motivación. La práctica del ejercicio físico llamó recientemente su atención porque se dio cuenta de que muchas personas que realizan algún tipo de entrenamiento cotidianamente aseguran que este les da una sensación de propósito, dirección o estructura. 

En colaboración con Ivo Vlaev, profesor en Ciencias de la conducta en la Universidad de Warwick (Inglaterra), Yemiscigil buscó la manera de explicar cómo puede ser que el ejercicio le dé sentido a la vida.

Recurriendo al Estudio en Salud y Retiro, los investigadores hicieron una investigación longitudinal todavía en curso a cargo de la Universidad de Michigan. En este análisis se han recabado datos sobre el estado de salud de adultos en edad de retiro en Estados Unidos, con una muestra de cerca de veinte mil personas.

Yemiscigil y Vlaev tomaron información relacionada con la percepción de los encuestados respecto del sentido de la vida y la importancia de las acciones cotidianas. En el estudio hay apartados en donde las personas expresan su acuerdo o desacuerdo con afirmaciones como “Tengo un sentido de dirección y propósito en la vida” o “Mis actividades diarias frecuentemente me parecen triviales y poco importantes”.

Por otro lado, para corroborar sus propias hipótesis, los investigadores reunieron una muestra de 4 041 personas a las que les pidieron responder un cuestionario con preguntas similares y otras orientadas a indagar la actividad física en su vida cotidiana.

Al realizar cruzar datos con los resultados obtenidos, Yemiscigil y Vlaev hallaron inferencias de interés. Por ejemplo, las personas que temprano en su vida adoptaron un estilo de vida activo, desarrollaron un sentido de la vida. En cambio, quienes desde la juventud o antes tuvieron la certeza de que su vida tenía un propósito, con el paso de los años sumaron más y más actividad física en su cotidianidad. 

Otro hallazgo fue que las personas que en algún periodo creyeron firmemente en el sentido de la vida, en la edad adulta tenían comúnmente la disposición a “dar un poco más” al momento de hacer ejercicio. Esto es, que aun cuando la actividad propuesta hubiera terminado, realizaban el equivalente al esfuerzo de una o dos caminatas semanales.

Para Yemiscigil, estas correlaciones podrían explicarse por la sensación de logro que el ejercicio suele provocar. A decir de la investigadora, las personas habituadas a realizar actividad física regularmente (y, cabría decir, que requiere un nivel de esfuerzo considerable) podrían haber adquirido la capacidad de fijarse objetivos y desarrollar un nuevo propósito para su vida (o propósitos paralelos).

Las primeras conclusiones de esta investigación podrían parecer prematuras, pues sin duda se intuye que la relación entre hacer ejercicio y la percepción del sentido de la vida es más compleja. 

Sin embargo, aun en este estado incipiente, los resultados son sugerentes, no sólo para contribuir a la buena reputación que la actividad física ha tenido a lo largo de prácticamente toda la historia de la humanidad. También, sobre todo, para reflexionar sobre la finalidad que nosotros mismos podemos otorgarle al hábito de un entrenamiento. 

No tanto con un objetivo ulterior (para "volverse más atractivo”, como un producto nuevo en el mercado) sino con un propósito más personal, menos ambicioso quizá pero más asequible, más acorde a nuestra subjetividad. Hacer ejercicio no para cultivar el yo sino para cultivar el sentido de apropiación de la existencia, para tomar conciencia del cuerpo y sus limitaciones, para crear un lazo más integral entre el cuerpo que habitamos y la idea de identidad que nos habita. 

Después de todo, de eso se trata darle sentido a la existencia.

 

Referencia:

Yemiscigil, A., Vlaev, I. (2021). The Bidirectional Relationship Between Sense of Purpose in Life and Physical Activity: A Longitudinal Study. Journal of Behavioral Medicine. [enlace]


También en Pijama Surf: Esta dieta tiene los mayores beneficios cognitivos durante la tercera edad (ESTUDIO)

 

Imagen de portada: Fitsum Admasu / Unsplash