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Poemas para estar en Pijama: Parada obligatoria frente a un plato de sopa

Arte

Por: Tufillo de poeta - 09/13/2020

El equipo de 'Tufillo de poeta' ahora está disperso por todo el continente americano, pero eso no les ha impedido colaborar con Pijama Surf. Todos los domingos, 'Tufillo de poeta' colaborará con una columna dedicada al episodio de su podcast más reciente.

Esta columna inaugural está dedicada a la comida y a todas esas sensaciones que revivimos cuando pensamos en ella, lo que significa la cocina de nuestros hogares, las recetas familiares, los ingredientes y las sazones que nos transportan a determinados momentos de nuestras vidas. 

La comida no es sólo comida, es la síntesis de un sinfín de relaciones: familiares, amistosas, entre amantes. La comida es el punto alrededor del cual hemos creado nuestros rituales más preciados. Esos rituales que significan haber terminado un día de trabajo, los que hacemos para celebrar o para cuidar de nosotros y de quienes queremos.

La comida nos vincula.

La comida es la vida. 

 

 

¿Qué pasa cuando nos sentamos a la mesa como críticos, antropólogos o poetas?

¡Alto! eso que hay allí no es un plato de comida. Es cierto que los vapores que suben desde la mesa, las texturas que descubren los cubiertos, esos colores; todo pondría a salivar a quien sea -pero alto. Ese bocado puede esperar. Para efectos de esta columna, pensaremos que el hambre no apremia tanto y que estamos por poner sobre la mesa un asunto más urgente. Antes de llenarnos la boca, nos detendremos en una verdad simple, habrá quien le diría sabrosa: ningún plato de comida es solamente un plato de comida. 
 
Lo sabía Grimond, ese francés que en el siglo XIX inventó la manía de reseñar restaurantes y, sin saberlo, inauguró el oficio que continuamos miles cuando celular en mano, calculamos con estrellas la satisfacción que nos deja un puesto de comida; ese oficio sabroso y colectivo en el que un plato de comida es en realidad un punto entre muchos que se enlazan para formar el mapa de sabor de las ciudades. 

También lo sabía Lévi-Strauss, quien puso sobre el papel un chisme bien sabido en las cocinas, tan viejo como nuestras reuniones con el fuego. La comida, escribe el antropólogo, conforma un sistema de símbolos que determina cómo vivimos en comunidad y, si esa alquimia pareciera poco, también nos recuerda que los ritos alrededor de la cocina tienen el mérito --nada despreciable-- de conseguir que una planta o animal transite, como si nada, la delgada línea que separa cultura de naturaleza. 

¡Alto! eso que está allí no es un plato de comida, es una imbricada historia de relaciones sociales. Cada manjar irresistible es un tratado para entender los sistemas de producción y el consumo voraz de nuestras sociedades. Si escuchamos bien, en cada plato de comida está el secreto para entender el trabajo y la falta de trabajo, allí está también -hecha visible por el fuego y para quien la quiera paladear- esa extraña relación entre lo que consideramos humano y lo que no. 

Los secretos de la comida han sido materia de poesía con recurrencias bien curiosas. El pan, no contento con empelar la metáfora para encarnar al dios de las liturgias católicas, aparece en los versos de José Martí cuando en "Hierro" nos habla de lo mucho que cuesta conseguir ese alimento en épocas en que escasea el trabajo. Otro tanto nos dice Gabriela Mistral, para quien la mezcla milagrosa de agua, levadura y harina se vuelve un objeto capaz de reunir, en un solo lugar y un solo objeto, las geografías distantes y el recuerdo de los amigos que están lejos.

La cebolla es otra estrella frecuente en la poesía. Acompaña el hambre de Miguel Hernández y aparece, sabia y juguetona, en los versos de Wislawa Szymborska, 

Es un ente coherente,
es una obra maestra.
una y luego otra dentro,
grande a pequeña abarca,
y pequeña es la grande de otra,
que será tercera o cuarta.
Una fuga hacia el centro.
Eco de batuta diestra.

La nobel polaca le presta particular atención a la armónica geometría cebollezca y la cosa no termina allí porque, si nos detenemos en el poema como Szymborska se detiene en la cebolla, empezamos a ver que la arquitectura de ese fruto de la tierra es un eco de la forma en que se transmite la vida: un cuerpo contiene otro cuerpo, que a su vez contendrá otro que contendrá al siguiente. 

Y si cree que con esto agotamos los versos, aquí viene una segunda ración porque en la cebolla y en su concierto de matrioshkas, también resuena la forma en que transmitimos el conocimiento. La receta de su plato favorito, bien sea en la casa de su abuela o en un carrito callejero, está cifrada en una serie de pasos y procesos que pasaron por una persona que a su vez los recibió de otra y esta última de otra y otra más. 

A comienzos del siglo XX el futurismo y sus devaneos fascistas trataron de olvidar lo obvio: comer y cocinar nos vuelve parte de una comunidad. Obsesionado con la velocidad y con las máquinas, el italiano Filippo Marinetti se lanzó en busca de una dieta "aerodinámica que superara lo que él consideraba la pesadez de la tradición culinaria de su país. Las recetas, o más bien, las fórmulas que propone Marinetti hacen que cocinar sea un trabajo de laboratorio y van en contravía del conocimiento práctico y la autoría compartida de la comida. De alguna manera, anticipan la obsesión de nuestro tiempo con las dietas y los chefs celebridades mientras le dan una mirada desdeñosa a la verdad que aparece cuando nos detenemos a pensar en la comida en nuestros platos.

Alto, acérquese, huela, llénese la boca. Bajo el arco de su paladar pasarán las historias y el trabajo que hicieron a su cuerpo. Está a punto de introducir en su boca la alquimia que ha movido al mundo con la ayuda de millones de manos, a veces anónimas, a veces no tanto. Manos, en todo caso, capaces de mantener el mundo en movimiento mientras duerme, manos que esperan que usted haga su parte cuando despierte a ganarse el pan en la mañana.


Si quieres escuchar más sobre comida y poesía, no te pierdas el primer capítulo de la tercera temporada de Tufillo de poeta: Poemas para cocinar con la nevera vacía.

 

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Imagen de portada: Artiom Vallat / Unsplash