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Anaximando, el filósofo presocrático cuyo arché era lo ilimitado, puede considerarse como argumentando a favor de la inmortalidad

Según Anaximandro, el principio y origen de todas las cosas es el «apeirón», que se traduce por «aquello que carece de límites» o lo «ilimitado». Agrega que múltiples universos emergen cíclicamente de este principio, se desarrollan y colapsan, y retornan a él.

Lo que sostiene es atinado. Todo lo que percibimos en el universo es limitado: los seres están constituidos por límites y se definen en base a ellos.

¡Observa una burbuja! Todo lo que conforma su identidad está forjado por límites, empezando por su delimitada forma esférica, que establece una distinción entre ella y lo otro. ¿Qué era esa burbuja limitada antes de nacer? Antes de existir, aquella burbuja no era y por ende no contaba con una forma que la delimitara y permitiese, así, su existencia. Y puesto que carecía de límites, era lo ilimitado, era el apeirón mismo. ¿Qué ocurrirá con esa burbuja cuando reviente? Fenecerá, perderá su forma, aquella forma que la define y la delimita, y así irrumpirá en el reino de lo no existente. Libre, ya, de todo límite, será lo ilimitado, el apeirón mismo.

Así, la burbuja surge del infinito, toma una forma temporal y circunstancial que la visibiliza y restringe, que la torna finita, y luego retorna a lo infinito. Mejor dicho: la burbuja es el apeirón que en su ilimitación es capaz de incluir la limitación. Lo con-forma surge de lo sin-forma y retorna a ello. Pero donde no hay forma, no hay límite, y donde no hay límite, todo está unido y es absoluto.

Su filosofía es semejante a la de Lao Tse, quien afirma que las cosas bajo el cielo gozan de lo que es, lo que es surge de lo que no es y retorna al no-ser, donde es inalcanzable, absoluto y eterno. También me recuerda a esta sentencia de Valmiki en el Yoga Vasishta Sara: “Cuando las vasijas se rompen, el espacio de su interior deviene ilimitado. Así también, cuando los cuerpos dejan de existir, el Ser permanece eterno y desapegado”.

Lo que nos indica que la muerte, como ordinariamente la concebimos, no existe.

 

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