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Una breve aproximación a cómo se ha considerado este elemento en sentido arquetípico y universal desde las tradiciones sagradas más importantes

¿Dónde está lo real, en el cielo o en el fondo de las aguas? En nuestros sueños, el infinito es tan profundo en el firmamento como bajo las aguas. El sueño le da al agua el sentido de la patria más lejana, de una patria celeste.

Gaston Bachelard, El agua y los sueños

El agua representa el elemento plástico de la naturaleza, permeable, fluido, magnético, reflector. Desde siempre se ha identificado con la psique en su amplio sentido, ese universo de vivencias interiores en el que se gesta sutilmente todo proceso de transformación y de crecimiento necesarios para el despliegue de la vida misma. Para comprender esto resulta necesaria una breve aproximación a cómo se ha considerado este elemento en sentido arquetípico y universal desde las tradiciones sagradas más importantes, en lo que sería el legado de una misma sabiduría perenne. Pues es el elemento generador de las imágenes por excelencia y nada mejor para su comprensión profunda que la visión milenaria de sus mitos. 

Lo que destaca de forma unánime es el símbolo universal de unas aguas primordiales, un estado amorfo, indiferenciado, caos metafísico en la noche de los tiempos que precede a todo acto “cósmico”, creativo, ordenador y discriminativo. Es así que estas aguas serían la verdadera materia prima, esa sustancia original de la que emergen todas las formas de vida en tanto fuente y origen. Ante todo representan la matriz de todas posibilidades de existencia, la totalidad indefinida que gesta en su seno todas las formas en estado sutil de latencia, a modo de receptáculo de todos los posibles gérmenes y semillas. 

Por lo tanto, nos encontramos con el sustrato metafísico que permite toda physis, toda naturaleza y manifestación, es decir, el Ser indiferenciado del que están hechos todos los seres diferenciados, una misma sustancia que todo lo envuelve y penetra, y de la que necesariamente todo brota y es gestado.

Es curioso que el considerado padre de la filosofía occidental, Tales de Mileto, escoja al agua para referirse a ese principio esencial y constitutivo (arkhé) que subyace a la naturaleza misma, llegando a afirmar que todo está vivo y animado. Seguramente se inspiró en mitos que le precedían, pues ya en Homero se habla de un misterioso océano original totalmente ilimitado y abierto (apeiron) como origen de todos los dioses.

De hecho, si nos remitimos a las mitologías más arcaicas que nos han llegado, observamos referencias similares respecto a este mar primitivo. En la antigua Mesopotamia a través de Nammu, la gran diosa madre de los sumerios identificada con el abismo acuoso del origen, posteriormente también referida como Tiamat (lit. “madre de la vida”) en su aspecto más monstruoso. De ella se engendran el cielo, la tierra y los dioses y seres que poblarán ambos. Respecto a Egipto, muy similarmente era conocida como Nun, ese estado oscuro previo a toda existencia y por lo tanto incognoscible al no estar todavía delimitado formalmente. Las más antiguas cosmogonías menfitas parten de este sustrato acuoso del que emerge una divinidad demiúrgica, Ptah-Atum, que a su vez generará la Enéada de dioses egipcios.

Los propios egipcios se refirieron a un gran loto universal que se manifiesta radiantemente para ordenar toda esta materia prima indiferenciada. Principio también referido por tradiciones posteriores, aunque más intelectualizado, como Logos o Verbo original que modula vibratoriamente esta masa de vacío en toda una desbordante propagación ritmada. Por ello estas aguas serían las de la no existencia, las tinieblas detrás de toda luz, previas a todo acto de creación: el Tao sin nombre Wu Ki, el Brahma nirguna o el Ain Soph de las tradiciones china, hindú y cabalística respectivamente, vacuidad metafísica que contiene en su seno todo lo posible y todo lo real. 

De ahí las continuas referencias a un gran Árbol Cósmico que brota de las aguas originales, como símbolo del misterioso paso de lo no manifestado a lo manifestado, del caos al cosmos. Este centro universal, núcleo de todo núcleo, identificado también como “corazón del mundo”, será el axis mundi que vertebra todos los universos mediante una pulsión o latido entre dos polos: yin-yang, sol-luna, cielo-tierra, noche-día, etc. O lo que es lo mismo, la génesis de la vida, del principio vital en sí, presente en todo ser creado pero también en el mismo universo bajo la forma de anima mundi o “alma del mundo”, precisamente el objeto de estudio de la astrología bajo la acotación de zodiacos (lit. “rueda de la vida”).

Sin salirnos del simbolismo de las aguas, es interesante señalar que el hinduismo se refiere a este aspecto a través de un Huevo Cósmico, otro símbolo unánimemente presente por doquier, como forma prototípica del universo sobre las aguas, en estado latente, seminal y en repliegue. En su núcleo solar se alberga el Embrión de Oro (Hiranyagarbha), en tanto germen de la Luz cósmica, es decir, principio y origen de toda vida en su máxima síntesis y potencia.

Incluso en el relato bíblico de la creación se habla de que el Espíritu divino aletea antes de la creación sobre unas aguas primigenias (maïm en hebreo), a las que separa en dos a través del firmamento: unas aguas superiores y otras inferiores, las primeras llamadas cielos (serían las de Acuario; precisamente Urano –“cielo” en griego– proviene de Varuna, divinidad hindú de las aguas) y las segundas mares. De hecho el mismo universo, en tanto conjunto de galaxias y nebulosas, puede considerarse como flotando en las aguas de un éter-plasma invisible, sin bordes e ilimitado.

El agua puede considerarse como fuente de vidafons vitae, es decir, elixir de vida que opera toda curación mágica, rejuvenece, regenera y otorga la inmortalidad, panacea universal de los alquimistas; pero también como poder purificador, ya que la reinmersión en dichas aguas originales rememora el contacto con nuestra matriz amniótica y disuelve todo lo residual. Es así que apreciamos su uso y función ritual, que recrea a nivel humano el proceso mismo de la cosmogonía pero en sentido inverso, en reversión. Lo vemos muy claro en los ejemplos de las abluciones en el islam, que recoge a su vez prácticas muy arcaicas y extendidas, el baño sagrado en el Ganges, o el agua bendita y bautismal en el cristianismo.

Por lo tanto, se pueden establecer dos funciones esenciales para el papel ritual con el agua: la inmersión, iniciación o muerte simbólica a través de la disolución de las condiciones presentes; y la emersión, la salida de las aguas, el volver a nacer, cuando emerge una nueva forma vital. Pero esta dinámica no sólo es individual sino también cósmica, como muestran los mitos del diluvio universal, presentes en todas tradiciones sin excepción, en tanto clausura de un viejo ciclo ya corrupto para dar paso a uno totalmente renovado, tal y como ocurrió por ejemplo con la mítica Atlántida, gobernada por Poseidón según Platón, y engullida finalmente por las aguas. 

 

No hay que olvidar tampoco la estrecha vinculación del agua con lo “femenino sagrado” en los arcaicos cultos a la gran madre, la mujer en sí, la noche o lo lunar mismo, siempre en referencia a la fuerza receptiva y pasiva de la existencia, el yin del taoísmo, pero con el máximo potencial creador y alumbrador de vida en su seno. Toda esta vibración original de esencia femenina no sería más que un agua radiante, que se desborda a sí misma en toda su potencia (la Shakti universal) hasta engendrar como gran matriz (maya) la multiplicidad de formas de vida. 

Las divinidades de las aguas siempre se han movido en una sutil ambigüedad de la que cabe no bajar la guardia, como las Ninfas de la mitología griega, vinculadas a la fertilidad y educadoras de los héroes solares junto con los centauros, pero no exentas de magias que pueden obnubilar. En un mismo sentido también los “cantos de sirenas” intentan desviar y tentar a Ulises en su travesía iniciática, forzándole a amarrarse al mástil, a un eje vertical que actúe de centro inmóvil, reminiscencia del Principio original. De hecho, la serpiente ha sido desde antaño otro símbolo lunar-acuoso por excelencia, asociado también a ritos de fertilidad, pero sobre todo a la temporalidad cíclica y el devenir, en su sinuoso despliegue dinámico de las fuerzas duales de la manifestación. Y de ahí su significado ambivalente y complejo, como en la caída del judeocristianismo y pérdida del paraíso por el deseo de “conocer” los frutos del bien y del mal, es decir del karma de entrar en lo temporal y perder así la no-dualidad atemporal del árbol de la vida originario. 

¿Y qué otra imagen más precisa de esta corriente serpentina del devenir temporal que la del río y el cauce de sus aguas? No hay mejor símil para la escurridiza existencia humana y su flujo inaprensible, que no es otro que el discurrir mismo de la vida. Como ya apuntó Heráclito y tantas veces recordado: “todo fluye (panta rei)”, y “es imposible bañarse dos veces en un mismo río”. 

Esta travesía del río sería el mismo samsara, es decir, el encadenamiento de la existencia individual en todo su dinamismo de corrientes y circunstancias varias, hasta finalmente desembocar en un mismo océano universal, el nirvana. El vínculo entre los seres limitados que somos y la realidad ilimitada que nos trasciende, desde siempre se ha simbolizado con la expresión de la gota de rocío y el océano, o sus olas en la superficie. Aparece por doquier, en el budismo, hinduismo, taoísmo, sufismo, misticismo cristiano, etc., y muestra que cuando el ego, que se cree falsamente separado, se sumerge en el abismo de infinitud, descubre que no pierde nada ni sufre alteración alguna, pues es siempre una misma esencia eterna y fluida la que le da realidad, tanto en forma de gota como de océano.

Siguiendo con la elocuente metáfora del río, vemos que también el propio Platón recurre a él en sus mitos, llamándole Leteo (olvido), para ilustrar que las almas justo antes de encarnar beben en sus aguas cayendo en el olvido según la sed que saciaron en ese momento. El fin, por lo tanto, de la filosofía, será el desvelamiento de dicho olvido (a-letheia) que nos permita recordar nuestra verdadera esencia supratemporal, cuando el alma convivía en las esferas celestiales.

 

Pero el tema de trasfondo respecto a esta corriente existencial es el del “paso de las aguas”, es decir, la superación a través de la progresión espiritual de los condicionamientos temporales y mentales (pues el tiempo transcurre en un flujo mental al fin y al cabo, lo que serían las “aguas mercuriales” de las que habla la alquimia, y que pesan más que el propio plomo, la corporalidad). En este sentido podemos establecer tres posibilidades de trascender este río de la existencia fenoménica, o similarmente tres modos de concebir los procesos internos de encauzar las aguas de la psique:

a) Remontar el curso del río hasta la Fuente.  Lo que supone revertir la corriente hacia atrás, hacia el origen. Se trataría del río celeste como fuente vertical de procedencia, y nuestro regreso a la cuna, a la matriz y manantial original.

b) Cruzar las aguas de orilla a orilla. Se trata de la iniciación y los ritos de pasaje, el paso del “puente estrecho” con todos sus peligros y pruebas. Atravesar la fuerte corriente de las formas implica un gran ímpetu de Espíritu, que trascienda finalmente este río de la muerte hacia la inmortalidad.

c) Seguir la corriente hasta desembocar en el Mar. No es más que dejarse fluir hasta que por propia inercia se alcance la meta y destino final, aunque no sea tan directo como el anterior. Lo que habrá que evitar es salirse del curso natural y no arrastrar adherencias contaminantes en el transcurso.

Como se intuye podemos observar, en términos astrológicos, una prefiguración de los tres signos de agua, respectivamente Cáncer, Escorpio y Piscis. Y sobre todo la importancia del simbolismo sagrado de la navegación, pues es necesario navegar de algún modo este continente inmenso de la psique en todo el periplo iniciático que supone el camino del autoconocimiento, sin caer en los laberintos mentales que continuamente extravían. Los diversos contenidos vivenciales del alma pueden ser monstruosos o fascinantes, y de lo que se trata entonces es de esquivar unos y pescar otros sin perder de vista que son siempre reflejos acuosos de una misma Luz superior. Las aguas agitadas y enturbiadas generan apariencias monstruosas, pero si están en calma y quietud, su misma naturaleza translúcida permite vislumbrar un abanico de reflejos lumínicos de indescriptible belleza.

Podemos ver tres combinaciones posibles con los restantes elementos, es decir, un agua más terrestre, un agua más ígnea y un agua más aérea. Es decir, el signo astrológico de Cáncer, agua maternal, que humedece la tierra para que pueda moldearse al mismo tiempo que la riega y nutre; el signo de Escorpio, agua encendida por las pasiones, a altas temperaturas y en ebullición, caldo de cocción necesario para toda transustanciación; y el signo de Piscis, agua etérea, evanescente e invisible, sublimada y evaporada hacia lo celeste.

En otro orden y siguiendo con las tres aguas zodiacales, resulta interesante discriminar incluso en términos orgánicos cómo se manifiesta esta sustancia. Por ejemplo, Cáncer rige el estómago y el primer proceso digestivo, de donde se deriva el importante papel de la salivación y el sentido del gusto, que en las doctrinas hindúes es asociado al elemento agua. Pero este arquetipo, en su función de mater nutricia, es principalmente expresado en las mamas, como fuentes de todo un mar de alimento: la leche, esa agua opaca, nutritiva y proteica que actúa como nuestro primer calmante acunador.

Respecto a Escorpio, a nivel orgánico podríamos asociarlo a la sangre, al líquido ígneo que nos recorre, caliente, vivificador pero también símbolo de la muerte. Además, este signo es asociado a su vez con el esperma y los flujos sexuales, las “secreciones” que guardan el “secreto” de la vida. Tradicionalmente se considera que la sustancia fluídica de la psique se vehicula a través de estos líquidos, la sangre, el semen y el menstruo, de ahí su importancia en las operaciones de magia.

Por último, el agua mutable de Piscis no sería más que el líquido amniótico de la placenta, nuestra primera experiencia acuosa envolvente. Y también el mar de plasma sanguíneo y la distribución y circulación líquida del organismo a través del sistema linfático. Además, aún cabría meditar sobre una misteriosa y poco explorada manifestación del agua que solapa el nivel fisiológico con el nivel psicológico: el llorar.

Pero continuando con la esencia propia del elemento agua, debemos advertir sobre la limitación que supone toda etiqueta o esquema definido, al encontrarnos con un elemento fluido y escurridizo en sí. A pesar de su característica absorción o adaptabilidad respecto a elementos foráneos, no deja de ser incolora e informe en su naturaleza indescriptible. Lo que esto significa es que se trata de un elemento puramente subjetivo, no racional, no sujeto a sistematizaciones ni catalogaciones estáticas, y que su modo de expresión siempre va a ser más afín al discurso imaginario y no abstracto, dinámico y no conceptual.

 

Al hablar de “imaginario” se hace referencia a todo el flujo de imágenes que pueden darse en el espacio de la conciencia, no sólo visuales sino también sonoras, en tanto formas expresivas de todo sentir y que brotan de lo más íntimo del ser. Evidentemente asociamos a este término un carácter altamente fantasioso y arbitrario, pero no hay que perder de vista que en un sentido superior podríamos hablar también de “imaginal”, término acuñado por el filósofo Henry Corbin con base en la espiritualidad sufí y tradiciones gnósticas para dar cuenta del mundo arquetípico de las imágenes del alma. La imaginación en tanto facultad visionaria e intuitiva es la encargada de vehicular, de dar forma epifánica, a las fulguraciones superiores del Espíritu, y de ahí que sea la mayor potencia de este ámbito intermedio de las aguas anímicas, nuestro “ángel” como función encargada de religar el cielo y la tierra.

Siempre detrás de todo verdadero acto de contemplación se esconde una filosofía de la imaginación activa, en el sentido de que es la visión quien proyecta la luz hacia afuera, iluminando las imágenes por su propia voluntad de producir lo bello. Hecho que nos reconduce a la función sagrada de los ojos en tanto “charco inexplorado de luz líquida”. Desde aquí podemos entender a su vez el misterio de la magia y la evocación, o capacidad de modelar imágenes con tal poder de voluntad que precipiten en la realidad fenoménica por la propia inercia acuosa subyacente que todo lo empapa.

Y es que no hay mejor elemento para simbolizar esa fascinación, absorción y atracción que acaba por fundir todo lo que toca en su fuerza disolutiva. Esto puede vivirse en sentido positivo, por ejemplo, en la dulzura y frescura que emana un íntimo arroyo en primavera en todo su aspecto juvenil y revivificante. O también en un sentido más sombrío, si en lugar de quedarnos con los reflejos naturales de la superficie volcamos la contemplación hacia lo profundo ignoto, siendo entonces aguas de muerte, como la siniestra noche en un húmedo estanque o la tempestad furiosa en alta mar. En estos casos la inmersión se produce por una depresión o hundimiento, un descenso necesario a los bajos fondos no exento de sufrimiento o incluso suicidio lento. Ahogo emocional, en suma, de las propias resistencias egoicas que entran en proceso de disolución. Es de destacar entonces que siendo el elemento más pasivo tiene el potencial más activo, pues así como una sola gota de impureza contamina un océano, también una sola gota de néctar puede purificarlo.

En el ámbito imaginario no hay más límites que los del propio sujeto experimentador, del receptáculo contenedor de las aguas vivas. Aguas que de por sí no conciben topes, aunque anhelen deslizarse y acariciar superficies definidas por su fuerza magnética. A mayor apertura del sujeto en sensibilidad e intuición, mayor desborde de estas aguas en toda su potencia, como afirma Bachelard: “una gota de agua poderosa basta para crear un mundo y para disolver la noche. Para soñar el poder, basta una gota imaginada en profundidad. El agua así dinamizada es un germen; otorga a la vida un ímpetu inagotable”.

Estamos así inmersos de lleno en el reino de los sentimientos, aguas internas ricas en distintas vivencias, de lo más diverso, insólito e inclasificable, al ser un ámbito único e intransferible para el sujeto que las padece. Condicionantes de todo tipo, respuestas inconscientes, miedos y temores muy hondos, anhelos indescriptibles e indefinidos, deseos de pulsiones instintivas, material onírico y fantasía, etc. Pero también la intuición profunda hacia la esfera sutil, lo evanescente, la sensibilidad y empatía, la comprensión pura desde el alma, y el amor-fusión hacia cualquier forma, animada o inanimada, humana o divina. Así, si la conducta es movida por la voluntad en el elemento fuego, por los pensamientos en el aire y por los resultados en la tierra, serán todos estos estados internos los que movilicen al agua.

A un nivel más concreto, fisiológico incluso, es de destacar también el poder curativo y sanador asociado desde antaño a las aguas, como puede ser a través del baño. Seguramente el efecto calmante sea debido a esos recuerdos subconscientes que recrean el estado flotante en la placenta prenatal, de fusión en el seno materno, y esa tranquilidad de la seguridad protectora. Los baños medicinales y toda forma de hidroterapia destacan por sus propiedades beneficiosas para el organismo. Y no es de extrañar del elemento que la tradición asigna al temperamento flemático, y que rige por tanto todos los fluidos del cuerpo, como vemos en la composición del cerebro, la linfa, la sangre o los jugos internos.

El principal componente del organismo humano es el agua, con un peso del total en torno al 70%, similar a su presencia en el cerebro, y dicho sea de paso, el mismo porcentaje de agua sobre la corteza terrestre. De ahí, por ejemplo, los importantes beneficios del agua de mar, no sólo por vía tópica sino también ingerida, como demostraron los estudios de René Quinton (Luna en Piscis), al constatar la similitud con el plasma sanguíneo y la presencia de todos los elementos de la tabla periódica. A ello llegó buscando cura a su tuberculosis, la cual se erradicó, y tras oír referencias de su uso terapéutico remitidas ya por Platón en base a sacerdotes egipcios. Y no sólo podemos apreciar esta corriente fluida a nivel fisiológico sino también a nivel sutil-energético: los mismos nadis de ascenso y descenso que conectan los chacras del yoga, o los meridianos de la medicina china como ríos de energía que vivifican el terreno del cuerpo.

 

Pero veamos cómo modela la personalidad psicológica este elemento, de acuerdo con el uso que se hace desde la astrología. Como podemos deducir de lo expuesto, es claro que el agua va a definir un tipo de carácter tranquilo y agradable, dócil, afable, empático, reservado, introvertido y vulnerable, aunque también con inclinación a la apatía y el cansancio, la somnolencia, la inseguridad, el temor, etc. por su fuerte composición pasiva e influenciable. Según los comunes balances de elementos que se establecen en una primera aproximación a una carta natal, se contemplan algunas posibilidades básicas como la deficiencia de agua, su exceso, o la combinación con los restantes.

Por ejemplo, una deficiencia marcada puede indicar una dificultad en la conexión con la propia alma, con el mundo del sentir, de las necesidades afectivas, propias y ajenas. Establecer vínculos íntimos no es necesario, lo cual establece cierta distancia con el ámbito de la comprensión, sensibilidad e intuición, desdeñándolo o no considerándolo importante. Como es natural, el efecto tapón o compensatorio que puede asumir otro elemento dominante puede llevar al endurecimiento y la sequedad por la falta extrema de agua.

En cuanto a su exceso, la hipersensibilidad y vulnerabilidad sobresalen, lo cual dificulta que prendan la extroversión activa, fuerza y vitalidad. La timidez es destacada, y aunque hay mucha influenciabilidad del entorno, oscilando en reacciones entre el miedo y el anhelo, el carácter pasivo también otorga capacidad de adaptación y amoldamiento a las circunstancias. La vida interior es muy rica, y es necesario un alimento emocional constante, que puede llegar a ser absorbente. Ante todo, se debe evitar el derrame emocional que pueda llevar a la experiencia del ahogo y el agotamiento existencial. La clave estará en encontrar la serenidad interior a través de canales que drenen esta tremenda sensibilidad.

El énfasis en la combinación entre el agua y la tierra suele dar una tipología centrada en las necesidades y la seguridad, tanto emocionales como materiales, y los consecuentes apegos que éstas generan. Tendencia conservadora por la capacidad de adaptación a las estructuras ya establecidas, buscando siempre la comodidad por afinidad. También destaca la paciencia, receptividad, escucha y mucha intuición en lo perceptivo y sensorial, al agrupar los dos elementos femeninos, yin.

El agua con el aire es una combinación que otorga cualidades psicoanalíticas, en el sentido de poder tomar perspectiva en cuanto a los sentimientos y comprenderlos desde modelos conceptuales. A la inversa, mucha facilidad para vivenciar e implicarse emocionalmente en las propias ideas y concepciones. Los anhelos del agua también pueden evaporarse en forma de ideales humanitarios, al igual que ensueños de posibilidades diversas, como las formas cambiantes de las nubes en el cielo, lo que potencia mucho la imaginación.

Respecto al agua junto con el fuego, es la combinación más subjetiva, siempre desde la ambivalencia de una motivación honda, pasional, que genera reacciones impulsivas y vivencias intensas. Cuesta mucho el distanciamiento de las experiencias, que reafirman al sujeto. Pueden ser muy expresivos, incluso dramáticos o teatrales, y mostrar también calidez emocional. Es una combinación de inspiración directa, irracional, en el sentido creativo sobre todo.

Todas estas consideraciones serían respecto a distribuciones y peso planetario en los signos zodiacales, pero también hay que tener en cuenta que la astrología opera a varios niveles. Si los signos siempre nos van a indicar recursos energéticos a disposición, es decir predisposiciones internas a modo de una herencia innata, las casas correspondientes nos hablarán de cierto déficit de ese arquetipo, lo que conlleva la necesidad de su integración, de una adquisición mediante continuas dosis de aprendizaje circunstancial. Así, los procesos psicológicos internos vienen indicados por los signos, mientras que los contextos y ámbitos concretos de plasmación externa por las casas.

Por ello se habla también de las casas de agua, con el mismo simbolismo que los respectivos signos pero a nivel de experiencias de vida. Con lo que podemos encontrarnos a su vez con desequilibrios en los balances entre signos y casas de la misma naturaleza, según la distinta presencia planetaria. Por ejemplo, puede darse que habiendo falta de agua por signos, en cambio las casas de agua estén testadas, hecho que puede dar cierta dificultad a la hora de encarar las crisis emocionales y las experiencias de apego-desapego, al ser un aprendizaje nuevo del que no se dispone una naturaleza interior afín. Por el contrario, habiendo fuerte presencia de agua por signos, puede que las casas de agua estén vacías, con lo que habrá que encontrar nuevos cauces a través de otros elementos para expresar esa sensibilidad: intelectualizándola y sociabilizándola si están en casas de aire, expresándola a través de lo espontáneo y creativo en casas de fuego, o fructificándola a través de siembras en casas detTierra.

Para concluir, hay que señalar que la astrología se ocupa de la gestalt, de la forma, en este caso cósmica-humana, y por lo tanto, de los patrones y ritmos cíclicos que estructuran la manifestación en todos sus órdenes, desde totalidades mayores a menores, pues no hay partes sino reflejos del Todo, holones estructurados en una variabilidad fractal.

Desde el agua, más allá de una visión sistémica fuertemente delimitada, toda esta realidad es percibida de forma líquida, es decir desde un enfoque dinámico que percibe la continuidad de todas las corrientes energéticas. Sin salirse nunca de los principios inherentes, más que en los intrincados canales arteriales se centra en la savia que circula interiormente. Lo que aporta, pues, en su aplicación y enfoque astrológico, es la fluidez y frescura de construir el relato visionario de la propia alma desde la intuición viva del símbolo. Y con la finalidad propiamente terapéutica que supone todo acto de reconocimiento no dual entre lo externo y lo interno, lo alto y lo bajo.

 

Página del autor: www.astrologiasacra.com