Fiódor Dostoyevski fue quizá el novelista que con mayor penetración ha sondeado el alma, realmente un hombre que en su corazón pudo acomodar lo más aciago y lo más sublime. Alexander Solzhenitsyn dijo sobre él:
La sentencia de Dostoyevski "la belleza salvará al mundo" no fue una frase descuidada sino una profecía. Después de todo, a él le fue otorgado ver tanto, un hombre de una iluminación fantástica. Y en ese caso, ¿el arte, la literatura realmente pueden ayudar al mundo hoy?
Uno de los grades testimonios que dejó el novelista ruso es esta idea de que "la belleza salvará al mundo", la cual es una idea del personaje central de El idiota, el príncipe Mishkin, en quien Dostoyevski quiso hacer encarnar el "bien absoluto", un alma realmente bella, una persona que por su inocencia fuera capaz de ver la belleza radiante de las cosas y amarlas. Como para Platón, la belleza para Dostoyevski es sinónima de lo bueno, pero además a esto le agrega la visión cristiana de una belleza que tiene que ver con la compasión, con ver belleza en el rostro del otro que sufre y sentir piedad y extender el corazón. Su príncipe señala, acerca de la mujer caída Natasha Filippovna: "si hubiera bondad en ella todo sería salvado".
Ahora bien, lo notable del príncipe Mishkin es que es considerado un idiota, un tonto, un hombre enfermo y débil por algunos de los personajes de la novela. Esta enfermo de epilepsia, es sumamente inocente y por momentos ingenuo, es socialmente inadecuado y sin embargo demuestra tener, en el fondo, una inteligencia superior, una intuición hasta profética. Esto se debe a que el príncipe piensa con el corazón y no con el cerebro solamente; no juzga a las personas por las apariencias, no tiene intenciones de sacar provecho de sus relaciones; ve a los demás con ojos amables y esta generosidad, esta candidez, le permite establecer una relación más profunda y genuina. Su inocencia es hasta cierto punto infantil, pero también en el sentido crístico, de hacerse como los niños para entrar al cielo. Tal vez sea idiota, pero sobre todo, es un santo. Encarna exactamente lo que el Evangelio de Mateo señala: "bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios". Dostoyevski, quien también padeció epilepsia, sugiere que en el caso del príncipe sus ataques le permitían ver la realidad divina, pero no por un proceso relacionado a su enfermedad sino que, más bien, su enfermedad era un síntoma de su bondad, de la gracia que había recibido:
Pensaba, entre otras cosas, en que en su estado epiléptico había un grado, casi inmediatamente antes del ataque [...] en que, de pronto, en medio de la tristeza, de la bruma, de la opresión espiritual, parecía a veces inflamársele el cerebro y un estallido extraordinario exaltar al mismo tiempo todas sus energías vitales. La sensación de la vida, la conciencia, casi se duplicaba en aquellos instantes que se prolongaban como relámpagos. Alma, corazón, iluminábanse con desusada luz; todas sus agitaciones, todas sus dudas, toda su inquietud parecían amansarse de pronto, sumirse en una altísima serenidad, henchida de júbilo, y unas ilusiones radiantes y armoniosas, llenas de razón y de razones definitivas... Por lo demás, él no se aferraba a la parte dialéctica de su razonamiento, el estupor, la niebla mental, el idiotismo, eran para él la clara consecuencia de aquellos instantes... ¿qué hacer verdaderamente con la realidad? Porque aquello existía, él podía decirse a sí mismo, en aquel segundo, por una suerte ilimitada, que aquel segundo él lo sentía plenamente, y podía incluso valer por toda su vida [...] en ese momento se me hace comprensible esa frase extraordinaria de que "ya no habrá más tiempo".
[...] "¿Qué importa que sea sólo enfermedad, una tensión anormal del cerebro, si cuando recuerdo y analizo el momento, parece haber sido uno de armonía y belleza en el más alto grado -un instante de la más profunda sensación, sobreabundante de alegría y rapto, devoción extática, vida total-?".
Una de las enseñanzas que el príncipe Mishkin nos lega es, sin duda, que la verdadera inteligencia va más allá de lo meramente racional y abarca lo emocional e incluso lo erótico o, mejor dicho, lo agapeico. Es sólo esta profundidad de la inteligencia del corazón la que permite unirse y participar con las demás personas. Es este el significado también de que amar al prójimo como te amas a ti mismo es la entrada a la dicha celestial.
Otra de las enseñanzas tiene que ver con que la sociedad tiende a rechazar lo que es realmente auténtico, lo que no se rige por las mismas reglas y deseos o por la voluntad de poder. De aquí la figura del idiota que podemos comparar con la del loco -como el loco del tarot, o el llamado "holy fool"-. "Un hombre que es auténtico parece y se comporta como un demente para aquellos que viven en el mundo de las ilusiones, así que cuando llaman a un hombre un idiota solamente se refieren a alguien que no vive en el mundo de sus ilusiones", dijo Gurdjieff. El príncipe Mishkin es un hombre ingenuo e inocente, en un mundo violento e inmoral en el que parece que todo está permitido (si Dios no existe, todo está permitido, es la frase que Dostoyevski criticó) y que arrasa a aquellas almas delicadas que viven conforme a los ideales de belleza, verdad y bondad. No obstante, el príncipe, justo por su inocencia y su pureza de corazón, es capaz de percibir una armonía y una belleza luminosa que le dan sentido a la vida, incluso en la enfermedad y la más aciaga contrariedad. Apreciar la belleza del mundo en todo su misterio es algo que produce una devoción natural, un estado de gracia. "La belleza salvará al mundo". La belleza, ciertamente, no en su sentido cosmético y decorativo, sino en su sentido cósmico y existencial: "el esplendor de la verdad", como dijo Platón. El príncipe está enfermo, pero en realidad su enfermedad es una salud más alta, la forma en la que el alma usa el cuerpo para lograr un entendimiento. Como dijo Jung: "no estamos aquí para sanar nuestras enfermedades, sino para que nuestras enfermedades nos sanen a nosotros". Si estamos atentos veremos que nuestras enfermedades, nuestras depresiones, nos hacen alejarnos de la superficie del mundo e ir hacia lo profundo; contienen un mensaje; la naturaleza no es muda, como creía Sartre, sino que tiene significado y sentido: es lenguaje vivo y espejo del espíritu.
El príncipe Mishkin es realmente un príncipe porque ve el mundo con los ojos de un niño, pero del lado de la experiencia. Son ojos adánicos redivivos los suyos: "
¿Sabes que no sé cómo uno puede caminar cerca de un árbol y no ser feliz en ese instante? ¡Cómo uno puede hablar con una persona y no ser feliz al amarlo! Sólo que no puede expresarlo... ¡Y qué belleza hay a cada paso, tal que incluso el hombre más desconsolado debe de sentir que el mundo es bello! ¡Ve a un niño, ve el amanecer de Dios, ve cómo crece el pasto, ve a los ojos que te miran y te aman!".
En otra parte, el príncipe hace un diagnóstico que resulta todavía vigente: "Nuestros malos hábitos nos han hecho frívolos; nos aburrimos, no sabemos dónde buscar, no sabemos cómo entender". No sabemos buscar en el corazón, ir hacia adentro, dialogar con el sufrimiento y buscar la verdad. Vivimos adictos al entretenimiento, a las distracciones, a la ligereza, al placer. Sin duda hay mucho que podemos aprender de un "príncipe idiota", un personaje en quien se resume no sólo el ideal cristiano de un alma bella -que Hegel y Nietzsche aborrecieron- sino también el ideal de mirar el mundo con ojos encendidos -y purificados- por el asombro ante la cosa en sí, el ideal tanto del filósofo griego como del sabio oriental.