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¿Un argumento antinatalista o una rabieta infantil?

En alguna página Borges escribió que salvo el ser humano, todos los animales son inmortales, pues ninguno tiene conciencia de la muerte, una idea que muy probablemente le vino de su estudio de las filosofías orientales y occidentales que de uno u otro modo siempre se han ocupado de la muerte, ese fin misterioso de la vida.

Dicho interés, sin embargo, no ha sido mórbido, sino más bien paradójicamente vital. Si la filosofía, la religión o la ciencia han investigado la muerte es porque en el fondo es la vida la que es misteriosa. Aun cuando signifique el final, la muerte tiene sentido únicamente en el marco de la vida. Dicho así podríamos mirar de otro modo el interés borgesiano y, junto a otros, más bien maravillarnos frente la vida, preguntarnos qué es, por qué surgió, cuál es su sentido.

En esa línea de pensamiento, otro motivo relativamente común en la historia de la literatura y la filosofía ha sido la idea de fatalidad que acompaña a la vida, misma que se expresa sí en la muerte pero también en el nacimiento. De cierta forma, ambos son igualmente fatales, pero curiosamente estamos menos habituados a pensar la llegada a este mundo bajo esa óptica. 

Dadas las condiciones en que nace la cría del ser humano –frágil, indefensa, todavía no completamente desarrollada–, la mayoría de nosotros guardamos escasos recuerdos conscientes de nuestra llegada al mundo, y quizá por eso tendemos a subestimar su importancia, pero lo cierto es que nacer es casi tan fatal como morir: nadie de los aquí presentes supo en ningún momento que nacería. Sin embargo, aquí estamos.

Dicha fatalidad, decíamos, ha sido objeto de reflexión artística y filosófica. Un motivo que ha sido retomado por Teognis de Megara (Elegías), Sófocles (Edipo en Colono) y Nietzsche (El nacimiento de la tragedia) afirma que de todos los bienes que el ser humano podría disfrutar, el mejor sería no haber nacido; el segundo mejor: dejar este mundo tan pronto como sea posible. Alegóricos, los griegos. 

Esa postura frente a la vida va y viene a lo largo de la historia y de tanto en tanto se le ha conceptualizado bajo la idea del “antinatalismo”, una corriente con ciertas raíces filosóficas y extensiones hacia otras disciplinas que, como su nombre sugiere, ofrece argumentos para evitar que el ser humano se reproduzca o, dicho de otro modo, para evitar que más seres humanos nazcan. 

En años recientes el antinatalismo ha cobrado fuerza o presencia particularmente debido a la crisis en la que algunos consideran que se encuentra la vida en la Tierra y aun el destino de la especie humana, actualmente y como efecto de nuestra propia actividad de las últimas décadas. Hay quienes sugieren que controlar el crecimiento poblacional o, directamente, evitar tener hijos, es la única opción para evitar el colapso ambiental que se avecina y de algún modo asegurar nuestra supervivencia.

Si esto es cierto o no es difícil de saber, pero la coyuntura ha sido aprovechada para difundir argumentos antinatalistas. Así, por ejemplo, Raphael Samuel, un hombre de 27 años nacido en Bombay, la India, que hace unos días aseguró que pretende demandar a sus padres porque en ningún momento le pidieron su consentimiento para nacer y, más tarde en la vida, para criarlo, formarlo y hacerle enfrentar las situaciones propias de la existencia.

Samuel hizo pública su posición a través de Facebook, de donde fue retomada por medios locales y globales. Según parece, el hombre es un antinatalista convencido, lo cual parece sostener tanto su postura como la supuesta acción legal que emprenderá contra sus padres.

“La única razón por la que sus niños enfrentan problemas es porque ustedes los tuvieron. ¿No es acaso secuestro y esclavitud obligar a un niño a llegar a este mundo y obligarlo después a tener una carrera?”, dice Samuel en una parte de su alegato.

Quizá a este hombre valga la pena repetirle lo que le dice Séneca a Lucilio en una de sus Cartas morales: “La cosa mejor que ha hecho la ley eterna es que, habiéndonos dado una sola entrada a la vida, nos ha procurado miles de salidas”.

 

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