Más que una educación sentimental, el amor es una educación del ser, una actualización de la esencia única de cada persona; esto es algo que podemos inferir del entendimiento del amor en la tradición platónica y neoplatónica, así como también del cristianismo, que toma abundantemente del platonismo. En otras palabras, el amor nos educa a ser quienes somos. (La palabra educar remite a un movimiento que va de adentro hacia afuera. Nuestra esencia sale a relucir, la semilla florece, el telos se actualiza). Y lo que estas tradiciones enseñan es que esta naturaleza original y auténtica es algo divino. El amor para la tradición órfica, que influyó notablemente en el platonismo, era el primero de los dioses. Y san Juan, con su famosa frase: ho theos agape estin.
La escritora Anne Carson escribió en su entrañable Eros the Bittersweet:
El momento de manía cuando Eros entra en el amante, es para Sócrates el momento más importante que confrontar y asir. "Ahora" es un regalo de los dioses y un acceso a la realidad. Llamarte a ti mismo en el momento en el que Eros se adentra en tu vida y asir lo que está pasando en ese momento en tu alma es empezar a entender cómo vivir. El modo de posesión de Eros es una educación: te puede enseñar la verdadera naturaleza de lo que está dentro de ti. Una vez que atisbas eso, puedes empezar a convertirte en él. Sócrates dice que es el atisbo de un dios.
Así que en la inyección del amor, en lo que para Sócrates era una manía, somos testigos de una teofanía, de la presencia de un dios. El amor siempre es teofanía pero, como ha notado Roberto Calasso, lo divino necesita ser reconocido. Ocurre como un centelleo discreto, pero el ser humano debe mirar atentamente para descubrir la irrupción del dios: una cadena de oro que une el cielo con la tierra. Si nos observamos en el amor, si somos capaces de fincar ahí, de observar todo nuestro proceso sin por ello coartarlo, nos dice Carson, podemos empezar a ver lo real y tener una epifanía, un entendimiento de la naturaleza del ser en sí mismo. En otras palabras, podemos aprender a dejarnos poseer por el amor y en esa posesión ver quiénes somos. Si podemos mantenernos en esa atención, quizá sería posible convertirse en amor. Y tal vez entonces no tener una identidad fija, sino ser una energía o una transparencia, que para los griegos era un dios.
Carson continua:
Hay algo realmente convincente en las percepciones que te ocurren cuando estás enamorado. Parecen que son más verdaderas que las otras percepciones y más auténticamente tuyas, ganadas a través del costo personal...
Percibes lo que eres, de lo que careces, lo que podrías ser... ¿Por qué cuando te enamoras sientes como si estuvieras viendo el mundo como realmente es? Un ánimo de conocimiento flota sobre tu vida. Pareces saber qué es real y qué no lo es... Este estado de ánimo no es una ilusión, según creía Sócrates. Es un vistazo a la profundidad del tiempo, a realidades que alguna vez conociste, tan asombrosamente bellas como el rostro de tu amado.
Para el platonismo y para el cristianismo existe una identidad metafísica entre la belleza, el bien y la verdad, todos siendo las diferentes facetas del rostro divino, pero el principio o fuerza que alcanza estas realidades trascendentes es el amor, que es algo así como la fuerza que unifica esta trinidad de ideas eternas. La tradición neoplatónica identificará lo real, como hace Carson, con el amor, el bien y la belleza. Y esto hasta el punto de considerar que sólo en la expresión del amor la persona es, mientras que la persona que no ama está privada de su plenitud, incluso de la más básica cualidad ontológica. Si no ama, no es. Dionisio Aeropagita, el teólogo cristiano neoplatónico, escribió:
Y ya que el Bien (Dios) es el principio de inteligibilidad y por lo tanto del ser, en la medida en la que algo no logra participar en este principio es deficiente en su ser. El reconocimiento de los males en el mundo y en nosotros mismos es el reconocimiento de que el mundo y nosotros mismos, como los encontramos, son menos que la plenitud de la existencia porque no amamos perfectamente a Dios, el Bien.
Esta parece ser la enseñanza suprema y en la cual encontramos la más alta educación. Sólo a través del amor actualizamos nuestra auténtica naturaleza, que es la divinidad misma.