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"Convertirse en un mundo, transformarse en un mundo para sí por amor a otro, es una pretensión grande y modesta a la vez, algo que elige y que da vocación y amplitud", escribe Rilke

El amor es, sin duda, uno de los temas fundamentales de la condición humana. Desde que nuestra especie hizo de la cultura su segunda naturaleza, la noción de amor tiene un lugar fundamental de la existencia, desde el nacimiento hasta la muerte del individuo, presentándose en distintos momentos como una necesidad, una búsqueda, una pregunta, un refugio, una satisfacción, un instante de felicidad, una certeza y un desafío, entre muchas otras expresiones.

Pero como sucede con otros aspectos de aquello que nos conforma como humanos, por más que el "problema" del amor se conozca y se haya tratado desde hace siglos, cada persona necesita encararlo y experimentarlo a su manera, por sí misma, para entenderlo y eventualmente resolverlo.

En este espíritu, compartimos a continuación algunas cuantas líneas de Rainer Maria Rilke a propósito del amor. El fragmento proviene de las Cartas a un joven poeta, indudablemente uno de los textos más conocidos de Rilke y también uno de los más emotivos, escrito en una prosa profundamente sensible y sobre todo sabia, una combinación poco usual que demuestra una de las grandes cualidades del escritor austríaco: su amplio conocimiento tanto de la lengua y sus recursos como de la vida en sí.

En el fragmento elegido, Rilke habla del amor como un trabajo y como una tarea, esto es, como una acción que requiere esfuerzo, disciplina y experiencia. Aunque en el fondo el amor es sencillo –amar es sencillo–, como bien señala Rilke, antes de arribar a esa luminosa sencillez hace falta aprender a amar, y ese aprendizaje toma tiempo, recursos, atención e incluso el tránsito por algunos estados que de inicio nos parecerán poco agradables (la soledad, por ejemplo). Veamos:

También amar es bueno, pues el amor es difícil. Amarse de persona a persona es quizás lo más difícil de todo lo que nos ha sido encomendado, lo más avanzado, la última prueba y examen, el trabajo por excelencia, para el que cualquier otro trabajo es sólo preparación. Por eso los jóvenes, que son principiantes en todo, todavía no conocen el amor: tienen que aprenderlo. Con todas sus fuerzas, con todo su ser reunido en torno a un corazón solitario, inquieto, latiendo hacia arriba, tienen que aprender a amar. El tiempo del aprendizaje es siempre largo y hermético. De este modo, amar será durante mucho tiempo y a lo largo de la vida, soledad, recogimiento prolongado y profundo para aquel que ama. Amar, principalmente, no es nada que signifique evadirse de sí mismo, darse y unirse a otro, porque ¿qué sería la unión de unos seres aún turbios, incompletos, confusos? Amar es una sublime oportunidad para que el individuo madure, para llegar a ser algo en sí mismo. Convertirse en un mundo, transformarse en un mundo para sí por amor a otro, es una pretensión grande y modesta a la vez, algo que elige y que da vocación y amplitud. Sólo en este sentido, como tarea para trabajar en uno mismo ("escuchar y martillear noche y día") les está permitido usar a los jóvenes el amor que les ha sido dado. Exteriorizarse, crear cualquier tipo de comunidad, no es para ellos (que aún han de ahorrar y reunir durante mucho, mucho tiempo), lo último, lo definitivo. Para conseguirlo, apenas hay bastante con toda una vida humana.

Por esto, los jóvenes suelen equivocarse tan desdichadamente. La impaciencia (que es parte constitutiva de su naturaleza) hace que se arrojen en brazos de otro cuando viene la crecida del amor, que se prodiguen tal como son con toda su turbulencia, desorden y confusión. ¿Qué puede, pues, ocurrir? ¿Qué puede hacer la vida con esa tropa de semifrustrados que ellos llaman su comunidad, que lo querrían llamar su felicidad y, si pudieran, su futuro? Y así cada uno se pierde a sí mismo por amor del otro y pierde al otro y a otros muchos que querrían venir.

¿Por qué Rilke habla del amor como un "error" durante la juventud? Esencialmente, porque el poeta mira al amor con una perspectiva amplia, no sólo como la fiebre que nos inunda y nos hace sentirnos atraídos hacia una persona, sino más bien como ese deseo un tanto inexpresable que nos hace sentirnos unidos a una persona o, mejor dicho, próximos, pues como bien señala el poeta, el amor auténtico se alcanza cuando el sujeto, sin dejar de ser sí mismo, sin renunciar a lo que es o a lo que ha construido, es capaz de enlazar ese mundo con el de otra persona. Pero ese conocimiento y esa experiencia van, de algún modo, a contracorriente de la juventud, que es toda ímpetu y frenesí. 

Sin embargo, es necesario aprender a amar.

 

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