Generalmente, una adicción tiene que ver con un problema interior (una especie de sensación respecto de la vida). Como sociedad, hoy estamos envueltos en una dinámica frenética que nos invita a competir, ser exitosos, producir, aparecer en las redes sociales, todo ello sin descanso, y cada vez tenemos menos tiempo para darnos un respiro y confrontarnos con lo que verdaderamente creemos y buscamos ser.
En este rimo es muy fácil perder de vista cuando, por generar aún más distracción, o como una especie de ansiolítico (aunque paradójicamente nos produzca mayor ansiedad), caemos en alguna adicción, ya sea a la comida o al entretenimiento, el tabaco, el alcohol, la fiesta, las redes sociales, la lista puede ser inabarcable.
En este sentido un freno que nos invite a tener un encuentro con nosotros mismos puede ser ideal para caer en cuenta de aquello a lo que somos adictos y, de paso, si esta herramienta además nos ayuda a liberarnos de la adicción, entonces estamos hablando de una espléndida joya. Recientemente, un estudio publicado en la revista Drug and Alcohol Dependence encontró que la meditación es efectiva tanto en la prevención como en el tratamiento de las adicciones.
Los investigadores ubicaron los síntomas más recurrentes asociados a las adicciones, tales como antojo desmedido, compulsividad e impulsividad, humores negativos y estrés. Conformaron un grupo de fumadores y no fumadores y los adentraron en un entrenamiento de meditación.
Luego de la meditación, los resultados obtenidos por medio de una muestra de saliva en ambos grupos revelaron increíbles beneficios, pues las áreas del cerebro vinculadas a los anteriores síntomas redujeron su actividad. En resumen, la regulación emocional que aporta la meditación es un poderoso método contra las adicciones, quizá el mayor hasta ahora conocido.
Un patrón se convierte en una adicción cuando experimentamos un sentimiento que nos disgusta, buscamos refugio, recibimos como compensación una dosis de dopamina y luego recurrimos a ella una y otra vez.
En este sentido el mindfulness equilibra las emociones, nos hace observarlas desde fuera y, con ello, de algún modo ser más dueños de nosotros mismos.
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