Durante el momento de la iluminación, cuando veo la faz original de la mente, una compasión ilimitada emerge. Entre más grande la iluminación, más grande la compasión. Entre mayor mi compasión, más profunda la sabiduría que siento. Este inequívoco camino de no-dualidad es la incomparable práctica del Dharma. (Vow of the Mahamudra, traductor Evans-Wentz)
En este mundo, hasta la fecha
el odio nunca ha disipado el odio.
Sólo el amor disipa el odio: ésta es la ley.
(Dhammapada)
Para la mayoría de las personas ser inteligente es más atractivo que ser bueno. Creo que actualmente la mayoría de las personas elegiría ser inteligente a ser bueno si les dieran a escoger. La forma en la que está construida nuestra sociedad —basada en el éxito económico, en la búsqueda de notoriedad y en la percepción del mundo como competencia— parece priorizar la inteligencia sobre la bondad y tiene profundamente inculcada la noción de que la inteligencia es más valiosa para conseguir el éxito que desea y "salir adelante". En este artículo argumentaré que la compasión y la inteligencia (o la bondad y la sabiduría) están estrechamente ligadas, existen en una permanente retroalimentación y, en realidad, una persona no puede ser verdaderamente inteligente si no es también compasiva y, por una alquimia emocional, una persona bondadosa se vuelve naturalmente una persona sabia. Esto es algo que han descubierto numerosos maestros espirituales, y de hecho conforma el núcleo exotérico de sus enseñanzas: es el entendimiento profundo de la llamada “ley de oro” o reciprocidad.
La compasión es el sentimiento de empatía, de experimentar en carne propia el sufrimiento que otro experimenta, el cual motiva a la acción para erradicar ese sufrimiento. Como tal, es esencialmente altruista, libre de egoísmo. De alguna manera, la compasión requiere de una cierta sabiduría para poder sostenerse continuamente. La persona compasiva actúa desde la integración, de la noción de que no existe separado del otro, de que el bienestar de los demás es su propio bienestar y que la existencia de un yo individual fijo, estable, autónomo y separado del mundo es una ilusión. Si no sabe o no cree esto será difícil que encuentre una motivación para seguir actuando con compasión. Sin embargo, la compasión, a su vez, virtuosamente engendra inteligencia y sabiduría, en un bucle de retroalimentación positiva. La razón por la cual los actos bondadosos nos hacen más inteligentes es lo que intentaremos explicar aquí.
CAUSA Y EFECTO EN MENTE Y CUERPO
El fundamento que sustenta este argumento es que vivimos en un mundo regido por ciertas leyes universales. La más básica de ellas es la ley de la causa y el efecto. Los efectos son proporcionales a sus causas: una semilla de mostaza no dará un árbol de mangos. Desde una perspectiva moral esto se formula con la famosa "ley de oro", que se manifiesta de alguna u otra forma en todas las religiones y tradiciones filosóficas. Comparemos sólo algunas. San Pablo escribe a los gálatas:
Lo que cada uno haya sembrado, eso cosechará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne cosechará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
Algo similar puede encontrarse en varios libros de la Biblia, y de aquí se desprende la fórmula básica, repetida como sabiduría popular, de que lo que sembramos (específicamente el aspecto cualitativo de nuestros actos, ya sea que sean justos o injustos, que tengan como intención beneficiar a los demás o beneficiar a uno por encima de los demás) eso cosecharemos. Una visión similar es expresada por Jesús según Mateo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, aquí se introduce de manera más explícita el elemento de compasión. Podemos añadir que amarás a tu prójimo como a ti mismo, y así cosecharás lo que siembras –sin división entre lo interno y lo externo, lo propio y lo extraño, lo mío y lo tuyo.
El filósofo Manly P. Hall, hablando sobre la ley que se expresa en el conjunto de los textos sagrados, dice: “Tal vez no exista prueba alguna del origen divino de las escrituras, pero una forma de prueba puede encontrarse en el desastre que acontece cuando se rompen”. Es decir, una vez que violamos las leyes de la naturaleza, que son el espejo de la inteligencia divina, existe naturalmente una consecuencia y esto puede apreciarse generalmente en el estado de salud de un individuo o en el resultado de las cosas que emprende, tarde o temprano. En esta visión de las leyes de la naturaleza como el libro en el que se conoce a la deidad, Hall sigue a filósofos y científicos como Paracelso y Francis Bacon. Bacon famosamente escribió que Dios no necesita hacer milagros para probar su divinidad ya que la maravilla de su obra y la divinidad misma del mundo se revelan en la grandeza de las leyes de la naturaleza. Curiosamente Bacon es uno de los padres de la ciencia moderna, lo cual muestra que la religión y la ciencia no tienen que estar en contradicción.
KARMA Y DHARMA
Ahora veamos cómo aparece esto en el budismo. En el Dhammapada, el Buda famosamente enuncia: “Si uno habla o actúa con una mente impura, entonces el sufrimiento le sigue del mismo modo que la rueda sigue a la pezuña del buey”. En esta frase está la esencia del buddhadharma y lo que Alan Wallace ha llamado una “ciencia contemplativa”, y es que los budistas nos dirán que esto no es solamente una conjetura que existe en un rango de subjetividad que aplica a veces sí y a veces no, sino que puede comprobarse inexorablemente, tanto física como mentalmente. Una lúcida ampliación de este entendimiento de las leyes del karma puede observarse en la explicación que hace el gran enciclopedista tibetano Jamgon Kongtrul de los 4 pensamientos que hacen girar la mente hacia el Dharma:
Los efectos de mis actos me siguen como la sombra sigue a mi cuerpo.
[…] Experimentaré los efectos de todos mis actos.
No experimentaré los efectos de las acciones que no he realizado.
Mis acciones siguen evolucionando en los resultados que experimento.
La virtud inevitablemente madura como felicidad y el mal como sufrimiento.
Si bien el objetivo budista es liberarse de todo karma, es el karma positivo, los actos positivos, los cuales nos colocan en un posición adecuada para hacerlo. El Buda precisó que no todos los actos generan karmas que tienen que "pagarse", por decirlo vulgarmente, es decir, que forman sankharas o compuestos psicofísicos; es la intención (cetana) la que tiñe el acto, la que genera karma positivo o negativo. El bodhicitta —la mente despierta, la mente del bodhisattva cuya característica esencial es la compasión— es el método supremo para cultivar karma positivo y purificar el karma negativo y así poder alcanzar la sabiduría (el prajna) que revela la realidad del samsara como nirvana (en la parte final del artículo exploraremos más este bodhicitta, el sublime hallazgo de la ciencia budista). Aquí yace en buena medida la importante innovación que hace el budismo mahayana, a diferencia del llamado hinayana; se le llama el gran vehículo (el mahayana) porque sostiene que la compasión es el método principal para la liberación e introduce el camino del bodhisattva, aquel que ha jurado permanecer en el mundo (samsara) hasta que se liberen del sufrimiento todos los seres sensibles. Es difícil concebir una posición ante la vida más compasiva que ésta.
Es importante entender que el budismo ni el hinduismo sostienen que el karma —o la intención que lo in-forma— sean trascendentes o que se efectúen por la intervención de alguna deidad o proceso ulterior (tipo un Juicio Final). No hay nadie que castigue o premie. En el pecado se lleva la penitencia pero también en la virtud se lleva la recompensa. En realidad todo ocurre en el mismo instante. Esto significa necesariamente que la intención debe tener un componente energético sutil, lo cual está en concordancia con la cosmología budista, en la cual se mantiene una identidad entre la mente o la conciencia y la energía, siendo la energía (o el prana) el soporte de la mente, el caballo de viento que usa la conciencia para andar. Escribe en este sentido Allan Wallace, maestro de meditación y físico: “El espacio absoluto de los fenómenos [dharmadatu] es permeado no sólo por la conciencia primordial, sino por la infinita energía vital de esa conciencia (jnana-prana), que tiene la misma naturaleza”.
Así, el karma, todos nuestros actos y su intención, ese aspecto cualitativo a través del cual imprimimos energía psíquica, se registran en nuestro cuerpo-mente, permanentemente, en cada percepción, en cada pensamiento, aquí y ahora. “Trabajar con el cuerpo es abrir una reserva de karma almacenado", dice el maestro de meditación Reginald Ray, quien sugiere también que el karma es similar a lo que hemos llamado el inconsciente. Existe un karma entonces que opera desde las sombras, hay semillas que tardan en germinar, que necesitan de ciertas condiciones para salir a la superficie —algo que se evidencia en el caso del trauma—.
Podemos hablar del budismo como una “ciencia contemplativa”, justamente en este sentido. Por más de dos milenios, los contemplativos budistas han observado los efectos de las acciones en su propios cuerpos-mentes y han llegado a la conclusión de que no hay verdadera división entre lo interno y lo externo, entre lo físico y lo mental. Las semillas que sembramos se cosechan igualmente en la tierra que en nuestra conciencia. La ciencia occidental moderna, por el contrario, ha hecho una tajante y mayormente arbitraria división entre lo material y lo mental —siendo lo mental una mera ilusión generada por el cuerpo— y así sólo atribuye causalidad a la materia. Un pensamiento puede correlacionar con cierta actividad neuronal e incluso generar ciertas hormonas y sustancias químicas, pero en ninguna medida se cree posible que pueda tener un efecto sobre algo que no sea el mismo cuerpo que lo genera y mucho menos ser la causa de un fenómeno externo (como por ejemplo los fenómenos de sincronicidad estudiados por Carl Jung). Así, bajo este marco cientificista, los eventos y fenómenos que experimentamos son resultados del azar o de procesos estocásticos y existen independientemente de la conciencia que los observa (claro que ésta es la visión clásica y un tanto obsoleta de la ciencia, la física cuántica parece sugerir que no se puede dividir la conciencia o el observador del fenómeno que se observa).
LA IDEA DEL BIEN EN LA FILOSOFÍA PLATÓNICA
En el caso de la filosofía platónica, la idea del bien (agatho) y la noción de que el universo está sujeto a una ley eterna e inmutable son dos de sus elementos esenciales. Los griegos hicieron de este principio legal intrínseco al cosmos algo incluso superior a los dioses y lo llamaron Ananké, la necesidad. Es por Ananké que incluso los dioses están encadenados a sus actos y es a través de Ananké y sus hijas, las Moiras, que las almas reciben su lote, su destino, aquello que han cosechado con sus actos en vida. El Buda hace girar la rueda del Dharma, las Moiras tejen el huso de la Necesidad. En La República, antes de relatar el mito de Er y explicar la teoría de la transmigración, Sócrates señala:
Cabe suponer respecto al varón justo que, aunque viva en la pobreza o con enfermedades o con algún otro de los que son temidos por males, esto terminará para él en el bien, durante la vida o después de haber muerto. Pues no es descuidado por los dioses el que pone su celo en ser justo y practica la virtud, asemejándose a Dios en la medida que es posible para un hombre.
En el Fedón, Sócrates sugiere que la inmortalidad es necesaria e indispensable para mantener la legitimidad del universo, su orden perfecto. "Ya que si la muerte fuera una escapatoria final, sería una recompensa para los que han hecho mal, puesto que al morir se liberarían de su cuerpo y de toda su maldad con sus almas. Pero debido a que el alma es inmortal no puede escapar”. Si existe la justicia, si el universo es esencialmente moral, entonces necesariamente somos inmortales (en este sentido existe una diferencia entre la visión platónica-cristiana y la budista; en la primera se habla de una inmortalidad individual, en la segunda la inmortalidad es impersonal y de hecho innata).
Ahora veamos cómo la idea del bien está ligada también a la inteligencia. Platón concibe un el universo sensible como un reflejo o una sombra del mundo inteligible o mundo de las ideas, y en la cumbre de este mundo del intelecto está la Idea del Bien, de la cual derivan subsecuentes ideas como la belleza y la verdad. En La República habla del “bien que está más allá del ser” y la compara con el Sol. De la misma manera que el Sol es lo que nos permite ver, pero no es la visión en sí misma, la idea del bien es la que nos permite conocer —y podemos agregar que de la misma manera que el Sol nutre el cuerpo y la vida en la tierra, el Bien nutre el alma y la vida del intelecto. “El bien es aquello que hace verdaderos a los objetos del conocimiento y da el poder de conocer a quien conoce”. El Bien es el Sol de lo Inteligible. La bondad es la verdad y es la belleza —palabras que serán entendidas como sinónimos, incluso en su derivación etimológica (por ejemplo, la palabra “bonito”, que describe belleza y bondad). El poeta Keats cantó “beauty is truth; truth is beauty” y podemos agregar con seguridad verdad es bondad; bondad, verdad y así sucesivamente.
De la altiva concepción platónica del Bien se derivó buena parte del concepto cristiano de Dios, a quien siempre se referirá como el Bien. God is Good, una interpretación etimológica intuitiva sostiene que en inglés “dios” (God) y “bien” (good) tienen la misma raíz, esto ha sido discutido y no se acepta generalmente, pero de cualquier manera permite una “divina confusión” que ha alimentado la imaginación de numerosos poetas y místicos.
Para vincular la noción del bien con la compasión y el amor, quizás sea oportuno citar a Diotima, la sacerdotisa de Eros, quien le dice a Sócrates en El Banquete que el amor es el deseo “de ser bueno para siempre”, es decir, de residir en el conocimiento de la Idea del Bien (aquello que hace que crezcan de regreso las alas del alma).
En el taoísmo, lo que nosotros concebimos como el bien es entendido como la virtud, una conducta que sintoniza o armoniza con el orden insondable de la naturaleza, el Tao. “Aquél que actúa en armonía con el Tao, se hace uno con el Tao. Aquél que sigue el sendero de la Virtud se hace uno con la Virtud... Si el Tao perece, entonces la Virtud perece”. Son numerosas las referencias que hace el misterioso Tao Te King a la virtud, la cuales podríamos vincular con nuestro argumento de que la virtud, la bondad o la compasión son iguales a la sabiduría o a la inteligencia verdadera. En el caso del Tao, el énfasis está más en una quietud, en un dejar que las cosas sucedan naturalmente, sin embargo, para que esto ocurra el individuo debe de perder importancia personal y dejar de intervenir desde sus deseos de ambición y beneficio personal. Así tenemos una compaginación con el sendero universal que es una forma de compasión que va más allá de lo humano y abraza silenciosamente a todos los seres y procesos de la naturaleza. Podríamos seguir haciendo este ejercicio con el islam, con el judaísmo, con el hinduismo, pero haría esto demasiado largo. Sin embargo, debido a la importancia que se le suele dar en nuestra sociedad a la ciencia —científico es hoy en día una palabra mágica que confiere verdad—, intentaremos formular desde una perspectiva también científica esta idea de que la compasión o la bondad producen inteligencia y de que en realidad una persona inteligente, que entiende la naturaleza y las leyes del universo, es necesariamente una persona buena o compasiva.
Esto tal vez sean malas noticias para quienes dividen sus aspiraciones profesionales y creativas de su conducta fuera de este ámbito, pero según Howard Gardner, neurocientífico de la Universidad de Harvard y una de las principales autoridades en el estudio de la inteligencia en la pedagogía, una persona realmente no puede alcanzar los niveles más altos de excelencia en una disciplina sin ética. "En realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes... no alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia . Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética", dijo en una reciente entrevista.
Desde una perspectiva fisiológica, lo anterior puede apreciarse en la congruencia que manifiesta el cuerpo —sujeto también al Dharma— al reaccionar a diversas emociones produciendo hormonas que corresponden a la cualidad de dicha emoción. Sabemos, por ejemplo, que el miedo, el enojo, la ansiedad, inundan el sistema inmune de hormonas como la adrenalina y el cortisol y que si se cronifican invariablemente llevan a la enfermedad y en el corto plazo generan malestar. En cambio, el amor, la alegría y la compasión generan cascadas de hormonas y neurotransmisores como la oxitocina, la serotonina, GABA, dopamina etc. (el Dr. Joel Roberts, en su libro Natural Prozac cita los actos altruistas como una forma de generar serotonina, la compasión es un antidepresivo natural). Llama la atención que estas hormonas y neurotransmisores —como la serotonina y la dopamina— no sólo nos hacen sentirnos bien, también facultan la cognición. Manly P. Hall intenta explicar esto desde una teoría de la vibración: “La emoción del amor se mueve con la naturaleza y genera un patrón soportado por la vida”. Novalis escribió que “todas las enfermedades son un problema musical; y toda cura es un solución musical”. Algo que ciertamente supo Pitágoras, quien, según cuenta Jámbico, utilizó ciertos ritmos y cierta métrica como parte de un tratamiento de cuerpo, mente y alma en su legendaria escuela de Crotona.
Evidentemente es un tanto reduccionista decir que todos los actos positivos aquí señalados generan siempre las mismas sustancias con los mismos efectos —el organismo es más complejo que esto y los cócteles químicos del amor o de la compasión son mezclas policromáticas de múltiples ingredientes, excitativos e inhibitorios. Dicho eso me parece evidente —con una mezcla de sentido común y empirismo científico— que emociones designadas casi universalmente como positivas claramente están correlacionadas con el bienestar y la sanación, prueba de ello es que científicos han encontrado que el placebo funciona incluso cuando sabemos que es placebo.
En el budismo se habla de tres aflicciones de la mente, las cuales se consideran literalmente venenos. Los tres venenos son la confusión o la ignorancia, la ambición, avaricia o apego sensual y el odio o la ira (según distintas traducciones). Estas aflicciones de la mente envenenan el organismo como si tomáramos una droga que no sólo intoxica nuestro cuerpo si no también nuestra mente y nos hacen cometer actos que nos mantienen atrapados en el samsara
En una reciente plática, el lama tibetano Chökyi Nyima Rinpoche dijo que la causa esencial del sufrimiento en este plano de existencia es la ignorancia que tenemos los seres humanos de cómo funciona la mente. Fundamentalmente, de que "las emociones negativas producen infelicidad y las emociones positivas producen felicidad". Siendo conscientes de esto, es evidente que somos responsables de nuestra salud y la causa de nuestras enfermedades yace en nuestra conducta y en nuestra ignorancia. Lo cual significa también que tenemos en nosotros todo lo necesario para sanar y ser felices sin que dependamos del azar, la fortuna, la divinidad o alguna otra causa contingente o fuera de nuestro control. El cuerpo es un crisol alquímico y las emociones y las intenciones son la materia prima de la transformación hacia la gran obra que es la existencia disuelta en sabiduría.
BODHICITTA, LA ALQUIMIA DE LA COMPASIÓN
Su actitud iluminada, un océano de inmensa bondad,
que busca llevar a todos los seres a un estado de felicidad,
y actúa siempre por el beneficio de los demás,
tal es mi regocijo y mi dicha.
-Shantideva
El nirvana se obtiene al darlo todo.
-Shantideva
El punto esencial de este artículo es que la compasión (o el bien) es igual a la inteligencia en su acepción más amplia —de la misma manera, entonces, el mal es igual a la ignorancia (el budismo enseña que no existen personas malas, sólo existen personas que ignoran su verdadera naturaleza, la cual es la "budeidad" y por lo tanto detrás de la aparente ignorancia que manifestamos todos somos omniscientes)—. El método supremo que ha encontrado el budismo, específicamente el budismo mahayana, para descubrir la naturaleza búdica inherente es el cultivo del bodhicitta. Bodhi tiene la misma raíz que la palabra Buda y generalmente se traduce como “despierto”, citta significa mente o conciencia. Bodhicitta entonces es la mente del despertar o la mente despierta. Ésta es la traducción más aceptada y la más cercana literalmente, sin embargo, esta palabra suele traducirse también simplemente como compasión. Aquí yace lo que me parece es el sublime legado de los bodhisattvas (de todas las religiones): haber entendido que la compasión es la energía del despertar, es la semilla que hace florecer la luminosidad pura de la conciencia y elimina los obstáculos y oscurecimientos. En el mahayana hay una clara correspondencia entre la sabiduría y la compasión, puesto que la filosofía budista (principalmente siguiendo el madhyamika o camino medio) asegura que todas las cosas se originan de manera interdependiente, lo cual significa que ninguna puede existir por sí sola, y por lo tanto no tienen existencia inherente, esto incluye fundamentalmente a los individuos y a la noción del yo fijo y estable. Como la personalidad realmente no existe —existe solamente a través de sus relaciones— es la más crasa ignorancia actuar solamente para nuestro beneficio personal; y, en el sentido opuesto, actuar para el beneficio y liberación de todos los seres es una demostración de sabiduría, es sabiduría en acción. Lo cual puede ser una definición funcional del amor y de la compasión: sabiduría puesta en práctica.
El texto clásico sobre el bodhicitta es el Camino al Despertar (Bodhicharyavatara) de Shantideva. A grandes rasgos aquí se expone que el bodhicitta es la receta a la sabiduría del Tathagata, aquél que conquistó la ilusión y el sufrimiento; y es el vehículo superior a la liberación, puesto que espera a que todos entren a la nave. En la introducción a la traducción inglesa del texto se hace una interesante correlación entre el aspecto de compasión y el aspecto de sabiduría que componen la esencia del bodhicitta. En la tradición mahayana, la sabiduría es fundamentalmente la comprensión de la vacuidad, o la ausencia inherente de existencia (la ausencia de un ego sólido, la ausencia de un mundo físico independiente de la mente, etcétera). Esta comprensión de la vacuidad, como Shantideva revela, está ligada estrechamente a la compasión. "La verdadera comprensión de la vacuidad es imposible sin la práctica de la compasión perfecta, mientras que ninguna compasión puede ser perfecta sin la sabiduría de la vacuidad".
Shantideva explica que es el bodhicitta lo que permite contrarrestar el mal que caracteriza al samsara, el plano en el que, debido a la ignorancia, se perpetúa el sufrimiento, la enfermedad, el nacimiento, la muerte… "Ponderando por múltiples eones, los grandes sabios notaron sus beneficios, por los cuales innumerables multitudes son llevadas con suavidad a la alegría suprema”. Podemos imaginar cómo durante siglos la observación de campo de la ciencia contemplativa budista fue apilando evidencia de que el cultivo del bodhicitta iba transformando a las personas para bien, como una medicina universal. El bodhicitta trabaja en el cuerpo como una sustancia alquímica, dice Shantideva:
Como la suprema sustancia de los alquimistas,
toma nuestra carne impura y hace de ella
el cuerpo del Buda, una joya suprema.
Así es el Bodhicitta, en él encuentra tu morada.
La acción alquímica del bodhicitta puede entenderse también desde el budismo tántrico, donde se considera —en consistencia con lo que enseña el yoga— que el ser humano cuenta con tres canales principales. Un canal masculino, de esencia blanca, ligado a la compasión o el método (upaya) y otro canal femenino, de esencia roja, ligado a la sabiduría (prajna). Este también es el simbolismo de las imágenes de los budas y bodhisattvas con sus consortes unidos en yabyum. La alquimia ocurre cuando las dos esencias confluyen en el canal central, derritiendo las obstrucciones y secretando el elixir (amrita) que derrama su energía despierta sobre el cáliz del corazón. Tenemos aquí el matrimonio sagrado de la compasión y la sabiduría, el vajra (de cuya raíz crece el loto) y la campana (ghanta), análogos a la rosa y la cruz (símbolos del amor y la sabiduría para la escuela mística cristiana de los Rosacruces). Y así podemos añadir a la formula platónica de Keats: amor es sabiduría; sabiduría es amor. Este es el gran sello de la unidad del mundo. Lo que los maestros iluminados entendieron.
Queda sólo preguntarnos y asombrarnos por la maravilla de habitar en un mundo que exhibe tal perfección, tal misteriosa armonía, tal justicia poética. Podemos comprender esto de diversas perspectivas. Desde una teísta, el hecho de que el mundo refleje en su esencia justicia e inteligencia, puede interpretarse como el reflejo de la divinidad —la ley, el patrón arquetípico de la voluntad divina que se inscribe en cada átomo—. Para la perspectiva budista no hay diferencia entre el Dharma (la verdad, la realidad, los fenómenos) y la naturaleza. La naturaleza es la expresión directa e idéntica del Dharma, de la legalidad y de la perfección del universo. Asimismo, este orden es el que garantiza que todos los seres eventualmente se liberarán de la ilusión del samsara y reconocerán su naturaleza búdica (tathagatagarbha), lo cual es el resultado natural de seguir el sendero del Dharma. Pero también podemos explicar esto desde una forma que concilie la visión científica: la forma moral, o de acondicionamiento para la supervivencia de lo más apto, en la que la ley de la causalidad está embebida en el universo parece ser lo que permite la evolución de formas cada vez más maravillosas y diversas y complejas, haciendo posible que el universo tome conciencia de sí mismo —haciendo eco de la forma en la que el astrónomo Carl Sagan entendió la evolución humana: “somos la forma en la que el cosmos se conoce a sí mismo”. Lo cual no desentona de la visión budista, gnóstica, cabalista, hinduista y demás: el universo es en su más pura esencia sabiduría (y la alegría es el sabor de saberse). Lo que logra hacer de la vida una experiencia pura de gnosis, es, según lo que nos ha enseñado la filosofía y la religión, proceder conforme a la ley y el ritmo de la naturaleza, lo cual a fin de cuentas es igual a ser buenos, a practicar la compasión con nosotros mismos y los demás.
En la alquimia se dice que la vocación de todos los metales es el oro, es decir, el destino de todas las cosas es la perfección. Esta condición moral embebida en el tejido mismo de la naturaleza es lo que asegura el cumplimiento de este destino. Actuar correctamente es en el nivel más básico de la naturaleza igual a seguir creciendo, y esta ley que retribuye la acción correcta de manera inmanente es el garante que establece las condiciones para la perpetuación de los seres vivos. "La naturaleza tiene una gran solución, el ser humano debe crecer o sufrir", dice Manly P. Hall.
La vocación de los metales es convertirse en oro, lo cual es lo mismo que decir que todo los seres sensibles serán budas.
Una bella leyenda budista dice que cuando brota genuinamente la compasión en el corazón de un ser sensible —una gota de bodhicitta—, en ese preciso instante se desprende una semilla de una flor de loto y cae en el estanque de la Tierra Pura del buda Amitabah. De esa semilla invariablemente crecerá un Buda. Eso que siembras, eso cosechas.