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Consideraciones místicas para una espiritualidad basada en la experiencia y no en el dogma

¿A qué nos referimos cuándo hablamos del misticismo? Creo que aunque todos tenemos una idea general que seguramente no estará demasiado lejos del significado de esta palabra e incluso de la forma en la que se ha vivido el misticismo, nos podemos beneficiar al mirar más de cerca lo que es el misticismo y lo que hace que alguien sea un místico. 

La palabra "místico" tiene la misma raíz que "misterio" y está relacionada con la iniciación, como ocurría con los misterios en Grecia. La etimología parece originarse en una palabra griega para significar algo cerrado o incluso los labios o la boca cerrada. Es decir, lo místico es lo secreto, lo que no se dice o, quizás, podemos decir que es justamente lo que no puede decirse, porque al comunicarse verbalmente pierde su esencia. "Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico", dijo famosamente Wittgenstein. 

En un sentido más cercano a la forma en la que se vive o se ha vivido históricamente el misticismo, el filósofo Manly P. Hall define el misticismo así: "una creencia o convicción de que la experiencia de la esencia divina es posible sin la intervención de la teología organizada", la cual "lleva a la religión de la autoridad hacia la sustancia de la experiencia" (Practical Mysticism in Modern Living). En su libro Mystical Christ, Hall agrega: "El misticismo enseña la disponibilidad inmanente del poder divino". De aquí podemos empezar a consolidar una definición más redonda, encontrando algunas constantes: el misticismo está ligado a una experiencia de lo divino y no a un conocimiento teológico, dogmático o meramente "teórico". También, es característica del místico eliminar toda pompa religiosa, toda aparatosidad y psicotécnica que no sea esencial en su camino para acercarse a lo divino sin intermediación o que se desvíe del principio de su fe (puesto que sólo la vida en concordancia con los principios puede producir experiencias místicas reales). Hall señala que lo propio de los místicos no es buscar una esfera de influencia o convertirse en militantes y que de hecho los místicos históricamente han florecido a la sombra de las instituciones, especialmente en épocas de crisis religiosa o de persecución. "El místico busca en sí mismo lo que no ha logrado encontrar en su credo... En el momento en el que la búsqueda de la realidad se torna hacia el interior, alejándose de las formas hacia la vida misma, los hechos más profundos y bellos de la religión se vuelven tangibles". 

Lawrence Kushner, académico judío experto en cábala, ensaya la siguiente definición: "Un místico es toda persona que tiene la incipiente sospecha de que detrás de la aparente discordia, discontinuidad, fragmentación y contradicción  que nos asalta todos los días subyace una unidad oculta". Aquí podemos añadir a nuestro "bordado místico" la noción de la aspiración, deseo o ardor místico, que mueve al místico a hurgar más allá de lo aparente y hacer una búsqueda espiritual, una peregrinación o un viaje --generalmente interno, el cual podrá emprender solamente a través de la devoción y el ascetismo. Esta idea es expresada bellamente con la "noche oscura" de San Juan de la Cruz, en la que el alma emprende su viaje hacia la divinidad, una vez que se ha sosegado la casa, la condición para que el vuelo espiritual pueda ocurrir. 

Podemos subrayar otra característica del misticismo, también con Kushner: "El principio fue ver por un escaso momento que había algo más en la realidad de lo que puede observarse con el ojo desnudo. El final es ver acaso por un solo momento que la multiplicidad aparente es en realidad una unidad". Una de las experiencias comunes al misticismo es la de observar la unidad dentro de la diversidad, la unidad como realidad más allá de las apariencias. Esta es la visión relatada por innumerables místicos, cuando el todo de alguna manera se vuelve visible en la parte y de aquí, en este asombro de la divina ingeniería que ha podido difundirse íntegramente en cada parte del cosmos, se renueva la fe y se intensifican los bríos de conocer esa unidad, y de hacerse uno con ella. El místico, en todas las tradiciones, es aquel que conoce, que experimenta la gnosis, un conocer que es necesariamente una transformación: una transustanciación. "La Realidad es unión de la Conciencia con el objeto: hay identidad", escribe René Schwaller de Lubicz. En su epigrama Quien es Dios ve a Dios, el místico alemán Angelus Silesius dice:

Porque en su verdadera naturaleza, la luz yo deberé de ver,

En Él me he de convertir, o de otra forma esto no podrá ser.

Y en otro de sus epigramas:

En Dios nada es conocido: Él es indiviso, Uno,

eso que uno conoce en Él, uno mismo debe hacerse.

Esto nos lleva a la importante noción de que el místico, para tener una experiencia mística verdadera, debe vivir en conformidad con los principios universales sobre los cuales está basada la religión. Esto es no sólo en un sentido dogmático, sino en experiencia viva: la vida como presencia divina. No hay atajo a Dios. El templo debe construirse. La doctrina debe caminarse en su totalidad. Manly P. Hall hace mucho énfasis en esto. "El misticismo debe ser un efecto cuya causa debe ser igual al efecto producido", esto es, lo místico nunca es el resultado del milagro, sino que es consecuencia de una labor espiritual que responde a la ley de la causa y el efecto o el karma. Lo místico tampoco debe ser buscado como una súbita fuerza redentora, una visión santa a toda costa: el fin no puede ser separado de sus medios, ya que se caería en un acto de incongruencia y deshonestidad y según Hall, "la honestidad es el principio del misticismo". "El individuo moderno piensa que puede obtener ciertos poderes, no obstante su condición actual, utilizando trucos, drogas o fórmulas científicas... lograr una extensión de sus facultades aparte de un sistema de mérito". Hall recalca que el místico se conoce por sus obras, por cómo vive y se relaciona con los demás, no por la complejidad o supuesta elevación de una visión mística única o de un supuesto poder sobrenatural. Existe una tenue línea entre el misticismo y la alucinación, pero una experiencia mística podrá juzgarse por sus frutos, por como el individuo consigue integrar lo que ha conocido a su vida diaria, la cual deberá ser también mística.

Otro aspecto a considerar aquí que es parte esencial del místico es su renuncia a su importancia personal para disolver las fronteras que lo separan de su deseo. El místico no quiere convertirse en un dios y reinar, quiere olvidarse a sí mismo para hacerse uno con la divinidad que es Todo; no quiere poseer, quiere ser poseído. "El misticismo afirma que la verdad no puede ser poseída siquiera por la mente. Por una virtud en sí misma peculiar, sin embargo, el corazón puede ser poseído por la verdad. Crecemos no pidiendo más, sino aceptando. Esta gradual transformación es revelada de forma hermosa por el Cantar de los Cantares, donde Salomón primero canta 'mi amada es mía', luego 'mi amada es mía y yo soy de mi amada' y finalmente el rey dice 'Yo soy de mi amada'... esto marca una moción de la conciencia mística 'hacia la perfección de la renuncia', hacia la entrega total". Este proceso de erradicación de la individualidad en función de nulificarse para dejarse poseer por aquello que es de manera incondicionada e ilimitada y que por lo tanto obstaculizamos al limitar lo que somos a un yo individual, es testimonio de "una victoria de lo impersonal sobre lo personal... de la realidad sobre el apetito" y marca una "reducción del ego para la elevación de los principios por sobre la personalidad".

Estamos aquí ante una doctrina del corazón y de la intuición por sobre la mente racional, puesto que la naturaleza de la mente es el análisis, la separación, la comparación y la autoafirmación. El corazón, sin embargo, puede ser una forma distinta de conocer que nos lleve a la identidad con lo que conocemos: el corazón como un ojo más sensible, que se abre a lo invisible por una simpatía. "Hay en el hombre una inteligencia cerebral y una inteligencia innata, llamada 'del corazón', que resulta de la fusión por identidad de la naturaleza de la causa cósmica, contenida en su materialización, con esta misma causa en nosotros", escribe Schwaller de Lubicz. En el budismo el corazón es donde Buda establece su trono, simbolizado por la flor de loto. De alguna manera el corazón puede conocer la luz, porque es él mismo un sol pequeño, nos diría la ley de la analogía. El corazón, también, tiene esta cercanía con la divinidad, porque comparte una misma actividad: es el gran centro energético que se da a sí mismo, fuente de la vida. "El corazón nos dice que ganamos todo dando todo. Así podremos conocer que a través del amor a Dios, experimentamos al Dios del amor. El corazón, de hecho, se convierte en lo que la mente siempre busca", dice Hall. El corazón se convierte en el amado, en la fuente inagotable del amor: un fuego es todos los fuegos. "La fe se convierte en una disciplina del corazón como la filosofía es una disciplina de la mente... El hombre creó el Dios vengativo, el cual es una sombra sin sustancia. A través de la fe, el hombre llega a conocer al Dios del amor que habita en la eternidad".

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Vivimos en un mundo en el que la religión para gran parte de la opinión pública y para las supuestamente más altas cúpulas del saber ha perdido legitimidad, habiendo sido descalificada como método de conocimiento, acaso por la transferencia (¿mágica?) de los actos impíos cometidos por personas e instituciones religiosas. Esto, sin embargo, es como censurar a la ciencia porque se utilizó para hacer una bomba atómica. Hace casi 70 años Manly P. Hall escribió:

Las corrupciones de la Iglesia no afectan la integridad del contenido espiritual de la religión... Rechazar la sustancia [de las enseñanzas] debido a que una organización humana fue inadecuada es estúpido... Todos los cuerpos finalmente se vuelven infirmes y perecen. Pero la verdad en sí misma no puede desaparecer en el polvo, sino que eternamente está esculpiendo formas más nobles a través de las cuales operar. Puede que la creencia moderna materialista de que la vida no tiene existencia aparte del cuerpo, y que el hombre no tiene un alma inmortal, haya contribuido a la noción de que la religión es idéntica a las estructuras teológicas y no puede existir por separado. El idealista no aceptará lo anterior.

Así, quienes buscan e incluso consideran necesario tener experiencias de integración, de asombro ante la belleza y el orden del universo, de profundo compromiso ético y de amor hacia todos los seres, reconocerán que el misticismo no puede ser nunca erradicado y que la misma religión --en tanto su esencia más noble de re-ligarnos con los principios y los valores universales-- nunca podrá ser mancillada: permanece siempre inmaculada como el espíritu que entra al mundo pero no es del mundo.

 

Twitter del autor: @alepholo