A pesar de que el músico Bob Dylan comenzó a pintar desde los años 60, pocas personas han tenido el gusto de presenciar en vivo la obra pictórica de este legendario artista. Por otro lado, desde 1994 Dylan ha expuesto únicamente tres series de dibujos suyos, lo cual sugiere que la pintura es un pasatiempo que acompaña a su verdadero oficio.
Cabe destacar que Dylan no es el único músico que dedica parte de su tiempo al arte de la pintura. Personajes como Syd Barrett de Pink Floyd, quien pasó sus últimos años en casa de su madre dedicado a la pintura, Paul Stanley, guitarrista de Kiss, quien ha presentado sus obras en múltiples galerías, o el cantante británico David Bowie son ejemplos de lo anterior. Aunque pintar de manera constante y profesional requiere dedicarse de tiempo completo, tampoco es ajena a cualquiera de nosotros la inspiración de “trazar” en algún momento de la la vida.
Muchas de las pinturas de Dylan, en particular una serie expuesta en el Palazzo Reale de Milán hace un par de años y que fue realizada entre 2008 y 2011, representan fragmentos de una historia más larga, y cada imagen se encuentra en el camino entre los sueños y la memoria. Las pinturas están basadas en fotografías de imágenes de Nueva Orleáns que contienen una atmósfera de suspenso, contadoras de historias de amor y violencia a la vez.
Observar las obras de esta serie nos remite a la fascinación de Bob Dylan por la cultura de Nueva Orleáns, no sólo en términos musicales --lo cual resulta obvio en su trabajo en este rubro-- sino también relativa al entramado social lleno de vida, ritmo e intensidad que se palpaba en la vida cotidiana de este fascinante nicho geográfico de Estados Unidos. Y más allá de la evidente sensibilidad plasmada en su obra pictórica, lo cierto es que ésta resulta interesante por el simple hecho de estar firmada por Dylan, un innegable maestro de la vida.