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Una reinterpretación del mandala tibetano de la Rueda de la Vida aplica los antiguos conceptos de la ilusión y el engaño de la existencia al mundo moderno, específicamente al sueño americano y al modelo consumista y de programación cultural de las masas

 

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"Americosmos" es una adaptación del clásico mandala tibetano Bhavacakra, o "La Rueda de la Vida", a la iconografía y al estilo de vida americano. La elección es especialmente atinada ya que este mandala originalmente tiene como temas la existencia cíclica, la reencarnación, el karma, la impermanencia, la ignorancia y sobre todo la ilusión o el samsara que es consustancialmente nuestro mundo. Quizás donde más fácil podemos atisbar esta ilusión es en la modernidad embanderada por el capitalismo y el sueño americano (o en el "american way of life"), la economía y la propaganda disfrazada de libertad que han horadado la realidad creando una simulación de vidas programadas por corporaciones y han erigido al mercado como un tiránico dios secular. El sueño americano --la fantasía de la felicidad adquisitiva-- es el gran emblema de la ilusión de nuestro mundo: las personas son hechizadas por el deseo de conseguir la fama y el éxito y obtener objetos que puedan conseguir estatus y olvidan así su propio camino, la voz de su propia alma (ahogada en la estática de la TV). De aquí se desprende la apuesta (impuesta por el marketing) de las masas por el materialismo, el encantamiento principal de Maia, la diosa de la ilusión, de la materia, de la Matrix.

La puntada máxima de este mandala ilustrado por Darrin Drda es que el demonio tibetano Mara, que representa ese mismo samsara, en este caso está fusionado como el Tío Sam-sara, el icono del gobierno estadounidense y su maquinaria de guerra, que manipula a los ciudadanos con propaganda. En la cosmología budista Mara es el demonio que busca tentar a Buda, enviando mujeres hermosas a seducirlo (sus hijas). Simboliza lo que distrae al ser humano de su verdadero camino espiritual: el ap-ego y el lujo material. En este sentido El Tío Sam --que reclutaba soldados en los cines, haciéndoles creer que ir a la guerra los cubriría de gloria-- es un perfecto Mara y todo el aparato de infotainment que se teje alrededor del complejo militar y las ideas nacionalistas son una familia de demonios que aleja al ser humano del camino de la liberación, escapar a la rueda infernal de la repetición y la enajenación.

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En la obra de Drda vemos a los ciudadanos dando vueltas por los círculos de la ilusión como ratas en un laberinto, pasando del trabajo al consumo y a la programación electrónica. Los tres venenos son: la TV, la guerra y el dinero (la ignorancia, el apego y la aversión, en el Bhavacakra). Estos engendran el karma de nacer y regresar a un mundo donde la movilidad social es una ilusión. Falsas promesas y tareas absurdas que regresan a los hombres al mismo ciclo de explotación laboral y control mental. En la tercera capa vemos los seis reinos del samsara, incluyendo aquellos de los devas y los asuras, reinos divinos que, sin embargo, son también una ilusión (el placer y el control y el poder son también ilusorios). Vemos aquí el reino de los políticos y CEOs que juegan golf y se jactan de pastorear a las masas. De hecho el budismo suele sugerir que la dimensión humana es la más propicia para escapar de esta rueda ya que, en el medio, no se ve abrumada por el dolor, pero tampoco vive en el placer perpetuo que impide procurar el ascetismo necesario para despertar de la ilusión. Se me ocurre que ese reino del samsara de los dioses podría en un futuro ser habitado por los partidarios del transhumanismo que buscan crear paraísos artificiales descargando su mente en computadoras, para volverse inmortales en un infinito de hedonismo tecnológico. Esta intención, perseguida por los creadores de Google o por Ray Kurzweil o Elon Musk, sería para el budismo la manifestación más insidiosa del samsara: el hombre que se enamora de su propia mente y quiere eternizar su ego.

Los budas afuera de la rueda, apuntando a la luna y en este caso al signo del amor y la paz (el último sueño genuino de liberación de la conciencia estadounidense, que, sin embargo, también se reveló ilusorio), simbolizan que la liberación es posible. Existe un camino. Hay una forma de escapar de la ilusión de la modernidad que nos consume al consumir productos y programas. La luna simboliza la Tierra Pura del Nirvana, afuera de la rueda, afuera del loop que hemos proyectado sobre la Tierra. Ni siquiera imaginamos que podemos salir, pero hay otras órbitas de conciencia. El nirvana es la cesación de la causalidad, el final de la mente que salta de rama en rama, la cesación del pensamiento y el deseo. El ser humano que escapa deja de estar sometido a los ciclos colectivos, a las luces hipnóticas de las pantallas del mundo, se convierte en su propia lámpara.

Twitter del autor: @alepholo