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A pesar de su condición, Haynes desafió a la genética gracias a una terapia hormonal tras años de tratamientos de fertilización in vitro

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En los últimos años se ha demostrado que la expresión de los genes puede modificarse a través de variables ambientales, actitudinales y conductuales. Este fenómeno permite desarrollar alternativas saludables para enfermedades orgánicas, las cuales se encuentran todavía sin una cura inmediata o directa. 

Un ejemplo de estas epimutaciones es el sorprendente caso de Hayley Haynes, quien dio a luz a unas gemelas sin tener un útero. Ella, de 28 años, creció aparentemente con el cuerpo de una mujer; sin embargo, nació genéticamente con el cromosoma XY (el del hombre). Y en consecuencia sufre del Síndrome de insensibilidad a los andrógenos (hormonas sexuales masculinas que corresponden a la testosterona y las cuales son necesarias para estimular el desarrollo de los caracteres sexuales). 

Este síndrome afecta a una de cada 2 mil personas y se caracteriza por la resistencia de los tejidos diana en la acción de las hormonas masculinas. Es decir que esta condición impide el desarrollo de los genitales (internos y externos) en individuos cromosómicamente varones. 

A pesar de su condición, Haynes desafió a la genética gracias a una terapia hormonal tras años de tratamientos de fertilización in vitro. Ella (o él) comentó en Telegraph que cuando le dijeron que no tenía útero se sintió mitad mujer y eso le provocó… Vergüenza: “¿Cómo le iba a decir a un chico que era genéticamente hombre cuando empiece a salir con él?”. 

La lucha entre su sexo y su identidad de género la llevó a buscar su verdadero deseo: el ser madre. Así que investigó opciones viables para lograrlo. 

La primera esperanza fue en 2007, cuando encontraron un útero diminuto olvidado en escaneos pasados. Era demasiado pequeño para procrear. No obstante, con un tratamiento de progesterona y estrógeno crecería lo suficiente en un ambiente óptimo (y se podría prevenir la osteoporosis). Eventualmente, cuando el útero tuvo un tamaño considerable, ya estaba lista para el tratamiento de fertilización in vitro: “Al principio descubrí que no podía tener niños, luego me dijeron que sí podía. Eventualmente sólo se negaron a ayudarnos cuando el servicio es gratuito por ley”. Al final, tuvieron que pagar 10,500 libras para el tratamiento en Chipre. 

Haynes explica que sólo tenían una oportunidad ya que no podían costear el tratamiento otra vez. Con 13 huevecillos implantados, sólo dos resultaron viables. Una vez implantados, era cuestión de esperar… 9 meses después nacieron Avery, de 2.353gk y Darcey, de 1.984kg. 

Este evento no sólo reta a la naturaleza, sino también a una cultura bigénero que ignora las necesidades afectivas de seres que van más allá del simple ser hombre y mujer.