Hace unos días miré Acapulco Shore por primera vez en MTV. Mi hija mayor me lo sugirió. “Es lo más exageradamente estúpido que te puedas imaginar”, dijo. No exageraba; es cierto. El formato no es novedoso –menos para quienes vimos la primera temporada de The Real World hace cerca de 20 años–, y el tipo de estupidez varía poco de aquella desplegada en Jersey Shore. Me gustaría decir que me preocupa cuánta gente comulga con la cosmovisión de los subnormales que protagonizan dicho programa; pero, siendo franco, no me importa lo suficiente. Tampoco me escandaliza; digo, alguna vez pasé 12 horas mirando tele-evangelismo y persecuciones policíacas, mientras intentaba leer la sección amarilla. Sobra decir que había psicotrópicos de por medio.
Comoquiera, uno de los participantes del programa, un tal Caballero, insultaba a una tipa llamada (creo) Talía. Le gritaba con aquella prepotencia característica de cualquier Gentleman de las Lomas. “Pinche gata”, le insistía, “súbete a tu cuarto de servicio”. Al ver la escena, pensaba en cómo tal exhibición es uno de los objetivos del programa y en que la madre de Caballero lo mimó demasiado y de la manera equivocada.
Tampoco es nada nuevo. Y en un mundo donde lo políticamente correcto es excusa, tantas veces, de la hipocresía, muchos lo piensan tal cual, sólo tienen la decencia de callar la boca. La escena muestra un pedacito del arraigado clasismo que aún atrofia nuestra aún subdesarrollada y compleja nación. Con esto –y para fines de este texto– también tipifica una de las tantas falacias lógicas entrenzadas con dicho malestar social. (No que a los participantes de Acapulco Shore parezca interesarles el uso deliberado de la retórica. Tampoco tiene porqué interesarles dicho fetiche aristotélico. Ni me hace más listo que ellos el utilizar la palabra “aristotélico”).
Argumentum ad crumenam, o argumentar con el bolsillo, refiere a la siguiente premisa: quien tiene más dinero tiene, por ello, la razón. Como si la razón fuese algo que se vende, de contado, en Versace. De ser así, no habría tanta gente adinerada metida en sectas ridículas, en psiquiátricos, o sencillamente declarando y cometiendo estupideces a diestra y siniestra. No hay cantidad de dinero que haga que Tom Cruise sea, de facto, un hombre razonable. (Aunque quizás le apuesta a acumular suficientes privilegios para poder dejar de tener que intentar ejercer dicha facultad cognitiva).
Aunque el argumentum ad crumenam es una falacia, opera y lo hace bajo cierto augurio. Acumular recursos es una medida de acción efectiva sobre la realidad. Para ganar dinero se maniobra y negocia con la sociedad y con un principio de causalidad. Además es un objetivo humano prácticamente universal. Pero, aunque Carlos Slim declarase que la tierra es plana, Stephen Hawking lo podría desmentir en el tiempo que le toma a su procesador de habla enunciarlo. Un hombre hábil no es necesariamente un hombre sabio.
Consideremos así, la otra cara de esta moneda. Argumentum ad Lazarum o básicamente, argumento por pobreza. Es la relación retórica donde se confiere la razón a quien más carece de recursos. Esta falacia se recarga en la idea de que la carencia conlleva un mejor entendimiento del mundo y las realidades de la vida, básicamente y, por ende, que el privilegio, por sí mismo nubla la razón. Pero la velocidad de la luz no se ajusta a tus aproximados sólo porque no tienes para pagar tu recibo de electricidad.
Ni Caballero ni quien él supone es Talía al insultarla tienen, per se, la razón. La razón no suscribe a esencialismos personales y tampoco se acopla al bolsillo. De otro modo, MC Hammer (tras hacer, perder y rehacer su fortuna) sería uno de los hombres más razonables y veraces del planeta. Pero nuestro poder adquisitivo (o falta de) tiene tanto efecto sobre nuestra proximidad a la verdad, como nuestro supuesto buen gusto tiene sobre los ratings de Acapulco Shore.
En este enlace, más "Síntomas de una época" y otros textos de Fausto Alzati Fernández en Pijama Surf.
Twitter del autor: @faustoAF