De Jesucristo a James Joyce: una breve historia del Santo Prepucio
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 10/16/2014
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 10/16/2014
Para el cristianismo, las reliquias sagradas son embajadores terrenales de voluntades divinas, milagros de carne o restos de ella, objetos llevados al límite del fetiche que a fuerza de plegarias se vuelven sagrados --o son tratados como tales. Una de las reliquias más curiosas ha sido el Santo Prepucio, que aparece en numerosos textos litúrgicos desde el medioevo y cuya propiedad se disputaron distintas iglesias. Como único remanente físico de Jesús, su posesión y sus numerosos poseedores conforman una de las historias más extrañas de Occidente.
Según el evangelio apócrifo atribuido a Santo Tomás, la circuncisión de Cristo se llevó a cabo ocho días después de su nacimiento, según la ley del Antiguo Testamento. En el texto se describe que el prepucio fue guardado por una mujer en una caja de alabastro con aceite de nardo. El hijo de la mujer lo habría vendido nada menos que a María Magdalena, décadas después, para desaparecer durante ocho siglos.
La siguiente aparición del Santo Prepucio fue en el año 800, como regalo del Papa León III a Carlomagno. El Papa necesitaba del conquistador para mantener a sus enemigos lejos de Roma, y el santo regalo selló el vínculo. A partir de ese momento, la reliquia pareció multiplicarse, como los peces y los panes, apareciendo en numerosas iglesias a lo largo y ancho de Europa. Además, sus poderes milagrosos comenzaron a hacerse de buena fama, ayudando a las mujeres a concebir y a eliminar los dolores de parto.
En el siglo XV, la reina Catalina de Aragón (esposa de Enrique VIII de Inglaterra) tomó prestada la reliquia, y un heredero al trono apareció nueve meses después. La reina le mandó construir un santuario, aunque el reinado de Catalina necesitó más de una reliquia para mantenerse a flote con su venial esposo.
Pero la conexión del Santo Prepucio con los milagros no hacía sino comenzar. Figuras místicas como Brígida de Suecia y Catalina de Siena (santa patrona de Italia) describieron visiones extáticas que involucraban al Santo Prepucio y lo transformaban en una suerte de anillo nupcial que sellaba la unión entre ellas y Cristo. Tal vez el caso más emblemático sea el de Santa Agnes Blannbekin, quien escribió en el siglo XIV sobre su curiosa experiencia mística en estos términos:
Llorando y con compasión, empezó a pensar en el prepucio de Cristo, dónde puede ser localizado [después de la Resurrección]. Y he aquí, pronto se sintió con la mayor dulzura en su lengua un pequeño pedazo de piel por igual la piel en un huevo, que se tragó. Después de que ella se había tragado, ella volvió a sentir la poca piel en su lengua con dulzura, como antes, y de nuevo se la tragó. Y esto le ha pasado un centenar de veces. Y cuando lo sintió con tanta frecuencia, se sintió tentada a tocarlo con el dedo. Y cuando quiso hacerlo, esa pequeña piel bajó por su garganta por su cuenta. Y fue dicho a ella que el prepucio fue resucitado con el Señor en el día de la resurrección. Y tan grande era la dulzura del sabor que ella podía sentir en todas [sus] extremidades y partes de los miembros de una transformación dulce...
(Wiethaus, Ulrike, Agnes Blannbekin, vienés Beguine: Vida y Revelaciones)
Pero la multiplicación del prepucio además de su función como sello de la unión mística/erótica o política fue puesta en duda por reformadores como Calvino o Voltaire. La popularidad de la reliquia venía con un coste imprevisto para la Iglesia (pues no sólo se le atribuían poderes que lindaban con un poderoso erotismo, sino que era un recordatorio carnal del origen judío de Jesús) y el Vaticano comenzaron a referirse al prepucio como una "curiosidad". Para el siglo XIX, se ordenó dejar de rendirle culto. En un siglo de razón y avance industrial sin precedentes hasta entonces, los místicos comenzaron a ser tratados como histéricos.
Una de las últimas referencias al Santo Prepucio se encuentra curiosamente en el Ulysses, de James Joyce. El problema de la circuncisión y especialmente el de las reliquias está presente en toda la obra pero es en el penúltimo capítulo, donde se narran los caminos que siguieron respectivamente Leopold y Stephen, donde leemos lo siguiente:
A Stephen: el problema de la integridad sacerdotal de Jesús circunciso (1 de enero, fiesta de guardar, oír misa y abstenerse de trabajo servil innecesario) y el problema de si el divino prepucio, el carnal anillo nupcial de la santa iglesia católica apostólica romana, conservado en Calcata, sería merecedor de simple hiperdulia o del cuarto grado de latría acordado a la abscisión de tales excrecencias divinas como el cabello y las uñas de los pies. [Trad. de J. Salas Subirat, ed. Colofón, p. 726]
La blasfemia no era extraña a Joyce, y los investigadores han documentado el interés del escritor acerca de la sagrada reliquia en su edición de los escritos del padre Alphons Victor Müller, El sagrado prepucio de Cristo (1907), quien se burlaba de la sexualidad latente en el culto católico, refiriéndose al éxtasis místico como "desafortunadas aberraciones histérico-sexuales", además de consignar la existencia de al menos 13 prepucios, la mayoría de ellos en Francia. La historia de las reliquias del niño Jesús también ofrece motivos de curiosidad cuando se piensa en los 500 dientes de leche esparcidos de manera similar por lugares santos.
Calcata, el lugar al que se refiere Joyce, era hogar de una pequeña iglesia a pocos kilómetros de Roma, además de la última sede conocida del Santo Prepucio. El pueblo siguió rindiendo culto a la reliquia hasta la década de los 80 del siglo XX, contrariando la prohibición del Vaticano e, incluso, sacándola cada año de su escaño para pasearla por el pueblo.
Pensar a Jesús en términos sexuales --incluso físicos-- seguía siendo considerado herejía, además de motivo de excomunión para los creyentes. La atribulada historia del Santo Prepucio, así como los placeres y milagros que se le atribuyeron a lo largo de la historia, siguen siendo un recordatorio de que lo sagrado solamente cambia de forma para sobrevivir; que lo sagrado es, además, un repositorio de las expectativas de los creyentes, quienes con su fe y su intención significan los más curiosos objetos hasta atribuirles propiedades sobrenaturales.