El Desilusionista: La nueva espiritualidad, más extraña que la ciencia ficción (I/II)
AlterCultura
Por: Jasun Horsley - 02/05/2014
Por: Jasun Horsley - 02/05/2014
¿Qué es un maestro espiritual?
Déjame darte un consejo: sé honesto. Él sabe más de lo que puedas imaginar.
—Trinity a Thomas antes de que éste conociera a Morfeo (Matrix)
¿Qué es y qué hace a un auténtico maestro espiritual? Hasta ahora las respuestas a estas preguntas han sido vagas y subjetivas. ¿Pero qué sucede cuando un auténtico maestro espiritual no es ni espiritual ni maestro? ¿Qué pasa si no es más que un técnico capacitado para llevar a cabo una función específica, como lo sería un cirujano, un dentista o un plomero? ¿Qué lugar habría entonces para la vaguedad o la subjetividad?
En Matrix, la vida generada por computadora en un mundo de ensueño guía a Thomas hacia Morfeo, un ser completamente liberado. Morfeo interviene en la vida de Thomas y le pone fin, le entrega su libertad, aunque con un costo: su vida anterior y su identidad. Thomas se transforma en Neo, simbolizando así el fin de una existencia y el inicio de otra.
¿Es Morfeo un maestro espiritual? ¿Es un chamán, un gurú, un Bodhisattva? ¿O es simplemente un hombre de conocimiento con habilidades específicas que lleva a cabo la función práctica de extraer la conciencia de Thomas del mundo onírico de la matrix, rescatando su cuerpo de la granja? ¿Es eso la iluminación espiritual? ¿Morfeo iluminó a Neo? ¿O solo quitó los obstáculos que separaban a Thomas de la realidad?
La iluminación espiritual se define como la liberación de la ilusión y la entrada a una “realidad más grande”; es despertar del mundo onírico del ego. En la ciencia ficción, la mecánica del despertar es clara y precisa. No hay lugar para la vaguedad, conceptos místicos o filosofías abstractas, tampoco hay “enseñanzas”. Únicamente se presentan los hechos. En este caso, la esclavización de Thomas y el proceso de desconexión mediante el cual accede a la realidad. No hay nada qué discutir: sólo debemos procesar una experiencia de vida.
En el mercado espiritual y chamánico los conceptos gobiernan y nada es claro ni preciso. La espiritualidad no es una ciencia. Las masas ciegas describen elefantes que nunca han visto y discuten creencias metafísicas fundamentadas por rumores, esperanza e hipérboles. Una zona franca llena de afirmaciones, ilusiones y la autoinvención mítica en donde el único dogma alternativo es el solipsismo colectivo: un acuerdo ambiguo sobre la naturaleza subjetiva de la verdad. La realidad es aquello que nos persuadimos a creer, especialmente si podemos encontrar a otros que también crean lo mismo. Es un carnaval caleidoscópico de cosas hechas a la medida, programas interactivos para el desarrollo personal, un reality show cósmico en donde todos pueden ser El Elegido (durante quince minutos) y el ego espiritual domina a plenitud.
La popularidad de la espiritualidad “hazlo tú mismo” y el chamanismo hecho a la medida de nuestros días es una respuesta natural a un mercado corrupto lleno de recetas a medias, vendedores sin ética y productos basura. Cuando los profesionales no merecen nuestro crédito y los amateurs son ineptos, ¿qué podemos hacer además de confiar en nuestros propios recursos para desarrollar una espiritualidad “hecha a la medida” y fuera del sistema? Ya que la autosuficiencia tiene un precio, esto significa que tenemos que cultivar el producto y venderlo también. Todos nos podemos convertir en un maestro, chamán o guía en potencia; proliferan las “enseñanzas espirituales” y el ruido de todos los árboles cayendo en bosques vacíos ahoga la señal de la verdad que nos llama de regreso a casa.
¿Cuáles son las probabilidades de que Thomas encontrara a Morfeo entre la cacofonía sin fin del mercado espiritual (generado por la matrix)? Mínimas, en el mejor de los casos. Afortunadamente, Thomas no encontró a Morfeo: él encontró a Thomas. Cuando el discípulo estuvo listo, el maestro apareció. El simple hecho de que Thomas estuviera en una búsqueda sincera fue suficiente para garantizar el encuentro.
Extraordinariamente ordinario
Estás aquí porque sabes algo. Lo que sabes no lo puedes explicar, pero lo sientes. Lo has sentido toda tu vida.
—Morfeo a Thomas durante su primer encuentro
Lo que primero me impresionó de Dave Oshana fue lo poco impresionante que es. Oshana es un maestro espiritual. Asegura haber alcanzado la realización. Tiene un sitio en donde vende sus servicios: clases en línea en tiempo real, repeticiones descargables y consultas personales donde cada minuto cuesta un euro. En invierno, primavera y verano organiza retiros en Finlandia. No hay nada —al menos superficialmente— que lo distinga de los otros miles de maestros espirituales del mercado. La influencia que Oshana tuvo sobre mí fue gradual y acumulativa y no fue sino hasta después de tres años de haberlo conocido que tuve que pagar por tener una consulta personal con él y comenzó la parte más formal de nuestra relación. Pasó otro año antes de que realmente cayera por completo (en diciembre de 2011) y me registrara para uno de sus retiros. Ese fue el punto sin retorno.
¿Por qué me tomó tanto tiempo? Quizá soy difícil de convencer. En su sitio había leído testimonios de personas que aseguraban haber experimentado enormes cambios en sus vidas gracias a él. Según algunas de estas personas, las experiencias mushin, la unificación, la dicha trascendental y los remolinos de luces y colores aparecían a los pocos días o, en algunos casos, minutos después de haberlo conocido. Nada de eso me pasó. Un cockney con un acento incomprensible y mala gramática: Oshana me pareció extremadamente ordinario. Contaba chistes malos y, a veces, se le ocurrían ideas absurdas aparentemente irrelevantes; repetía las mismas ideas, se equivocaba y en ocasiones no daba con el punto. No era para nada como Morfeo. No se sentaba como una estatua ni hablaba con monotonía, lentitud y profundidad. No proyectaba poder, autoridad ni misterio. Lo bueno era que no era pretencioso —a menos que pretendiera no serlo. Su presencia no inspiraba ni un poco de reverencia, al menos no de mí.
Otra de las cosas que me llamó la atención fue que Oshana no daba la mano. Es muy estricto sobre cosas que a la mayoría de las personas pueden parecerles triviales (por ejemplo, no apuntar tus pies o dedos en dirección de otros). Mucho tiempo después descubrí que antes de participar en los retiros, los aspirantes debían llenar un formulario en donde se comprometieran a no beber alcohol, fumar o consumir drogas días antes del seminario; por lo mismo, no se podía elegir a algunas personas que tomaban ciertos medicamentos. Y a diferencia de muchos maestros espirituales, sus eventos no eran públicos.
Oshana estudiaba a los aspirantes que iban a los retiros para asegurarse de que estuvieran preparados para recibir su ayuda. En contraste, tenía un estilo de enseñanza muy informal, y además de haber prohibido el contacto físico, era mucho más accesible que otros maestros espirituales. Salía a comer con sus alumnos. Ninguna de las personas que conocí lo consideraba “la encarnación de la verdad”, un ser sagrado o divino, ni un ser superior (aunque muchos sí lo consideraban un iluminado). Y aunque Oshana hablaba mucho de la iluminación, la describía con términos sencillos: fue algo que simplemente “le sucedió”. El 19 de junio de 2000, Oshana despertó y se dio cuenta de que era diferente: contó los dedos de su mano para ver si tenía dígitos de más. Vio a su alrededor. Al final encontró que la persona que solía ser “Dave” había desaparecido como si jamás hubiera existido.
Al igual que muchos otros líderes espirituales, Oshana hablaba mucho sobre la energía. Pero al contrario de la mayoría de los maestros, él se refería a un tipo de energía específico: la Transmisión. Este tipo de energía había sido responsable de su iluminación y Oshana dedicaba su vida a servirle. Se convirtió en un maestro espiritual gracias a la Transmisión, a pesar de jamás quererlo ni planearlo. Durante el Día de la Iluminación 2012, en Helsinki, Oshana describió ésta como una suerte de esclavitud. Dijo que era semejante a ser un padre, y que la mañana del 19 de junio del año 2000 despertó dándose cuenta que debía cuidar a 7 millones de bebés. Desde ese momento se dedicó a la tarea de ayudarlos a despertar para alcanzar su verdadera naturaleza.
Oshana admitió ese mismo día que, tras ser un maestro de la iluminación por doce años, no había podido guiar a alguien a un estado de iluminación que él considerara satisfactoria (aunque muchos aseguraban haberla alcanzado). Se reía hasta llorar o, quizá, reía para no llorar. A diferencia de muchos maestros espirituales, Oshana se enfocaba en los resultados, aun cuando esto trabajaba en su contra.
Una astilla en la mente
Puedo guiarte, pero debes hacer exactamente lo que te diga.
—Morfeo a Thomas durante su primera conversación
Oshana y yo nos conocimos por primera vez en Londres en diciembre del año 2007. Supe de su existencia por casualidad y mi curiosidad creció cuando vi que había escrito algo sobre Matrix en su sitio. Yo había escrito un libro sobre la película y llevé un ejemplar conmigo para regalárselo. Nuestro encuentro fue agradable, pero no me impresionó mucho. Dos días después regresé a verlo, y en esa ocasión participé en un taller intensivo con trabajo energético.
Poco tiempo después me llamó inesperadamente uno de sus asistentes, me dijo que el maestro quería verme en el Hilton de Edgware Road. Fue por la noche. Yo llegué en bicicleta. Nos sentamos en un lugar tranquilo en el lobby del hotel y hablamos durante tres horas, pasada la medianoche. Casi todo el tiempo hablé yo. Oshana había leído mi libro y lo había disfrutado. Sin embargo, no me ofreció una píldora roja. Yo quería saber a qué se refería cuando hablaba de la iluminación, por qué aseguraba tenerla y por qué usaba la palabra “espiritual” con tanta frecuencia. Le dije que yo no creía que él hubiera alcanzado la iluminación. En ese entonces yo tenía una idea muy clara de lo que esto significaba: para mí era la máxima y última meta de la conciencia, por un lado; de la existencia humana, por otro; la consciencia de Dios, por otro más; y de la unidad con el universo, finalmente.
Oshana era descarado y crudo (a la vez que extrañamente modesto), un “vivales” acercándose a los cuarenta. No cumplía con los requisitos necesarios, por lo que yo estaba bastante seguro de que no había alcanzado la última meta de la evolución humana. Sugerí que, como muchos otros aspirantes, había malinterpretado su experiencia y caído en “la trampa del gurú” (sobre lo cual yo había leído algo). Oshana me prestó atención, pero no intentó persuadirme. Señaló mi baja energía y hablamos de mi fatiga crónica.
Después de ese segundo encuentro nos mantuvimos en contacto por los siguientes tres años, de manera intermitente. En el ínterin conocí a otro maestro espiritual, John de Ruiter, y por primera vez en mi vida acepté a un gurú personal. Ruiter era lo opuesto de Oshana: sombrío, imponente y sumamente impresionante. Él encarnaba mejor al “hombre de conocimiento” que yo imaginaba, y acepté a Ruiter como un maestro realizado y asumí una posición subordinada. Comparado con Ruiter, Oshana era un peso ligero. Oshana era demasiado ordinario para que yo pudiera aceptarlo como un maestro. Sin embargo, con el tiempo mi perspectiva cambió. Comencé a dudar de la autenticidad de Ruiter y buscaba la guía de Oshana con más frecuencia. Mientras más hablaba con él por Skype y mediante correos electrónicos informales y sin cargo alguno, más evidente se volvía para mí que Oshana era fundamentalmente diferente a las demás personas. Yo tenía un prejuicio intelectual pero quizá fue la rapidez de sus ideas y lo que decía, su precisión y profundidad de entendimiento, lo que terminó por convencerme. También su soltura y flexibilidad poco comunes. Durante los meses que duraron nuestras conversaciones informales nunca percibí ningún tipo de tensión, rigidez, incomodidad o esfuerzo de su parte. Parecía siempre estar tranquilo y completamente presente. Detrás de un exterior lúdico había una atención firme, un propósito inflexible.
Gradualmente, a través de nuestros intercambios, mis ideas en torno a la iluminación cambiaron. El concepto se adaptó a dimensiones menos fantásticas, más tangibles, humanas y accesibles. Lo que Oshana describía era similar a lo que le había sucedido a Thomas Anderson: se despertó un día y se percató de que su vida había sido un sueño. No se había convertido en Neo de la noche a la mañana, sin embargo, una ilusión fundamental había terminado. Comencé a sospechar que, al igual que Morfeo, Oshana operaba en otro nivel del ser. Era un nivel que yo no podía entender porque no tenía un acceso consciente a él. Por eso me percaté de que existía una distancia enorme, quizá irremediable, entre nosotros. Era la distancia que separa una realidad de la otra, la distancia entre la vigilia y el ensueño. A pesar de lo cual no me sentía intimidado ni asombrado por Oshana. Más bien sentía una curiosidad y una fascinación inmensas al mismo tiempo que su interés en mí me halagaba. Pese a que la atención de Oshana me parecía un reto e incluso me sentía un poco desorientado, su manera particular de relacionarse conmigo me hacía sentir cómodo al tiempo que no me permitía obsesionarme con él o con el espacio que nos separaba.
Durante el primer periodo de nuestra relación formal llegué a cuestionar el pago que le hacía a Oshana a cambio de sus servicios, probablemente porque amenazaba mi autoestima y mi determinación. El intercambio solo me recordaba la inequidad que existía entre los dos y que yo dependía de un maestro para alcanzar la libertad. ¡Morfeo jamás le cobró a Neo por la desconexión! A veces una película simplemente es eso. Más allá del aspecto económico, sentía una preocupación más sutil. Me preocupaba que los beneficios de tener un guía hacia la iluminación (si es que Oshana realmente estaba iluminado) podrían ser anulados por mi deseo infranqueable de buscar una solución fuera de mí mismo. El peligro de reconocer una figura de autoridad espiritual es que puede reforzar el hábito de buscar la verdad fuera de uno mismo. Thomas Anderson se encontró con un problema similar cuando se conectó con Morfeo y se vio obligado a seguir instrucciones aparentemente imposibles e inexplicables. Al hacerlo le permitió a Morfeo tratarlo como si fuera una suerte de marioneta, tomando el control de la toma de decisiones. Después de dudarlo un momento, Thomas confió completamente en Morfeo y con el tiempo obtuvo su recompensa: la libertad; arriesgando todo por ello, sin saberlo.
No hay ningún camino seguro o garantizado para llegar a la verdad. Tampoco existe una manera de evitar sentirse abrumado por el tipo de dudas y temores paralizantes que Thomas experimentó cuándo decidió seguir ese camino. Al final debió aprender a confiar no sólo en Morfeo y Trinity, sino también en su instinto, que le permitiría distinguir entre lo real y lo irreal. Hasta el momento del encuentro, lo único que Thomas había tenido que hacer era seguir la astilla en su mente, la cual lo guió hasta Morfeo.
Twitter del autor: @JaKephas
*En los próximos días publicaremos la continuación de este ensayo.