Antes de morir, Michel Foucault (1926-1985) fue contundente al respecto: nada que no fueran los libros que él mismo había dado a la imprenta debía publicarse. Él, un autor tan preocupado por la disolución del sujeto, alguien que con tanto cuidado construyo, en sus palabras, “una caja de herramientas” para ayudar a pensar, temía con razón las implicaciones parciales que pudieran extraerse de los fragmentos de su obra. Y es que, como en pocos autores, sus libros se encuentran interconectados como un andamiaje instrumental, ya sea para funcionar como libros de exploración (Historia de la locura) o libros de método (La arqueología del saber). Todo en Foucault es una autobiografía, velada o simbólica. De ahí que a él le interesara tan poco desentrañar al personaje. “Me interesan los hombres de carne y hueso y me interesan los personajes. Aborrezco los híbridos de ambos”, Elías Canetti.
En 1994, sin embargo, aparecieron en Francia los cuatro tomos de Dits et écrits, que compilaban artículos, entrevistas, conferencias y otros textos dispersos aglutinando la parte más visible del autor a través de un compendio fascinante entre lo periodístico y literario, que en español sólo había sido publicado parcialmente con el título Obras esenciales bajo el cuidado de Miguel Morey; apenas una tercera parte de lo publicado en francés.
La ventaja del material que está publicando siglo XXI Argentina, quien ha publicado hasta hoy tres tomos bajo los rótulos El poder, una bestia magnífica, La inquietud por la verdad y ¿Qué es usted, profesor Foucault?, es que nos permite acercanos a una de las inteligencias más seductoras y potentes del siglo XX, pero no desde la hagiografía ni el estudio especializado, sino desde la posibilidad transversal que ocasiona la charla. Leyendo La inquietud por la verdad queda claro que Foucault debió ser un gran conversador. En la entrevista de Rux Martin, “Verdad, poder y sí mismo” por ejemplo, atisbamos una figura palpable, en una dimensión lúcida pero también coloquial. Vemos a un hombre que titubea y experimenta y que se asume primero como docente antes que filósofo o intelectual. Alguien que se declara lector de Blanchot, Klossowski y de Nietzsche pero también de William Faulkner, Malcolm Lowry y Thomas Mann. En libros como éste conocemos la cocina de su escritura pero también los libros que pueblan su mesa de luz, elementos paralelos de su desarrollo intelectual.
En algún momento, el francés declara que “cada libro transforma lo que pensaba al terminar el libro precedente. Soy un experimentador y no un téorico” y escuchándolo fuera de los márgenes de su obra oficial no podemos sino comprobarlo, porque si algo abonan estas páginas indómitas es otro aspecto de su personalidad: Foucault fue, como si no fueran ya demasiadas sus aristas, un ensayista vital.