El pasado 24 de abril se derrumbaron las instalaciones de una fábrica de ropa ubicada en Savar, en el centro de Bangladesh, con la consecuente muerte de más de 900 personas y casi 2500 heridos, cifras que todavía podrían modificarse en tanto los trabajos de rescate continúan entre los escombros.
Además del evidente pesar por la enorme cantidad de fallecimientos, la tragedia puso de manifiesto las condiciones laborales deleznables que privaban en la fábrica, particularmente en cuestiones de seguridad, las cuales, de haber sido mejores, probablemente los decesos y en general las afectaciones hubieran sido menores.
Apenas se supo del incidente, se dieron a conocer también las marcas de ropa que ocupan dichos talleres para confeccionar sus prendas, destacando Mango, El Corte Inglés, Benetton y Primark, todas ellas rodeadas de un glamour que contrasta dolorosamente con las condiciones en que se encontraban estos obreros.
En efecto: ¿cuánto cuesta una de estas prendas cuando se lleva a boutiques y almacenes exclusivos de las grandes capitales occidentales? ¿Cuánto se distancia este precio de lo que recibe un trabajador como salario diario por las jornadas excesivas que tiene que cumplir para sobrellevar a medias su vida? ¿Cuál es el verdadero costo de la codicia? ¿Quién termina pagándolo?
Como respuesta a las acusaciones las marcas acusadas aceptaron indemnizar a las víctimas, pero es evidente que esto no es más un paliativo, un gesto mínimo y casi insignificante en comparación con la certeza de que esta dinámica persistirá, una dinámica en la que la muerte parece el destino menos lamentable en la vida de un obrero tercermundista.
Y no se trata, en modo alguno, de satanizar a estas marcas en particular. Tampoco de enfocar nuestra posible indignación a la industria textil. Lo cierto es que, en nuestra época, la explotación campea por doquier, es la moneda de cambio que se utiliza para sobrevivir apenas en un mundo despiadado y cada vez menos humano.
En todo caso, la situación, las imágenes, nos pueden servir para pensar que en el consumo se encuentra uno de los ámbitos más inmediatos y efectivos de acción. Si modificamos nuestros hábitos de consumo, si consumimos conscientemente y no solo porque somos títeres de una programación ideológica, conveniente a otros intereses que muy probablemente no sean los nuestros ni los del bien común, quizá hayamos dado el primer paso para que tragedias como esta no se repitan.
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Imágenes vía Huffington Post