Joint Base Lewis McChord / Flickr
La guerra ha sido una de las actividades que más caracterizan a la especie humana, una de las formas en que evolucionó el afán de supervivencia, la lucha perpetua por los recursos que aseguren la subistencia en este mundo. Y si bien, por siglos, el campo de batalla fue el territorio mismo, el terreno como tal, en el futuro, en los años que se encuentran más cerca de lo que quisiéramos, la guerra se librará en las personas mismas (¿como ya sucede?), en su interior, en el órgano que defines quiénes somos: nuestro cerebro.
Ese es el objetivo de varias entidades enfocadas en el desarrollo de biotecnología, de interfaces cerebro-computadora que generan una simbiosis entre el cuerpo y las máquinas.
Por ejemplo, el proyecto Human Conectome Project, que si bien tiene propósitos humanitarios, en su propósito de conectar al cerebro con sistemas robóticos tiene, paralelamente, implicaciones bélicas. Si bien una de estas interfaces podría ayudar a que un soldado opere una prótesis robótica para un miembro perdido en el combate (un brazo, una pierna), este mismo recurso puede hackearse y reconfigurarse para matar.
Barnaby Jack, experto en seguridad, ha demostrado la vulnerabilidad de estos sistemas, la facilidad con que la biotecnología de estimulación craneal profunda o nerviosa puede volverse en contra de su propio usuario.
Otros experimentos han probado que es posible controlar drones aéreos y exoesqueletos de metal solo con la mente, lo cual llevaría el combate a un nivel muy distinto del que se ha ejercido hasta ahora, planteando escenarios en los que una guerra, desde cierta perspectiva, se libraría solo con el pensamiento.
La imaginación es poderosa y no parece descabellado suponer mecanismos que permitan manipular a las personas, obligar a soldados a que disparen el arma que llevan contra su voluntad, o que alguien revele información que había jurado mantener en secreto (con procedimientos mucho más sencillos que la tortura, mucho más efectivos y que quizá no dejarían rastro).
La neurociencia, en efecto, tiene un cariz sumamente admirable, que podría traer consigo beneficios que nunca antes el ser humano había creído posibles, pero igualmente, como ha sucedido a lo largo de la historia con el conocimiento científico, sus descubrimiento y desarrollos podrían volverse perjudiciales y alimentar esa parte de nuestra civilización que mantiene una tensión perpetua entre quienes buscan erradicarla y quienes obtienen beneficio del conflicto.
[Wired]