Deus é o Homem de outro Deus maior
Fernando Pessoa, “No túmulo de Christian Rosencreutz”
Fernando Pessoa es uno de los grandes poetas en la historia de la literatura que solo a finales del siglo XX comenzó a ser revalorado por la crítica especializada, según algunos gracias a la labor de redescubrimiento que el autor italiano avecindado en Portugal Antonio Tabucchi realizó hacia finales de los ochentas para la editorial Adelphi que dirige Roberto Calasso.
Ahora, sin embargo, la suficiencia literaria de Pessoa es indiscutible y el conocimiento que se tiene de su obra se ha perfeccionado notablemente, al menos en lo que respecta al establecimiento de un canon o un corpus fijo de escritos, muchos de los cuales estaban dispersos o caóticamente relegados porque Pessoa mismo no se preocupó de estas cuestiones. Recordemos que, en vida, su nombre figuró únicamente en un libro publicado, Mensagem, Mensaje, y casi todo el resto de su obra se conoció póstumamente.
Pero conforme la obra de Pessoa sale a la luz de la crítica y los lectores, igualmente crece el interés por los detalles de su vida íntima, ávidos como está cierto público por conocer esos recovecos personales en los que muchos gusta de refocilarse y encontrar la parte humana del semidiós, las fallas o los equívocos que lo defenestran de su pedestal, el signo de esperanza que alimenta la del que duda.
De ahí que se sepa ahora que Fernando Pessoa fue un curioso o franco adepto del ocultismo y las doctrinas esotéricas. Su singular personalidad (expresada, por poner un ejemplo sumamente elocuente, en el recurso más que literario de crear autores alternos, cada uno con personalidad, estilo y creencias diferentes, los célebres heterónimos) lo llevó a simpatizar con las ideas que al parecer tomó de una tía suya, Anica, ferviente estudiante de lo esotérico, con quien vivió entre 1912 y 1914.
Uno de los rituales más practicados por el joven poeta en la época inmediatamente subsecuente a esta iniciación, fue la escritura automática, una especie de rutina mediumínica en la que Pessoa contactó diversas personalidades del otro mundo, paupérrimos intentos en los que las voces oídas solo le increpaban por su falta de valor para con el sexo opuesto, su incapacidad para dejar de masturbarse y establecer una relación con una mujer. Uno de esos contactos con el más allá, Henry More, filósofo platonista inglés del siglo XVII que enseñaba en Cambridge, le dictó estas líneas:
You are the centre of an astral conspiracy —the meeting place of elementals of very malefic type. Woman can imagine what your soul is.
[“Eres el centro de una conspiración astral —el lugar de encuentro de elementos de una índole muy maléfica. La mujer puede imaginar lo que tu alma es”. En inglés en el original. Recordemos que Pessoa se educó en Sudáfrica, donde su padrastro cumplía funciones diplomáticas, por lo cual conocía bien dicho idioma]
Con todo, las sesiones no fueron del todo infructuosas, pues según una carta que Pessoa envió a su tía, los rituales cultivaron en él al menos dos habilidades fuertemente desarrolladas: la telepatía y algo que denominó “visión etérica”.
De la primera tuvo una manifestación funesta, pues le sirvió para sentir, él que se encontraba en Lisboa, la insoportable tristeza o angustia que terminó por llevar a su querido amigo Mário De Sá-Carneiro a cometer suicido en París un 26 de abril de 1916.
En cuanto a la “visión etérica”, Pessoa la describió como la capacidad de ver, repentina e involuntariamente, el aura de las personas, ese cuerpo ectoplasmático o astral que supuestamente rodea a todo ser vivo y cuyas propiedades dependen de la energía espiritual de este. Pessoa decía que si bien esta habilidad era todavía básica, en ocasiones podía leer en este éter luminoso números y signos, extrañas figuras inscritas en dichas “auras magnéticas”.
Quizá esta misma inclinación llevó a Pessoa a interesarse por las sociedades secretas, muchas de las cuales estudió con el fin de encontrar ese hilo secreto de “disidencia mística” que habría comenzado con los gnósticos y que continuaba, según el portugués, hasta los rosacruces, pasando por los Caballeros de Malta, los Templarios, los masones y otros grupos confrontados, como Pessoa mismo, a la cristiandad y su hegemonía religiosa.
Por último, cabe destacar la relación entre Pessoa y uno de los últimos grandes ocultistas de la historia, Aleister Crowley, cuyo contacto comenzó por medio de una carta que el portugués envió a Crowley corrigiendo algunas imprecisiones astrológicas que la llamada “Gran Bestia” cometió en la publicación de su horóscopo personal como parte de sus Confessions.
Pessoa tenía grandes conocimientos sobre astrología y sin duda fue este primer rasgo lo que atrajo la atención de Crowley, estableciéndose un vínculo provechoso entre ambos, acaso un poco más para Pessoa, quien tradujo algunos poemas de Crowley y le ayudó a fingir su suicido por despecho amoroso. Sin duda la conmoción y la sorpresa fueron grandes cuando Crowley apareció en una exposición de sus pinturas en Berlín semanas después de que Pessoa filtrara en los periódicos locales el rumor de que aquel se había arrojado al mar en un acantilado lisboeta conocido como Boca do Inferno, adornando el hecho con referencias ocultistas y supuestos símbolos trazados por la Gran Bestia en su nota póstuma (todo lo cual hacía más verosímila la historia) (en la imagen a la derecha se observa a Pessoa y Crowley trenzados en una partida de ajedrez)..
Pero para retornar al ámbito de lo literario y dejar lo meramente anecdótico, valdría la pena preguntarse como lo hace Gary Lachman hasta qué punto Pessoa creía realmente en todo esto. Descontando el hecho de que, como el mismo Pessoa lo definió, “el poeta es un gran fingidor”, algunas alusiones en sus obras a este conocimiento esotérico ponen en duda la verdadera fe del poeta en todas estas ideas e incluso en algunos pasajes desprecia abiertamente algunos aspectos de las mismas, particularmente la pobreza de estilo de los grandes maestros que las transmiten:
Cuando escriben para comunicar […] sus misterios, [todos] ellos escriben abominablemente. Ofende mi inteligencia que un hombre pueda dominar al Diablo sin ser capaz de dominar el idioma portugués
Y quizá aquí Pessoa se equipara con todos los escritores que encuentran en el lenguaje el único credo digno de respetar y seguir. “Mi patria”, escribió en otra ocasión, “es la lengua portuguesa”.
Consulta en Arquivo Pessoa la obra del poeta (íntegra y cuidadosamente editada).