Mucho se dice del hermetismo y de su práctica; siempre o casi siempre, lo que se dice, está cubierto por el velo que todo lo oculta. Resulta muy difícil comprender con claridad el fin que persigue el hermetismo; los métodos, los preceptos, la disciplina y los conceptos no son palabras o símbolos que se puedan comprender mediante el uso o aplicación de la historia, la filosofía o la teología; es decir, no se accede al hermetismo únicamente a través de procesos cognitivos. La mente juega un papel muy importante en la transmisión del conocimiento hermético y esotérico, pero es el alma del ser humano la que debe integrarlo en nuestro ser completo. El conocimiento hermético busca la unidad y la unión del conjunto de la humanidad; la alianza del hombre con la naturaleza, de dios al hombre y del hombre al hombre. Dicho conocimiento no se adquiere únicamente a través de medios intelectuales y es por esta razón que la mayoría de las escuelas esotéricas se valen del rito iniciático para transmitir la enseñanza, ya que el trabajo que la iniciación realiza es espiritual. La práctica del hermetismo no es secreta sino discreta.
Para hablar del hermetismo es indispensable hablar de la figura de Hermes Trismegisto. Inmediatamente pensamos en el dios griego del caduceo, hijo de Zeus y de la ninfa Maia. A partir del siglo iii a.C., los griegos pensaron que Hermes era descendiente del dios egipcio Thot.
Éste último ocupaba un lugar importante en el panteón egipcio; es el dios mago, asistente de Isis cuando ella le devuelve la vida a Osiris, el secretario, el escriba de los dioses y el inventor de los hieroglifos. También es la luz de Ra en su aspecto nocturno; el iniciador de los Misterios y el maestro del conocimiento secreto y oculto. Muy pronto, Thot y Hermes se confunden y son vistos como uno solo y mismo personaje. Además se produce una homonimia entre Thot, Hermes y un sacerdote egipcio de la época del faraón Akenaton que será conocido como Hermes Trismegisto. Hermes es el modelo del hermeneuta y del esoterismo; se convierte en el depositario de los conocimientos, se integra y hace cuerpo con ellos. Es la sabiduría, el arquetipo del iniciado y de lo cumplido.
El Corpus Hermeticum es la obra atribuida a Hermes y consta de 17 tratados escritos entre el siglo ii y el siglo iii de nuestra era: el Poimandrés o Pimandre, el Asclepius o Discurso perfecto, los Fragmentos de Stobée. Además de estos escritos cosmogónicos, también se le atribuyen una serie de escritos heterogéneos que pueden ser clasificados de la siguiente forma: los escritos astrológicos, las ciencias ocultas y las ciencias alquímicas. Con el fin de la antigüedad y la destrucción de la biblioteca de Alejandría, una parte importante de los manuscritos herméticos cae en el olvido; sólo los esoteristas medievales, especialmente los alquimistas, trabajaron sobre la base del Asclepius para redactar sus textos alquimistas. Durante la Edad Media el Pimandre fue completamente olvidado y no fue hasta el Renacimiento que se comenzó a considerar como la esencia misma del Corpus Hermeticum. En 1450 un monje lo reencuentra en Macedonia y lo lleva a Florencia; diez años antes, Cosme de Médicis confía a Marcile Ficin la creación de la academia neoplatoniana; al mismo tiempo, el Pimandre es atribuído a Hermes el Tres Veces Grande y es tanto el entusiasmo por el manuscrito que Cosme solicita a Ficin que abandone la traducción de Platón para dedicarse al Pimandre.
El 1471 se traduce por primera vez el Corpus Hermeticum y se reeditará al menos 25 veces hasta 1641. A partir de este momento, el pensamiento hermético será revisado a detalle. Resulta muy complicado estudiar los textos cronológicamente; vale mucho más la pena destacar las ideas principales del pensamiento hermético. También se debe señalar que el cuerpo de los textos herméticos no forma un todo coherente ya que los textos presentan contradicciones doctrinales. P. Festugiere distingue dos tipos de hermetismo: un hermetismo sabio y un hermetismo popular. Por un lado, los grandes místicos, esotéricos y filósofos; y por el otro, los magos de receta de cocina, quienes intentan adquirir la longevidad, fabricar oro o liberarse de un maleficio. El Asclepius está escrito en forma de diálogo y también es conocido como el Discurso Perfecto. En éste se afirma que la revelación hermética se sitúa en Egipto: “¿Ignoras pues, Asclepius, que Egipto es la copia del cielo, o, mejor dicho, el lugar donde se transfieren y proyectan, aquí abajo, todas las operaciones que gobiernan y obran las fuerzas celestiales? Aún más, si se ha de decir, nuestra Tierra es el templo del mundo entero.” (Aclepius, 24). Si hay revelación dentro del conocimiento hermético, no se trata de una revelación absoluta. El Hermetismo ve más allá de lo que se observa a simple vista, ve el mundo en su realidad más allá de la apariencia: el hermetismo percibe las causas primeras.
Sin duda alguna es en la tradición alquimista donde el conocimiento hermético encuentra mayor expresión en occidente. Los primeros grandes tratados de alquimia datan del siglo xii con la primera traducción del Libro de la Compositio d´Alchimie de Morien, hecha por Robert de Chester. Debemos citar además De alchimia de Alberto el Grande, el Tratado de la piedra filosofal de Santo Tomás de Aquino, la Carta acerca de los prodigios de la naturaleza y de arte de Roger Bacon, el Rosario de los filósofos de Arnaud de Villeneuve, etcétera. Estos textos hablan de la verdadera alquimia. La interpretación de los símbolos devela la búsqueda de la piedra filosofal interna. Para los esoteristas los conocimientos y la sabiduría son intemporales. En la actualidad el hermetismo sobrevive de manera discreta y entendemos este conocimiento como el “conjunto de movimientos esotéricos en búsqueda de una comprensión gnóstica del mundo y trabajando por un perfeccionamiento interior asimilable a la búsqueda de la piedra filosofal” (Vankerhove): una alquimia espiritual. Los textos herméticos siguen y seguirán siendo vigentes. Están lejos de transmitir ideas antiguas o supersticiosas. Lejos de ser un conjunto de curiosidades, nos hablan de lo más profundo del ser humano, esta parte de cada uno de nosotros en imperecedera relación con la Naturaleza y el Cósmico.