El Diablo en el Tarot Thoth, o la oportunidad de derrotar a tu mal por medio de la locura
Magia y Metafísica
Por: Rober Díaz - 10/08/2025
Por: Rober Díaz - 10/08/2025
La carta del Diablo en el Tarot Thoth es sumamente fálica. En ella vive una cabra montesa que hace referencia al dios Pan, ese ser que habitaba los bosques y al cual los antiguos le dedicaban fiestas y orgías, entre otras, las lupercales, en las que los sacerdotes azotaban con cueros de cabras a las mujeres para facilitar la procreación. Además, en su honor se llevaban a cabo carnavales en los que los involucrados desfilaban y bailaban desnudos al ritmo que les dictaban los diferentes vinos que bebían sin interrupción, dando salvoconducto a todos sus instintos.
El macho cabrío representado en esta carta tiene un ojo en medio de la frente, símbolo de la clarividencia. Sus cuernos están retorcidos y su cabeza esta ribeteada por un manojo de uvas que representan la ebriedad y nuevamente a esa otra deidad de la que Pan derivó: Dionisio, el dios griego del vino que corría libremente tras las Bacantes, para disfrutarlas sin freno ni remordimientos.
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Detrás de esta figura dionisiaca yace un enorme falo que conecta la tierra con el infinito y con la oscuridad de la noche: Nuit, esa diosa que representaba entre los egipcios la totalidad del firmamento, protectora de los muertos, a quienes les daba la capacidad de renacer hacía la vida eterna.
Bajo la cabra hay un par de testículos: en el izquierdo hay cuatro mujeres y en el derecho cuatro hombres, y en medio de éstos un báculo coronado en su pomo por una representación de Osiris reducido a una expresión mínima —las alas y el sol resplandeciente, símbolos de su resurrección– y finalmente, fuera de todo este túmulo, redes que asemejan las redes neuronales y la interconexión que nos remite al estado de conciencia que el consultante necesita para aceptar la carta cuando ésta aparece durante una lectura.
Sobre esta carta se dice que es la más malinterpretada del Tarot Thoth. Su aparición durante una lectura no significa que el adversario esté cerca, tampoco algún tipo de riesgo o peligro, sino más bien el inicio de una encarnación propia, pues el diablo es solo un espejo del alma, o dicho de otro modo: lo peor de nosotros mismos frente a nuestros propios ojos. Las características más nocivas de una personalidad quedarán evidenciadas –muy a pesar del propio consultante–.
En ese sentido, se trata de una carta furibunda y singular que revela el nivel de represión que hay de parte de quien pregunta. La frustración para el consultante no solo se manifiesta en la vida material —en aspectos como el dinero, el trabajo y la salud—, sino de manera más profunda en su ámbito espiritual, carencia de la que puede percatarse gracias a que este ente del mal surge, a la manera de un reflejo distorsionado de sí mismo: la parte oscura, sin territorio y arrojada hasta lo más recóndito (al menos en apariencia), fundamentalmente desconocida, y que casi autónoma, ha recurrido a todo tipo de artimaña para perpetuarse.
La carta de El Diablo va así más allá de la mera representación del mal para acercarse a algo un tanto más concreto: la materialización de un enemigo, uno que conoce todas nuestras técnicas para encararnos y superarnos, y que por ello mismo no se hace presente fácilmente.
Y precisamente aquí donde entra en juego el arcano de El Loco, el cual nos invita a dejar nuestros miedos para aventurarnos en lo desconocido. Si El Diablo se nos aparece, pero por algún motivo no lo podemos distinguir, o nos parece que apenas y se asoma para dejarnos poco más que sólo olerlo, es la figura del Loco la que nos puede sacar de ese letargo.
Al hablarme sobre este arcano, un viejo maestro de las cartas me dijo:
—Cierra los ojos, imagina que vas a en un autobús en la hora pico, la mayoría va mirando sus teléfonos móviles, algunos leyendo, otros hablando y algunos más contemplan su derredor. Pregúntate: ¿Qué lo que los controla? ¿Quién los hace obedecer? ¿Eligieron esa vida por los compromisos que han adquirido? ¿Es correcto tener una rutina así de miserable en la que queda tan poco tiempo para ser?
Por muy fuertes que las palabras de aquel viejo me hubieran parecido, puedo admitir que en la meditación que me éstas me provocaron pude ver —sin que por ello la imagen me pareciera reveladora— que ese apaciguamiento de las personas, ese atender sin chistar, esa obediencia irracional, aunque le da orden y continuidad a nuestra sociedad, no es lo más óptimo para el ser humano; por otro lado, desdecirse, contrariar las leyes para generar nuevas, idealmente unas mucho más justas, y enfrentar de continuo al poder porque éste sí que se aprovecha en todo momento de nuestra pasividad, resulta que termina siendo "malo".
Entonces entendí que El Diablo es más bien ese mal que se esconde y que pasivamente acaba con nuestros sueños. No se trata de solo "portarse bien": se trata de pensar libremente, y eso es lo que la carta de El Diablo viene a decirnos que estamos demasiado pasivos en nuestra comodidad, que es otro de los nombres para nuestro propio mal.
De ahí la utilidad de la carta de El Loco, que en el Tarot Thoth se nos presenta como una especie de viajero intergaláctico que atraviesa unos aros que aluden al traspaso de varias realidades, con un racimo de uvas en su brazo izquierdo para recordarnos la ebriedad dionisiaca e iniciática, que después de todo es la que mueve sus decisiones. El Loco es la primera de las cartas y sobre ella muchos tarotistas advierten que el conjunto de los arcanos solo van describiendo el viaje de éste. Si las cartas son la totalidad del mundo, el Loco es el personaje que vive la epopeya, por eso debemos sincronizarnos con él y guarecernos con su presencia. El Loco también es el caos que garantiza una continuidad más elaborada, mucho más profunda, para salirse de los esquemas y darle a la realidad muchas más posibilidades.
El Loco aparece en el Tarot Thoth vestido con una especie de traje de astronauta verde con botas amarillas. Tiene los cuernos de Dionisio Zagreo, ese divino bailarín del bosque Brocéliande que Zeus rescató luego de que Hera, celosa y poseída de él, mandara a los Titanes para descuartizarlo. Solo quedó su corazón, el cual Zeus se lo tragó para volver a hacer nacer como Dionisio (de ahí "el dos veces nacido"). El Loco tiene en su cabeza la corona fálica de Kheter, la primera Sefirot, uno de los diez atributos de Dios y una de las diez emanaciones de la Cábala, por medio de los cuales el Ein Sof se revela a sí mismo y crea el reino físico y la cadena de reinos metafísicos. Kheter representa además la propia esencia, el origen del conocimiento y a la vez una forma de inocencia.

De alguna manera El Loco siempre acaba de nacer y es una creación de su propio asombro. Su sabiduría radica en que es capaz de ser inocente frente al mundo y es como un niño sin malicia que todo lo puede porque aprende sin cesar, y en tanto el mundo sea un motivo para aprender, él estará atento.
En buena medida para se hizo el Tarot: para comprender el viaje. Además de los rasgos que Aleister Crowley atribuye a El Loco, de él se puede decir también que encarna la locura que se opone a los principios binarios, a lo bueno y a lo malo a lo blanco y a lo negro. El Loco es la ruptura de la regla y por lo tanto necesita inventar su propia realidad por que la que habita no le es suficiente.
El Loco tiene una enorme vid detrás de su brazo izquierdo cuyo tono de color no alcanza a pasar del azul oscuro a un verde ceniza profundo, cuyo significado es que la maduración está por concertarse porque el Loco está listo para el mundo como el Tarot está listo para él; él solo es el inicio del que conoce, en su pie izquierdo tiene un tigre que es símbolo del miedo al cual no le hace caso. Aquel pequeño tigre se hace chico, se arredra y se prenda de su pierna izquierda, pilar de lo femenino donde el Loco hace su embarque, según Crowley la figura que corresponde al Loco es la del tetragrámaton, la misma figura que busca el nombre de Dios. El Loco es el Príncipe errante, el santo que lo cree todo y con su fe tiene el poder, siendo el principio que nada lo niega y todo lo quiere.
La vitalidad reflejada en este arcano es a la vez un sinónimo del viaje del príncipe errabundo, aquel arquetipo del héroe del que habló Joseph Campbell y el conjunto de los avatares que haya de atravesar para aprender y luego retornar hacía su casa.
El viaje de nuestro Loco puede acaber en la carta del Diablo si el primero no alcanza a comprender la capacidad que la locura puede anteponer al final y al mal en sí mismo. A El Loco el mal le causa curiosidad, y cuando incurre en él, no lo hace porque quiera. No hace el mal adrede: simplemente se encuentra con la oportunidad y la aprovecha. Su fin es conocer la oscuridad, pero no por la oscuridad, sino por el conocimiento. La carta de El Diablo acaba con El Loco cuando este cree que su locura es mala y que debe controlarla, o visto de otro modo, cuando se da por necesario que existe una sociedad en la que se deben encauzar las fuerzas de acuerdo con las leyes. El Loco pierde cuando deja de crear y a cambio acata las reglas del miedo que El Diablo le impone.
Desprendida del Libro de los muertos egipcio, el siguiente conjuro está hecho para que el declamador haga caso a su corazón, sitio, por otra parte, a donde debemos mandar a dominar a El Loco. Sentir y vivir antes de juzgar. Hacer sin un fin específico y más bien solo por la voluntad de quererlo. La máxima de las voluntades es la mejor cobertura para el corazón, que muy pronto se ahoga y se aísla frente a las reglas y los deberes que imperan en nuestro mundo.
¡Que mi Corazón «ib» pueda encontrar su lugar! ¡Que mi Corazón «hati» pueda encontrar su lugar!
¡Que mi Corazón repose en paz conmigo!
¡Que me comunique con Osiris al Este de la pradera en flor!
¡Que pueda subir y descender con mi Barca el Nilo celeste!
¡Que los poderes de mi boca me sean devueltos, de modo que pueda pronunciar las Palabras de Potencia!
¡Que los poderes de mis dos piernas me sean restituidos, de modo que pueda caminar!
¡Y de mis brazos, de modo que pueda derrotar amis enemigos!
¡Que las puertas del Cielo permanezcan abiertas para mí!
¡Que pueda Keb, Príncipe de los dioses, abrir mis dos mandíbulas!
¡Que pueda él abrir las pesadas vendas que cubren mis dos ojos!
¡Que pueda él separar mis dos piernas!
¡Que Anubis fortalezca mis piernas de modo que pueda mantenerme erguido! ¡Que pueda la diosa Sekhmet conducirme al Cielo!
¡Que los secretos me sean revelados en Menfis!
¡Mi saber visionario lo doy a mi Corazón «ib»;
mi poder mágico lo doy a mi Corazón «hati».
Yo dirijo a mis dos brazos y mis dos piernas me obedecen.
En verdad, ¡puedo cumplir con la voluntad de mi Ka!
Mi Alma no será aprisionada en mi cadáver ante las Puertas del Más Allá; así podré entrar y salir en paz.