«Micrographia» de Robert Hooke: el libro que reveló el asombroso universo oculto en lo invisible (IMÁGENES)
Ciencia
Por: Carolina De La Torre - 07/26/2025
Por: Carolina De La Torre - 07/26/2025
Hubo un tiempo en que una aguja parecía perfecta. Afilada, precisa, casi divina. Hasta que alguien —Robert Hooke— decidió mirarla más de cerca. No con los ojos, sino con un instrumento que entonces sonaba a herejía, a alquimia: el microscopio. Y al hacerlo, descubrió que esa aguja guardaba en sí formas parecidas a las de una verdura.
Así nació Micrographia, un libro que no solo mostró por primera vez lo que nadie había visto, sino que desnudó el espejismo de lo cotidiano. Publicado en 1665, cuando Hooke tenía apenas 28 años, esta obra se convirtió en el primer best seller científico de la historia. Pero más que un éxito editorial, fue una grieta en el muro de lo invisible, una rendija por la que el conocimiento se filtró, misterioso y resplandeciente, hacia la conciencia del mundo.

Porque ¿qué es mirar, si no una forma de descifrar lo oculto?
Micrographia no fue un tratado frío, ni una acumulación de datos. Fue un acto de seducción. Hooke escribía con humor, con curiosidad, con ese temblor sagrado de quien sabe que está tocando los límites del entendimiento humano. Fabricó su propio microscopio y a través de él escudriñó lo que nadie imaginaba que merecía ser observado: una pulga, el ojo de una mosca, un trozo de corcho, los cristales de orina, la nieve detenida en su geometría íntima.
Y fue ahí, en uno de los objetos cuya curiosidad parecía nula, donde encontró lo que llamaría "célula". Al observar una delgada lámina de corcho bajo su microscopio, descubrió una serie de compartimentos diminutos que le evocaron las celdas donde los monjes vivían en recogimiento y silencio. Aquella asociación visual y simbólica lo llevó a usar el término cellula, en latín. Así nació la palabra que designa a la unidad esencial de la vida. El principio de todo lo vivo.

En sus páginas hay 57 observaciones microscópicas y tres telescópicas. Lo pequeño y lo inmenso. Lo vivo y lo inerte. Lo animal, lo vegetal, lo artificial. El hielo, la levadura, los hongos, el carbón, el ojo compuesto de una mosca. El orden es ascendente, como si Hooke supiera que la complejidad no se encuentra en el objeto observado, sino en la mirada que lo observa.
"Con ayuda del microscopio", escribió, "nada es demasiado pequeño como para escapar a nuestra indagación. Se descubre un nuevo mundo visible para el entendimiento". Y ese mundo no era solo visual: era también filosófico. Porque al mirar, Hooke desestabilizaba. Lo familiar se volvía extraño. Lo simple, complejo. Lo insignificante, monumental.

No era un capricho personal. Micrographia fue un regalo de la Royal Society para el rey Carlos II. Pero también fue una declaración de principios. Una forma de decir: la ciencia ha llegado, y no necesita mitos ni dogmas, sino lentes, curiosidad, y valentía para mirar donde nadie quiere mirar.
En ese entonces, Inglaterra palpitaba al ritmo de la razón empírica. Era el tiempo de Locke, Hume y Bacon. De mirar, tocar, medir. Hooke encarnaba ese espíritu, y con su pluma suave pero filosa, escribió lo que quizás fue el primer libro de divulgación científica real: uno que enamoró tanto a sabios como a ciudadanos comunes, y que convirtió lo microscópico en espectáculo.
Pero como todo pionero, Hooke también fue víctima del ego ajeno. Su enemistad con Newton —esa lucha entre dos colosos del pensamiento— lo condenó al olvido. Su tumba es hoy una incógnita y no existe un retrato suyo autenticado. Se dice que Newton hizo desaparecer toda imagen de él. Borrar el rostro de quien incomoda, de quien fue testigo de lo que nadie más supo ver.
Y sin embargo, Hooke sigue vivo en cada célula, en cada lente, en cada imagen ampliada que nos revela que el mundo no termina donde lo ve el ojo. Su legado se arrastra por los siglos como una luz que no se deja apagar, porque una vez que el ojo aprende a ver, ya no hay forma de volver a ser ciego, entendiendo, que inclusive en lo más pequeño, puede haber un universo entero.
Si quieres explorar las ilustraciones que marcaron un antes y un después en la ciencia —y en la imaginación colectiva— puedes verlas aquí.