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¿Qué hace del japonés Haruki Murakami el candidato permanente al Premio Nobel de literatura? ¿Por qué su escritura es el mismo proceso de quienes aprenden a trasformar los detalles de la vida? ¿Escribir es ir a la velocidad de quien medita mientras corre?

Haruki Murakami es más que un eclipse del legado cultural de Occidente sobre el núcleo de la iluminación artística en el Japón. Es un radio de belleza que revela detalles y figuras.

Premio Franz Kafka, Mundial de Fantasía, Jerusalén, Hans Christian Andersen y Princesa de Asturias, Murakami es el más permanente candidato al Nobel de las últimas décadas. El candidato y solo eso, o injustamente pasado de largo, o indebidamente considerado a causa de un increíble éxito internacional sostenido. Sin duda, un excelente corredor de fondo.   

Correr y escribir implican disfrutar de la soledad. Uno puede tomar la forma que eluden la incertidumbre existencial, el terrorismo, la deshumanización urbana y tecnológica, la soledad impuesta, no buscada y nunca querida. Se trata de una forma para todo lo que no es uno, una forma que hay que aprender a mantener, del mismo modo en que uno reconoce como cuidar de su cuerpo, de sus capacidades creativas o de su disposición para ser amado.

La literatura de Murakami es una forma para vivir como recuerdos una gama de detalles singulares, la unidad de quien no es uno con la vida, de quien finge ser el autor de un gran significado. Es posible trasformar lo que crees que te ha pasado o lo que vives como lo que le pasa a los demás en una ficción de ti mismo, que es siempre una forma auténtica que hace sombra.

Gracias a Tusquets Editores, traductor al español de este gran referente de la narrativa japonesa, podemos leer las novelas Escucha la canción del viento, 1979, Pinball 1973, 1980, La caza del carnero salvaje, 1982, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, 1985, Tokio blues o Norwegian Wood, 1987, Baila, baila, baila, 1988, Al sur de la frontera, al oeste del sol, 1992, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, 1994, Sputnik, mi amor, 1999, Kafka en la orilla, 2002, After Dark, 2004, 1Q84, 2009, Los años de peregrinación del chico sin color, 2013, La muerte del comendador, 2017, y La ciudad y sus muros inciertos, 2023.

Murakami escribió las colecciones de relatos Después del terremoto, 2000, El elefante desaparece, 2005, Sauce ciego, mujer dormida, 2009, Hombres sin mujeres, 2014, y Primera persona del singular, 2020, además de los libros de ensayo Retrato en jazz, 1997, Underground, 1998, Retrato en jazz 2, 2001, De qué hablo cuando hablo de correr, 2007, y De qué hablo cuando hablo de escribir, 2015. También se han convertido en cuentos ilustrados Sueño, La biblioteca secreta, Asalto a las panaderías, Tony Takitani de 1990, y La chica del cumpleaños, 2002.

Gane o no un Nobel, lo merece algo tan prolífico, atento y conmovedor como la sinceridad trasformadora de Murakami. En Pijama Surf queremos compartirla a través de un fragmento de su ensayo sobre su otra gran pasión, De qué hablo cuando hablo de correr:

Los pensamientos que acuden a mi mente cuando corro se parecen a las nubes del cielo. Nubes de diversas formas y tamaños. Nubes que vienen y se van. Pero el cielo siempre es el cielo. Las nubes son sólo meras invitadas. Algo que pasa de largo y se dispersa. Y sólo queda el cielo. El cielo es algo que, al tiempo que existe, no existe. Algo material y a la vez, inmaterial. Y a nosotros no nos queda sino aceptar ka existencia de ese inmenso recipiente tal cual es e intentar ir asimilándolo.

Miro al cielo, preguntándome si veré allí un atisbo de bondad, pero no lo veo. Todo lo que veo son indiferentes nubes de verano que se desplazan sobre el Pacífico. Y no tienen nada que decirme. Las nubes siempre son taciturnas. Probablemente no debería mirarlas. Lo que debería mirar está dentro de mí como si estuviera mirando fijamente un pozo profundo. ¿Puedo ver bondad allí? No, todo lo que veo es mi propia naturaleza. Mi propia naturaleza individual, obstinada, poco cooperativa, a menudo egocéntrica, que todavía duda de sí misma, que, cuando surgen problemas, intenta encontrar algo gracioso, o casi gracioso, en la situación. He llevado a este personaje como una vieja maleta, por un camino largo y polvoriento. No lo llevo porque me guste. El contenido es demasiado pesado y parece destartalado, deshilachado en algunos puntos. Lo he llevado conmigo porque no había nada más que se suponía que debía llevar…

Aun así, supongo que me he encariñado con él. Como era de esperar.

 

Imagen de portada: Haruki Murakami, El Mundo.