*

¿De qué manera las potencias del norte fueron haciendo más dependiente y subdesarrollado al sur global? ¿Por qué esto esconde una deuda ecológica de los ricos? ¿Qué sugiere el filósofo Samir Amir al proponer que el mundo más pobre debería desconectarse?

Para mi novio rojillo.

El libro de 2003 ¿Quién debe a quién?, escrito por los economistas Arcadi Oliveres y Joan Martínez Alier, es un regaño inteligente a todos los que hemos permitido indirectamente o por apatía una serie de desequilibrios comerciales que afectan a los más vulnerables del tercer y cuarto mundo, y que afectarán a las clases medias universales, tarde o temprano.

El famoso Adam Smith, economista base del liberalismo, pensaba que las metrópolis europeas podrían controlar a sus colonias americanas, africanas y asiáticas: limitando su economía al sector primario y a un monoproducto como café, oro o algodón, hasta destruir su mercado interno y regional. También abriendo en sus territorios fábricas que requieran poco trabajo intelectual o escasos conocimientos técnicos. Esto creó un fenómeno de dependencia y países con obreros mal cualificados, un consumo desigual y necesidades de inversión.

Mientras este sur suplicante ajusta sus economías para pagar una deuda externa voluminosa que cobran sus antiguos amos, el norte inadvertidamente se ha hecho más dependiente. Sus privilegios vienen de una deuda ecológica incuantificable en dólares o yuanes:

Producción excesiva de gases de efecto invernadero acumulados por dos siglos, contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre, sequía que hace estragos en el rendimiento de los cultivos, mares donde no se derraman estrellas al ritmo de la galaxia, sino petróleo, migrantes que huyen de la pobreza y toneladas de basura.  

¿A alguien le extraña que esta deuda casi nunca se ha reclamado oficialmente? Estas son palabras Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso conocido como el Che negro:

 

 

Desarrollada por el filósofo Samir Amin, la tesis de la “desconexión” sugiere inaugurar en el mundo pobre un proceso contra la acumulación interna de sus oligarquías, a la par de que los países desfavorecidos sean más proteccionistas respecto de las grandes potencias económicas, favoreciendo el mercado libre hacia dentro o entre naciones con similares problemas de desarrollo. Este esfuerzo ha de tender a la edificación de medios de producción y bienes de consumo, invirtiendo la primarización. Decrecer cuando esto ayude a pagar la mencionada deuda ecológica, y crecer dónde y cómo se necesite para redistribuir derechos materiales:

El crecimiento económico general del cuarto de siglo que siguió a la Segunda Guerra Mundial creó, como era de esperar, muchas ilusiones. En Occidente, se creía haber encontrado en el keynesianismo la solución definitiva al problema de las crisis y el desempleo. Se pensaba, pues, que el mundo había entrado en una era de prosperidad perpetua y de dominio definitivo del ciclo económico. En el mundo socialista, también se creía que se había descubierto la fórmula modelo para un crecimiento aún mayor que permitió a Jruschov anunciar victoriosamente que en 1980 la URSS habría superado a los Estados Unidos “en todos los dominios”. En el tercer mundo de África y Asia, los movimientos de liberación nacional que habían conquistado la independencia política también tenían una batería de recetas que, en una mezcla de recetas capitalistas y socialistas, en dosis que variaban de un caso a otro, permitirían a esos movimientos superar el “subdesarrollo” en la “interdependencia”. 

La deuda externa es un hábil instrumento de control político que inmoviliza a ambos polos de la Tierra, pero la generosidad que puedan desarrollar las poblaciones privilegiadas repararía un daño histórico y se quitarían del camino de un tren que viene a toda velocidad.

 

 

Hay que cambiar la orientación de la economía reconociendo las deudas estructurales del primer mundo que ya afectan el día a día de todos los estratos sociales. Los países desposeídos o marginados del mercado deben unirse y establecer mecanismos conjuntos para que estas deudas puedan reclamarse y tenga juntas la fuerza para hacerlo.

En palabras de la famosa Greta Thunberg, jovencísima ecologista sueca:

No hemos venido aquí para rogarle a los líderes mundiales que se preocupen por lo que está ocurriendo. Nos han ignorado en el pasado y nos volverán a ignorar. Ya no nos quedan excusas y nos estamos quedando sin tiempo. Queremos que sepan que el cambio está llegando, les guste o no. El verdadero poder le pertenece a la gente.

Ustedes solo hablan de un eterno crecimiento económico porque tienen demasiado miedo de ser impopulares. Solo hablan de seguir adelante con las mismas malas ideas que nos metieron en este lío, incluso cuando lo único sensato es tirar del freno de emergencia. Ustedes no son lo suficientemente maduros para decir las cosas como son.

En nuestro continente, necesitamos un impuesto latinoamericano a la especulación financiera, ejemplo, la “tasa Tobin”, además de una legislación común contra los paraísos fiscales, y una estrategia compartida de pago y revisión de nuestra deuda externa. Los países desarrollados mantienen una deuda ecológica con nosotros y el conjunto de los países denominados periféricos, la cual debe reconocerse y estudiarse para encontrar soluciones. 

 

Imagen de portada: América latina gira hacia una nueva izquierda, El País.