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¿En qué consisten las propuestas económicas y sociales del naturalista y revolucionario ruso Piotr Kropotkin? ¿Por qué son sumamente actuales para la biología y para cambiar nuestras relaciones humanas?

El ruso Piotr Kropotkin fue geógrafo, zoólogo y naturalista desde la misma introspección que le permitió ser también economista, escritor y uno de los principales promotores del movimiento internacional anarquista y de la teoría y la práctica del anarcocomunismo. La multiplicidad de la interacción no podría ser más crucial para comprender fenómenos psicológicos, culturales y morales, pero es algo tan simple como observar el fascinante comportamiento colectivo de las bandadas de pájaros, los bancos de peces o las manadas de mamíferos. Por ejemplo, los estorninos formando patrones que nos parecen inesperados y, a la vez, familiares. Esas miles de motas negras moviéndose contra los colores mutantes del cielo, sin tocarse ni dispersarse, evitando obstáculos, separándose y reuniéndose para reconfigurar continuamente su disposición espacial, casi una sinfonía sin director.

Kropotkin concibió un futuro para las sociedades humanas que sería radicalmente revolucionario en el sentido más exacto de estas palabras: un movimiento hacia un punto de origen. En este caso, este punto no es histórico, aunque efectivamente tenga una historia, pero es, más bien, la base, el esquema primario de la sobrevivencia y la recreación humanas. Para un anarquista, la explicación de su propia y de cualquier perspectiva positiva implica proponer y reformular objetivos prácticos. La revolución es también una serie de soluciones alternativas a los problemas laborales y de distribución de bienes de un sistema económico y social imperante. Para Kropotkin, los medios de producción no deberían ser propiedad ni de un Estado filantrópico ni de monopolios privados financieros, sino de cooperativas descentralizadas, individuos libres que se organizan en grupos pequeños y voluntarios que pueden retroalimentarse desde federaciones locales, nacionales y globales con metas compartidas, algo no muy lejano a la Utopía de Tomás Moro. La producción debería garantizar la autosuficiencia de que cada región, cada célula de personas y cada individuo, un acceso a bienes de consumo desde almacenes comunales donde todos pudieran tomar lo justo y necesario. Esta ayuda mutua aseguraría la ocupación laboral y, a la vez, reduciría el tiempo de trabajo por persona, entre cuatro y cinco horas al día, durante no más de veinte años.

En su libro de 1902 Mutual Aid o El apoyo mutuo, escrito durante un exilio en Inglaterra, Kropotkin combinó su interés por la justicia con sus conocimientos en zoología y ciencias, haciendo una crítica a las aplicaciones de la teoría de la evolución darwiniana a cuestiones sociales. Si bien la supervivencia de las especies y los organismos que mejor logran adaptarse a las exigencias de un ambiente cambiante es un factor para la biodiversidad, Darwin habría subestimado el papel de la cooperación de los seres vivos como aptitud evolutiva. La sociabilidad ocurre en todos los niveles desde lo que se conoce como “mutualismo”.

Esto es algo plenamente reconocido por investigadores del siglo XXI. De acuerdo con la biología, las relaciones simbióticas son cualquier dinámica de asociación estrecha entre miembros de una o de diferentes especies. Por ejemplo, el “parasitismo”, una relación donde un animal se beneficia en perjuicio de otro, o el “comensalismo”, un vínculo de provecho para un animal que ni perjudica ni ayuda a otro. El mutualismo, por otra parte, implica aquellos casos complejos de interacción simbiótica donde todos los seres vivos involucrados se benefician de sus interacciones. Casos de dependencia completa, “mutualismo obligado”, o de provecho optativo, “mutualismo facultativo”. Por ejemplo, la cooperación entre gambas pistola y gobios, pulgones y hormigas, murciélagos lanudos y plantas carnívoras, corales y algas, picabueyes y grandes mamíferos, peces payaso y anémonas, el cactus y la polilla senitas, y, por qué vamos a olvidarlo, el ser humano y el perro doméstico, rastreador y cazador.

Si hemos sobrevivido hasta ahora, es porque hemos colaborado. Kropotkin también fue un historiador que reconoció la ayuda mutua desde su primer atisbo en las sociedades del paleolítico, pasando por las primeras organizaciones agrarias, las aldeas y feudos medievales, y, finalmente, la asociación académica y el sindicalismo modernos. La cooperación supone una moral, tanto altruista, como de bienestar individual. Un fenómeno asombrosamente a prueba del tiempo e indispensable para la selección evolutiva o "coevolutiva" reciproca.

De hecho, la separación entre naturaleza y sociedad puede ser ilusoria, existiendo una coevolución "gen-cultura”. En términos anarcocomunistas, esto implica: responsabilidad en el cumplimiento de actividades acordadas para alcanzar distintas metas asociativas; democracia directa o una toma de decisiones sobre gestión gubernamental, jurídica y económica mediante la participación general y el protagonismo de todos los individuos; deberes y derechos iguales según principios no de homologación, sino de equidad o de justo reconocimiento de las particularidades y de mejor distribución de los excedentes materiales. Pero sobre todo, una consciencia ética sobre el realismo de lo orgánico, mal entendido como disolución de uno mismo, siendo solo un sentido de autocuidado como cuidado solidario que reconoce nuestra inter y eco dependencia. Ya Kropotkin a inicios del siglo pasado preveía reciclar desechos y el uso de energías renovables como instalaciones solares o eólicas. También una salida a las dinámicas de control del Estado y del capitalismo trasnacional, solo posible para una inteligencia valiente y coevolutiva, de todas y todos como despliegue del cambio.