En algunas culturas y países del planeta el comienzo de un nuevo año se vive en el equinoccio de primavera y con ello, la expectativa y balance de un año cósmico que inicia y termina. Notamos cómo en las calles, con amigos y en las redes sociales se expresa en nosotros de manera inadvertida, un proceso imaginativo que le da vida a nuestras experiencias y que, como lo expresa Jorge Luis Borges en el siguiente poema, nos mantiene en el “enigma del tiempo”:
FINAL DEL AÑO
Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.
Este proceso de narrar y contar lo que ha ocurrido en un año es un proceso de creación, poesis. Creamos y recreamos aquellos eventos que dan sentido, significado y profundidad, como si de un mito se tratara, como si tuviéramos que ver y re-ver, nuestros acontecimientos, dándoles alma y haciendo alma.
El psicólogo y filósofo James Hillman sugirió que el alma se expresa mito-poéticamente, es decir, cada vez que contamos nuestros sucesos, los evaluamos en nuestro interior, se presenta ese mundo que el alma va creando y en el que inadvertidamente estamos narrando nuestra vida examinándola, siguiendo al adagio Socrático: la vida que vale la pena vivir es la vida examinada.
Las artes poéticas tienen particular importancia para Hillman, cuya "psicología del alma" afirma la "base poética de la mente"; al respecto dijo:
Mi trabajo se encamina hacia una psicología del alma basada en una psicología de la imagen. Estoy sugiriendo una base poética de la mente y una psicología que no arranca de la fisiología del cerebro, ni de la estructura del lenguaje, ni de la organización de la sociedad, ni del análisis de la conducta, sino de los procesos de la imaginación.
Estas bases poéticas las encontramos en la terapia, en la biografía y en el recuento de nuestras propias vidas. La clave de esta importancia se encuentra “entre los valles”, esto es, en las experiencias profundas que nos han marcado en el recorrido del año. Si notamos la indicación que nos da Hillman, tomaremos consciencia sobre el sufrimiento que algunos hayan pasado este año, así como las dificultades, las derrotas o los procesos que nos llevaron a una experiencia más profunda y sentida de la existencia. Esto es lo que estaríamos expresando en este “final de año”.
El alma nos vincula con la experiencia de manera imaginativa, nos hace especular en torno a preguntas como “¿Qué hubiera pasado si…”, “¿Qué sería de mi vida si…”, u otras parecidas. Nos hace reflexionar. Pensamos en los acontecimientos. El alma vuelve simbólica y metafóricamente A los acontecimientos que denominados reales, para darnos un hálito sobre los mismos. Nos hace soñar cuando estamos despiertos. Si, como dice Hillman, “la narración es ante todo una fantasía poética. El relato y sus frases están contenidos en un modelo arquetípico”, tal vez este final de año notemos cómo el alma nos contiene, nos expresa y nos presenta de manera intuitiva lo arquetípico esto que expresa otro poema de Borges:
El asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.
Del mismo autor en Pijama Surf: Sobre la inocencia del devenir en Nietzsche y la posibilidad de ser libres