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La crítica y la revisión al interior del cristianismo han dado lugar a propuestas teológicas que ofrecen nuevas y estimulantes perspectivas sobre la relación que el ser humano puede tener con la idea de Dios como principio existencial.

Para Haydar, mi compañero a casa.

 

¿Pueden ser borrados el pecado, el Infierno, los ángeles del mal atrapados en los cerebros neurodivergentes? ¿Pueden ser borradas la gracia, la resurrección, la vida futura de nuestros cuerpos cósmicos que expandirán el reino y la forma de Jesucristo? Incluso si esto pudiera llegar a tener sentido dentro de la fe cristiana, ¿podría este movimiento religioso trascender a “Dios”, así como trascendió el monoteísmo judío y el politeísmo pagano? ¿Dios podría borrarse para mirar de verdad un horizonte eterno? Para ser cristiana, esta apuesta tendría que ser mucho más que atea. Más que una iglesia solo como un lugar para socializar.

En definitiva, tomar en serio esta propuesta escandalizaría incluso a muchos de los sacerdotes más progresistas y pastores open mind. No puedo abstenerme de la crítica a algunas de sus primeras manifestaciones, pero porque conviene dilucidar las posibilidades de un asunto teológico tan extraño, casi fuera de lugar, aunque empieza a tenerlo en el siglo XXI.

Pienso que necesito empezar por la crítica a un buen ejemplo de lo que hoy pueda llamarse “un cristianismo sin Dios”. Es necesario porque este proyecto solo ha logrado hacerse reconocible precisamente al oponerse a todo lo que no quiere ser, adaptándose a un mundo solo “postcristiano”, solo posterior al cristianismo que ha sido, al cristianismo monopolizado por europeos y norteamericanos, al cristianismo que secularizó la necesidad natural de lo religioso. Pienso que toda teología valiente debería empezar desnudando a la teología misma para ser vulnerable a sus principios crísticos, y no partir del reciclaje de una cultura de las teorías teológicas y éticas, donde Dios ha terminado por convertirse en un problema. 

Margaret Ann Vosper o “Gretta” es una ministra a cargo de la comunidad de West Hill en la ciudad de Toronto, una parroquia de la Iglesia Unida de Canadá, la institución protestante más importante de su país y que fusionó en una única comunión a distintas Iglesias metodistas, presbiterianas y evangélicas. Aunque hablamos de una comunidad de creyentes muy liberal por su aceptación de los derechos LGBTTTIQ, su incorporación de la mujer en todos sus ministerios religiosos y responsabilidades de gobierno, o su flexibilidad sobre cómo deben interpretarse distintos dogmas, Vosper es, incluso ahí, un bicho raro, una carga para mantener la unidad y la imagen como institución propiamente religiosa.

Desde el inicio de su ministerio en 1997, ha propuesto la posible conveniencia de abandonar la idea de lo divino como una persona sobrenatural e intervencionista, parte de una visión de las cosas anticuada y ya superada.

 

 

La posición heterodoxa de Gretta adquirió resonancia ya hacia el año 2001, sin despertar mayor descontento entre los fieles, hasta que tomó en 2008 la controvertida decisión de no pronunciar la oración del “Padre Nuestro” en un servicio, provocando la salida de dos tercios de su grey de ciento cincuenta miembros. En años resientes, se ha hablado de un giro más radical en su ministerio, del no teísmo o de la creencia en un Dios filosófico, a un compromiso ateo activista. Esto fue anunciado a través de una carta abierta donde Vosper no solo relativiza la creencia en Dios, sino que la denuncia como un principio de justificación para cometer actos reprobables, teniendo en mente la masacre contra el semanario satírico Charlie Hebdo en París, perpetrada por islamistas en enero de 2015.

Desde este punto de vista y contradiciendo una frase de Dostoyevski, si Dios existe, todo está permitido, y los sentimientos morales de la experiencia humana pueden difuminarse si llegan a entrar en conflicto con una verdad religiosa absoluta. Podemos ser persuadidos de manera inimaginable para cazar brujas, pervertidos y herejes.

La liberalización de las Iglesias y la deconstrucción de las doctrinas paulatinamente ha supuesto dudar del papado, de la intersección de los santos, de los sacramentos, de ciertos tabúes de larga data, de la literalidad o del carácter sobrenatural de la Biblia y de parte de la vida de Jesús, incluso que haya nacido de una virgen o resucitado en sentido histórico. ¿Pero descartar a Dios? Me parece poco menos que interesante cuestionar las intenciones de Gretta o la coherencia de su argumento. Cabe preguntarse, ¿por qué debería seguir siendo una ministra cristiana, bien pudiendo elegir un activismo laico y denunciante de los peligros de la imaginación religiosa? ¿Para qué mantener una iglesia, para qué vestirse de manera chistosa con alzacuellos y estola clerical, para qué ser una monja, pero estar en cualquier otro lugar que no sea un claustro, para qué realizar ritos que no adoran nadie divino?

¿Para qué la etiqueta de “cristiana”?

Descartar a Dios puede ser algo muy distinto de abrirse a Dios abriéndolo definitivamente. La palabra “Dios” es en un lenguaje donde uno está “delante”, “ante” un misterio que abarca todo lo que existe y que no se ve limitado por la palabra “inexistencia”. Donde averiguamos que nuestra personalidad tiene unas lindes asombrosas que no solo vemos en nuestra biografía o la del mundo conocido, tocadas y encendidas por una atracción incierta. Renunciar a esto sería el último error del cristianismo, negarse a sí mismo por vergüenza. Pero también es posible abrazar a Dios en su inexistencia. Fe como liberación incluso de la certidumbre, por lo menos del tipo de certeza del racionalismo o del fundamentalismo.

Hay que abrazar la no necesidad de un Dios para ser su búsqueda final de un horizonte que nos extienda más allá de todas las estrellas.

El proceso colectivo que llevó a Vosper al ateísmo es el de la propia teología, esto desde que empezó a poner en duda si ha dicho algo divino alguna vez, que no venga de mujeres y de hombres, sobre todo de hombres. Este es más o menos el “leitmotiv” de la teología liberal como una serie de aproximaciones críticas al capital o depósito de la fe. Ya se ha puesto en duda: a Dios como su palabra, a Dios como la fe verdadera y a Dios como el hecho de la salvación, que solo tiene sentido si es también el hecho de la necesidad de salvarnos. Vale preguntar ¿cómo no descartar a Dios si ha sido descartado como contenido?

Poner en duda la palabra de Dios entendida como palabras de Dios empieza por el solo ejercicio de la hermenéutica en el estudio de la Biblia. Pero hubo un giro metodológico más radical cuando este esfuerzo se adhirió a los criterios de una disciplina de la Historia independiente, iniciado por autores del siglo XIX como David Strauss, y que continua hasta el día de hoy en escuelas como el “Jesus Seminar” de Robert Funk y John Dominic Crossan. Me interesa el caso del obispo y reformador episcopal John Shelby Spong, un niño que creció en una familia de cristianos bautistas y fundamentalistas, hasta que dejo ir la noción de la Biblia como un producto divino y, por ello, carente de cualquier contradicción:

A menos que el literalismo bíblico sea desafiado abiertamente en la iglesia cristiana misma, en mi opinión, matará la fe cristiana. No es solo una molestia benigna que aflige al cristianismo en sus bordes; es una mentalidad que hace que la fe cristiana sea increíble para un número creciente de ciudadanos de nuestro mundo.

 

 

Puede decirse que el significado de la Biblia no está en un texto definitivo, sino en una intuición poderosa compartida por quienes creen en una mediación del bien y la esperanza de liberación en las acciones históricas, y buscan adorar ese bien sin engaño, como su ser profundo. Para Diana Butler Bass, historiadora estadounidense y apologeta progresista:

El cristianismo no comenzó con una confesión, la fe verdadera y la urgencia de predicarla en contra de otras religiones, sino como una invitación a la amistad dentro de una nueva comunidad creada con relaciones abiertas por el amor y el servicio.

Para teólogos como la sacerdotisa episcopal Bárbara Brown Taylor:

Jesús no fue asesinado por el ateísmo y la anarquía. Fue derribado por la ley y el orden de su tiempo, aliados a lo largo de la Historia con la religión.

El significado del cristianismo no es entonces el de una fe definitiva y necesaria, sino necesitada psicológicamente como oposición a la enajenación de este sistema-mundo, una cuestión que sería la única propia de la universalidad cristiana como proyecto no contrario a la diversidad religiosa de nuestro planeta, sino “intrarreligioso”.

Para el académico y obispo anglicano John Robinson:

En un universo de amor no puede haber cielo que tolere una cámara de los horrores.

 

 

Este rechazo al Infierno fue previsto ya por autores antiguos como Orígenes, Gregorio Nacianceno o Máximo el Confesor, bajo formas abiertas o matizadas de la doctrina de la “apocatástasis” o de la reconciliación universal. De hecho, se trata de una doctrina nunca descartada incluso dentro de grupos cristianos no liberales, como la Iglesia Ortodoxa. Hasta Satanás podría llegar a salvarse, aunque le tome eones, al final de los tiempos.

 

 

Autores actuales han ido más allá, como el mismo Shelby Spong al sugerir con urgencia:

…poner fin a la teología de la expiación o no habrá futuro para la fe cristiana.

¿El cristianismo debería dejar de hablar de un género humano depravado o enfermo que solo el sacrificio de Jesús puede santificar y sanar? Esto no solo implicaría la no necesidad de la fe como la no necesidad de ser salvado. Sería dejar de lado la antropología histórica del cristianismo como definitiva. Dejar de hablar de condenados y salvos se vincula con un nuevo horizonte, un cristianismo donde no conocemos moralmente a Dios como un ser psicológico con aversiones, sino sobre lo infinito no conocido y que va más allá de una antropología sobre el ser humano visto en pasado o como esencia. Una condición humana evolutiva.

Pero sin estos tres principios de verdad que dieron realidad a Dios como contenido, ¿qué podría llegar a ser el cristianismo? ¿Logaría reinventarse por, en y para sí mismo? Coincido con el filósofo y sacerdote anglicano Don Cupitt cuando dice que:

Lo único más o menos seguro es que no se gana nada con la nostalgia del viejo objetivismo, que en todo caso se utilizó solo para justificar la arrogancia, la tiranía y la crueldad. La gente olvida cuán absolutamente odioso era el viejo mundo prehumanitario.

 

 

Ese objetivismo como literalidad, exclusivismo y esencialismo cristianos no solo fie prehumanitario, sino quizá un límite para la propia realización religiosa. ¿Dios puede ser el trazo más fino de ese límite, no para dejar, sino para ser cristianos?

Shelby Spong llegó a proponer en doce puntos una nueva reforma cristiana, una que trascendiera no solo ciertos entendidos morales y doctrinales, sino al teísmo y sus conceptos:

1 El teísmo, como definición de Dios, está muerto, la mayoría de las conversaciones teológicas no tienen sentido hoy. Hay que encontrar una nueva manera de hablar de Dios.

2 Dado que Dios ya no puede concebirse en términos teístas, se vuelve absurdo tratar de entender a Jesús como la encarnación de una deidad. La cristología está en bancarrota.

3 La historia bíblica de la creación perfecta y acabada a partir de la cual los seres humanos cayeron en pecado es una mitología predarwiniana y una tontería posdarwiniana.

4 El nacimiento virginal, entendido como biología literal, hace imposible la divinidad de Cristo tal como se entiende tradicionalmente.

5 Las historias de milagros del Nuevo Testamento ya no pueden interpretarse en un mundo posnewtoniano como eventos sobrenaturales realizados por una deidad encarnada.

6 La visión de la cruz como el sacrificio por los pecados del mundo es una idea bárbara basada en conceptos primitivos de Dios y debe descartarse.

7 La resurrección es una acción de Dios. Jesús fue resucitado en el significado de Dios. Por lo tanto, no puede ser una reanimación física que ocurra dentro de la historia humana.

8 La historia de la Ascensión asumió un universo de tres niveles y, por lo tanto, no puede traducirse a los conceptos de una era espacial poscopernicana.

9 No existe un estándar externo, objetivo y revelado escrito en la Biblia o en tablas de piedra que regirá nuestro comportamiento ético para siempre.

10 La oración no puede ser un pedido hecho a una deidad teísta para que actúe en la historia humana de una manera particular.

11 La esperanza de vida después de la muerte debe separarse para siempre de la mentalidad de control del comportamiento de recompensa y castigo. La Iglesia debe abandonar, por lo tanto, su confianza en la culpa como motivador del comportamiento.

12 Todos los seres humanos son imagen de Dios y deben ser respetados por lo que cada uno es. Por lo tanto, ninguna descripción externa del ser de uno, basada en raza, etnia, género u orientación sexual, puede usarse para el rechazo o la discriminación.

Revisada esta nueva reforma propuesta por Shelby Spong, me atrevo a decir que queda en un una crítica a un cristianismo que es “el que hay” y que ignora sus excedentes morales, conceptuales y metafísicos. Estos doce puntos o tesis clavadas en la catedral ubicua de un cristianismo mental son las de un humanismo, un racionalismo y un existencialismo, pero no me queda claro si reinterpretan o si quiera recrean la cristianización de la vida.

En mi opinión, falta una especie de sí:

a) Un Dios de inspiración crística, no solo razonable, sino de la creatividad colectiva que produjo las interrogantes de la Biblia, nunca un texto definitivo. b) Un Dios que es la religiosidad cristiana, y no de la religión de la cristiandad, la creencia definitiva. c) Un Dios de redención ética, de la conversión del egocentrismo a una otredad sin límites, en lugar de un Dios que remplaza el pecado con su voluntad, con un proyecto definitivo. No un Dios que dice qué es el bien y qué debemos ser, sino que es el bien y nosotros mismos.

La pregunta clave es ¿qué puede ser el cristianismo para seguir siendo claro y distinto? Claro como su nacimiento en la Virgen o en la Cruz, y distinto de cualquier otra propuesta humana a lo largo de nuestra historia común. ¿Puede ser más que un humanitarismo ateo con símbolos extravagantes como cruces, corderos y palomas que ya no hablan de sobrenaturalidad?

El término “transteísmo” fue conceptualizado por primera vez por el teólogo luterano y existenciario Paul Tillich. Hace referencia a sistemas de filosofía religiosa que trascienden en la historia de las ideas, tanto el teísmo, como la simple ausencia de creencias o sentimientos religiosos. También trasvasa ciertas concepciones reductivas del idealismo o del materialismo de Occidente y la Modernidad. Algunos ejemplos rastreables en la historia de las tradiciones espirituales pueden ser el taoísmo, el jainismo, el budismo y el advaita vedanta.

 

 

El transteísmo implica la identificación de Dios con su creación de tal manera que los dos son a la vez indistinguibles y bien distintos. Dios sería la manifestación de todo, que se pueda hablar de cada cosa y se pueda creer en uno mismo, adelantándose a esta y cualquier existencia, no limitado por la realidad, por el hecho de ser algo, sino coincidiendo también con el cambio, la muerte, la expansión, con la modificación de los límites. En ese sentido, sería la unidad de cada cosa como lo que es y la unidad incluso en la inexistencia, lo que somos y el misterio de todo lo que será. Quizá la plenitud de lo que dijo Jesús en oración en el evangelio de Juan, 17:22:

…que todos sean uno, Padre, como nosotros somos uno…

…que también ellos sean en nosotros…

Para teólogos de la Antigüedad como Evagrio Póntico, medievales como Meister Eckhart, o para comunidades cristianas como los amigos o quáqueros, esta noción de Dios nunca ha sido herejía y descristianización. Sin embargo, si la cuestión se queda solo en lo racional, abandonamos el teísmo y la vocación de promoverlo sencillamente por reconocer una falta de evidencias sobre la “existencia” de Dios. En cambio, si la cuestión es solo creativa, uno puede decir de Dios o decir de la realidad lo que a uno se le antoje.

Hay algo más complejo que invita a la coimplicancia de la racionalidad y la creatividad, a su interdependencia sumergida en el interior de una fe histórica como lo es el cristianismo. Ser transteísta como eje racional y creativo implica crecer, averiguar y profundizar en ese misterio ilimitado de la manera en que se ha hecho símbolo, concepto, dogma o persona. Esa libertad es necesaria para ejercer la razón y la creación, sin duda, pero también lo es, paradójicamente, para que sea posible creer y un lenguaje poderoso.

El Dios del pensamiento débil tampoco debe ser un Dios posmoderno, como nunca debió ser un Dios tomista, autocrático o monocolor. Si Dios piensa, lo hace como cualquier “alma”, esa noción en la que las almas dicen creer. Esto es tan real como las apariencias que toman las nubes, la pareidolia de la vida ante sí misma. Dios creó las cosas tal y como piensa el agua, opone la misma resistencia a todo lugar y forma, y no se complica nunca.

Esta aproximación puede ser familiar para las mujeres y los hombres orientales que recuerdan enseñanzas muy antiguas en sus culturas como la del “Tao” y el “wu wei” de chamanes como Laozi y Zhuangzi. Pero el reto del cristiano no puede ser uno como lo sería convertir al cristianismo en otra cosa o en taoísmo. Eso incluso sería poco taoísta, algo forzado y sin ninguna naturalidad. El cristianismo debe profundizar en su lenguaje como forma de vida, acción ética y contemplación. Debe ser más, no menos cristiano.

Las culturas que nunca imaginaron a ese Dios no lo necesitan, pero el cristianismo se imaginó en ese Dios. El paso dado por algunos cristianos experimentales sí puede ser parte de los códigos del cristianismo. Como dijo el monje benedictino y sacerdote Bede Griffiths:

El ateísmo y el agnosticismo significan el rechazo de ciertas imágenes y conceptos de Dios o de la verdad, históricamente condicionados y por tanto inadecuados. El ateísmo es un desafío a la religión para que purifique sus imágenes y conceptos.

 

 

Se atrevió a decir el historiador y teólogo anglicano Marcus Borg:

Dios ya nos ama y lo ha hecho desde nuestro mismo comienzo. La vida cristiana no se trata de creer o hacer lo que necesitamos creer o hacer para que podamos ser salvos. Más bien, se trata de ver lo que ya es verdad, que Dios ya nos ama, y ​​luego comenzar a vivir en esta relación. Se trata de volverse consciente e intencional acerca de una relación.

Para no limitar esta verdad, esta debe trascender cualquier condicionamiento, no depender de los límites de una psicología, de un Dios que ama, sino ser el mismo fenómeno del amor no obstante y en unidad con el fenómeno de la muerte, lo que no sabemos del ser y de la realidad donde también decimos que se ama. Dios es el ser mismo más allá de la esencia y la existencia. Por lo tanto, argumentar que Dios existe sería negarlo, reducirlo a un tema como el de los aliens y los reyes magos. Por eso insiste Cupitt en que:

Podemos recuperar la eternidad cuando estamos tan inmersos en la vida, en la acción moral o en la contemplación estética, que nos olvidamos del tiempo y la ansiedad.

Podemos ser la creación permanente de Dios en el misterio de un presente eterno y que será, porque ¿a dónde iremos que no sea realidad, que no sea ahora?

Mircea Eliade aseguraba que el cristianismo desaparecerá a pesar de que pueda tomarle mil años o se convertirá en su propio yoga, un proceso de clarificación, de discernimiento de las fronteras del yo, sin renunciar a su continuidad histórica y símbolos singulares. Un yoga como hizo Griffiths al ponerse de rodillas y reconocer su propia nada:

De ese conocimiento había renacido. Ya no era el centro de mi vida y por lo tanto podía ver a Dios en todo. La perseverancia es el requisito en la práctica del yoga. Tiene que hacerse día tras día, semana tras semana, año tras año, hasta que la mente llegue al punto de quietud donde está abierta a la gracia de Dios.


Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.


Canal de YouTube del autor: Asociación de Estudios Revolución y Serenidad


Del mismo autor en Pijama Surf: Viejos creyentes: los amish de la Iglesia ortodoxa

 

Imagen de portada: Jesús ante Cristo, imagen producida con IA, CartelTec.