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La mujer elevada a divinidad es un símbolo persistente de vida y creación que, a pesar de los cambios culturales y de civilización, no ha perdido fuerza

La figura de la Virgen es el bastión del antiguo matriarcado superviviente a la civilización patriarcal, que permaneció vivo incluso con el advenimiento del cristianismo y su misoginia. La Virgen es la arcaica Diosa dadora de vida, aquella cuyo poder es autosuficiente, autónomo y completo en sí mismo: ella concibe sin consorte. Lo que posteriormente sería interpretado como una virginidad puritana a la que se le sumaría un elemento exógeno, a saber, el Espíritu Santo masculinizado, era en su origen la seña de una Deidad Suprema, sin par o equivalente, de un principio femenino independiente, total y totalizador de la existencia.

La virginidad nos remite a la pureza del principio femenino, a su integridad, a su condición completa en sí misma. No hay mayor fortaleza que esa, mayor bastión del antiguo legado femenino que ese. Quien desee reivindicar a la mujer no puede sino hacerlo al amparo de la Virgen, de la antigua Diosa que no conocía ni requería varón en su labor vivificante. Ella no está sujeta a polaridad alguna, sino que se eleva por encima del nivel de la dualidad, siendo independiente. La “sexualidad” no la une a lo masculino, que le es innecesario incluso en su acción creadora. Originalmente no era esposa, sino sólo madre, y no madre entendida como el polo opuesto al padre, sino Madre exclusiva en Mayúscula (motivo por el cual, apreciado desde una perspectiva esotérica, en el catolicismo, que aún conserva en sus símbolos velada y olvidada una buena medida de la antigua sabiduría, existe la sentencia que casi ningún “creyente” comprende: “La Virgen es la Madre de Dios”), entendida como el principio primero y último originador de vida. Esa es la verdadera razón de su virginidad: ella concibe por sí misma, sin elementos exógenos.

Esta divinidad universal a todas las culturas prehistóricas, la Diosa Madre, fue perdiendo reconocimiento con la llegada del patriarcado “civilizador”, deviniendo en una deidad menor sujeta a un consorte superior. Así, el hinduismo la asimiló a Prakriti fertilizada por Purusa y el cristianismo exotérico a una mujer mortal fertilizada por el Espíritu Santo masculinizado. Aun así, y pese a su humanización en el entorno cristiano, la Virgen ha representado en la mentalidad popular, e incluso en el sentir de muchas santas y santos, una supremacía que no se explica en la propia doctrina, sino en un saber más profundo que se pierde en la noche de los tiempos y en la oscuridad más sepultada de las almas, en un saber arraigado en lo más hondo de la existencia, en las raíces mismas de la vida.

Henry Ossawa Tanner, La anunciación (1898)

"La anunciación" (Henry Ossawa Tanner, ​1898)

La Virgen no es la Madre de Dios sin ser, al mismo tiempo, su madre realmente, a cabalidad, con todas las implicancias y consecuencias derivadas. El cristianismo exotérico pretendió velar estas implicancias al incorporar la imagen de la antigua deidad en un marco que le restaba poder, aminoraba su posición y ocultaba su verdadera esencia. Pero la verdad es que la Virgen es la Madre de Dios literalmente, tal cual, con todo lo que esto supone: es la fuente de toda divinidad, el principio detrás de todo principio. Ese es el sentido original y evidente, que dista de los sentidos afectados, forzados y tortuosos que posteriormente le han querido atribuir. Por lo tanto, en el cristianismo, ella es quien pisa la cabeza de la serpiente y no Jesucristo. Y la genuina razón estriba en que ella es la antigua Diosa de la Serpiente y la serpiente es el emblema de la religiosidad pagana originaria sobre la que ella ostentó siempre el poder. Sólo la Diosa puede tener poder sobre la serpiente milenaria que, desgraciadamente, el cristianismo demonizó.

Miguel Cabrera, La Virgen del Apocalipsis (1760)

"La Virgen del Apocalipsis" (Miguel Cabrera, 1760)

Quisieron patriarcalizarla primero, romanos, griegos, hindúes, etc., y cristianizarla después, si acaso no omitirla en su aspecto sagrado, como hicieron el judaísmo, el islam y los derivados más modernos y exteriorizadores del cristianismo. Quisieron velarla a todos los mortales, suprimirla incorporándola a un nuevo marco completamente distinto del que había sido desde siempre por su propia naturaleza. Aun así, su sentido y poder permanecen intactos para todas aquellas y aquellos que deseen leerlos y reciban la inspiración de la Gran Diosa Virgen.


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Imagen de portada: Bajorrelieve que representa a Tellus Mater, Madre Tierra, en la fachada oriental del Ara Pacis Augustæ (ca. s. IX antes de nuestra era) / Wikimedia Commons