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A 25 años de su fallecimiento, la figura de Paz oscila curiosamente entre la admiración, la caducidad y la indiferencia, una combinación que podría contribuir a leer su obra sin fanatismo ni prejuicios

Consideremos como punto de partida dos premisas:

1) La figura del intelectual no tiene actualmente la relevancia ni la autoridad públicas que tuvo al menos hasta finales del siglo XX.

2) De Octavio Paz sobrevive especialmente la imagen de ese tipo de intelectual público, hoy devaluado. 

No parece muy arriesgado afirmar, sin mayores pruebas que aquellas que se pueden recoger de un vistazo en la realidad cotidiana, que en nuestro presente ya no existe el intelectual público que todavía hace apenas unas tres décadas se encontraba en las páginas de los periódicos, en los debates públicos, incluso en los foros de televisión y en las obras que de cuando en cuando provocaban interés y polémica. Los intelectuales, también es importante decirlo, que aceptaban ser comparsas del gobernante en turno, quien buscaba simpatizar con algunos integrantes de ese gremio para contagiarse con su cercanía de cierta legitimidad, cierto lustre, adquirir por proximidad aunque sea un poco de ese prestigio singular que todavía tienen las artes y la cultura -tan diferente al que dan el dinero o el poder-.

Si ese tipo de intelectual se encuentra en vías de desaparición es en buena medida porque la arena pública está ocupada y colmada por otro tipo de voces. En la era de los influencers y los generadores de contenido, del videoblog, el podcast, la manera TikTok de “analizar” un fenómeno (diseñada para cautivar más que para mover a la reflexión o la curiosidad, entre otras características), todo ello indisociable del uso masivo y globalizado de Internet, los canales tradiciones del intelectual -el libro, la columna de opinión, el análisis documentado y argumentado, el debate- se encuentran en desventaja y acaso se podría decir que han terminado anegados en esa marea caótica de trivialidad, entretenimiento y superficialidad que domina la opinión pública contemporánea. 

En dicho panorama, a la manera de un juego de suma cero, el valor que el intelectual público perdió lo han tomado o se ha trasladado a esas otras voces. El valor y el poder. Antes que el espaldarazo de un escritor, el gobernante prefiere ahora el de un influencer. Antes que la opinión de un intelectual ante determinado problema público, el ciudadano busca luces al respecto en sus favoritos de las redes sociales. Y no es que en estas no puedan encontrarse también opiniones lúcidas o de interés. Sin embargo, el medio termina condicionando el mensaje. El influencer termina por ceder y amoldarse a las necesidades de la plataforma. Termina por limitar su deseo a un solo verbo: gustar.

El intelectual, por su parte, procedía de otro tipo de tradición. De hecho, idealizaciones aparte, de ciertos intelectuales podría decirse que la última de sus preocupaciones era la complacencia. Por el contrario: una manera de ser del intelectual exploró la veta de la incomodidad, la provocación, el desafío a los valores establecidos. Lo cual también ayuda a explicar por qué el intelectual ha caído en desuso. En nuestra época hay cada vez menos lugar para la crítica y la disidencia. Curiosamente, no porque vivamos en un ambiente explícitamente fascista o totalitario, en donde una postura crítica sea sancionada o castigada. Si acaso, el totalitarismo de nuestro presente es más bien soft. Ante la aparente inexistencia de alternativas al capitalismo que se impuso luego de la desintegración de la URSS, se desarrolló una sensación generalizada de que las condiciones en que vivimos son ya las únicas posibles, lo cual llevó a su vez a una suerte de domesticación del espíritu crítico humano. Actualmente hay crítica, pero cada vez hay menos oídos que la escuchen. También eso ha contribuido a la pérdida de relevancia del intelectual.

Situados en ese contexto, ¿quién buscaría leer ahora a un intelectual que, además de todo, en su momento fue homenajeado (y con su anuencia) por Carlos Salinas de Gortari? ¿Y quién ahora recuerda que Paz no fue siempre sólo ese Octavio Paz?

El devenir histórico hizo que la principal imagen que se fijó de Octavio Paz en el imaginario público mexicano haya sido la del intelectual cercano tanto al PRI como a Televisa, ese monstruo bicéfalo que dominó México durante las últimas décadas del siglo XX. El intelectual al que se le equiparó con un caudillo del sector cultural, palabra íntimamente emparentada con la historia del poder político en nuestro país. Lo cual no deja de ser un tanto irónico, pues de entre los varios temas que Paz abordó en su labor ensayística, uno constante fue la crítica a ese sistema unipartidista emanado de la Revolución Mexicana y sostenido en buena medida por el caudillismo. 

Sin embargo, no menos cierto es que Paz tampoco rehuyó ni a esos homenajes y cercanía, ni al lugar de poder en donde se encontró y que de alguna manera incluso creó intencionalmente con diversas acciones a lo largo de su trayectoria. 

En este sentido, la pátina de extrañeza, de caducidad, de envejecimiento que se ha formado en torno a la obra de Paz no es casual. Todo lo petrificado transmite tarde o temprano la sensación de ruina. Y aunque la obra de Paz dista mucho de constituir un paisaje de reliquias o escombros, el olor a santidad de su imagen es lo suficientemente fuerte como para confundir a quienquiera que busque indagar entre sus libros.

No es fácil acercarse a su obra y sin embargo es posible hacerlo. Si se retira por un momento la bruma que la rodea, todavía es posible encontrar ahí literatura -que, después de todo, sería el único atributo que la podría mantener viva-. Despejarla no es sencillo, claro, pues apenas uno comienza a leer o releer sus páginas, acude y se impone la imagen del Paz autor, el Paz laureado con el Nobel, el Paz vuelto efigie de los últimos exponentes de una forma de intelectualidad en decadencia, agrupados en torno a la revista Letras Libres, el Paz apropiado y usufructado por personas como Enrique Krauze y Guillermo Sheridan, el Paz monolítico, anquilosado.

¿Pero qué hay de ese otro Paz juvenil, ardiente, audaz? ¿Qué hay del Paz erótico y vitalista? ¿Qué hay del Paz crítico? El Paz, en una sola palabra, escritor, artífice de párrafos y versos que únicamente una persona con talento literario podría formar.

De las obras completas de Paz es posible pronosticar ya desde ahora que no serán muchas las páginas que resistan el paso del tiempo y los cambios del mundo, las sociedades y la cultura. Ya hoy varias de ellas se advierten rebasadas. Y sin duda, no podría ser de otro modo. Es el destino de toda creación humana. Sin embargo, algo sobrevivirá. Con cierto optimismo cabe esperar que ni la agudeza ni la inteligencia ni la posibilidad de admirarse decaerán tanto como para que ciertos poemas, ciertos ensayos de Paz caigan en el desprestigio absoluto. Es posible pensar también que, a la par, los últimos resabios de la imagen pública de Paz se olvidarán o perderán importancia. ¿De qué le servirá a un político asociarse con la figura de un escritor que ya nadie lee y se recuerda sólo vagamente? 

En la combinación de ambas circunstancias es posible entonces que ciertas obras de Paz se lean con mayor modestia, acaso incluso con desinterés y aun con un cierto grado de indiferencia. En cualquier caso, sin la intención secreta o manifiesta de encontrar ahí un enemigo o un simpatizante, sino más bien sólo un escritor.

Y tal vez ese tipo de lectura podría comenzar hoy mismo.


Twitter del autor: @juanpablocahz


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Imagen de portada: Gaceta UNAM