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La realidad no es una ni indivisa; en este mismo momento, aquí y ahora, confluyen múltiples, innumerables realidades

La realidad no es de carácter plano, unívoco y lineal. Por el contrario, se manifiesta de una manera dinámica, irregular y compleja, con múltiples dimensiones que interactúan de forma holística. La condición de una parcela es determinada por la relación que entabla con las demás. Continúo diciendo que cada parcela consta de múltiples planos y son estos los que interactúan de diferentes maneras o siguiendo órdenes relacionales distintos, lo cual da lugar a los diversos sistemas o cosmos. Siendo los posibles órdenes relacionales infinitos, los sistemas o cosmos que han de existir en la realidad no tienen límite alguno.

Una persona es una parcela de la realidad, que consta de diversos planos, como, por ejemplo, el físico, el mental y el espiritual, entre otros. Yo digo que cada parcela posee una columna vertebral invisible alrededor de la cual se anillan todos los planos que la conforman. La conciencia puede subir y bajar por esta vértebra simbólica de plano en plano. Ahora afirmo que un árbol es una parcela, que al igual que las demás, consta de diversos planos que se anillan alrededor de esta columna, conformando cada simbólica vértebra. Dependerá del plano que nuestra conciencia ocupe, la percepción que de nuestro ser y del entorno tengamos. Por eso, cuando la conciencia se halla en un plano determinado, nuestra forma y la condición de nuestro ser son ampliamente distintas de lo que serían si nuestra conciencia se encontrase en otro plano. Nuestro ser se transforma a medida que lo contemplamos desde un plano o desde otro.

Una persona es una parcela de la realidad

Reitero que los árboles también son parcelas de la realidad que constan de diversos planos, como todas la que la componen. El orden relacional en el cual nuestros planos interactúan con los del árbol, teniendo en cuenta que nuestra conciencia no suele conocer todos los planos que nos componen por el hecho de permanecer en una gama estrecha de planos en desmedro de los otros, crea una perspectiva o realidad parcial en la cual el árbol es un ser sin inteligencia. De esta manera, el árbol queda bajo esta perspectiva o realidad parcial, o sistema determinado, como un ser que es casi físico en su integridad, si no totalmente. Los otros planos que constituyen al árbol nos quedan fuera de vía, pues el orden de relación no nos permite su acceso, relegándolo a otros sistemas fuera del sistema en el cual el ser humano se desempeña. Y en otro sistema a lo mejor existe la inteligencia del árbol, la cual sólo se permite reconocer uno de nuestros planos, el físico, pues el orden en el que interactúan los elementos así lo determina.

Se crean así mundos dentro de mundos, algunos intersectados con otros, otros completamente inmersos en otros, y otros íntegramente fuera. Y puede ocurrir que un mundo o sistema se encuentre dentro de dos sistemas a la vez, sistemas estos últimos que son incompatibles entre sí. Se crean perspectivas dinámicas y complejas en las cuales todas las combinaciones son factibles de darse. Y las acciones realizadas en un plano afectan de maneras diversas a los otros planos, y lo que en un sistema ocurre tiene su efecto en sistemas paralelos. Los sistemas se inter-relacionan, se sustentan entre sí y sus efectos y transformaciones, o incluso su condición misma, se hacen sentir en los otros sistemas de variadas formas. Afortunadamente, existe un sistema en el cual convergen todos los demás sistemas y planos que conforman a las parcelas. Así, existe un plano, en toda parcela, en el cual convergen todos los planos de aquella y todos los sistemas. A eso le llamo la Unidad, el Aleph, el Tao, el Nirvana, absoluto y eterno, eso de lo cual los místicos beben cuando suben a su plano más alto.

Existe un plano, en toda parcela, en el cual convergen todos los planos de aquella y todos los sistemas.

Y la magia es el arte de ascender y descender por esa vértebra simbólica. Es el puente entre los mundos.


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De la misma autora en Pijama Surf: Dios en todo y todo en Dios, según Juliana de Norwich 

 

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