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Este cuento de Cortázar, uno de los mejores de su acervo, guarda cierta semejanza con el ánimo que se vive ahora que la pandemia de covid-19 parece llegar a su fin

"La autopista del sur" es un cuento del escritor argentino Julio Cortázar escrito en 1964 y recogido un par de años después, en 1966, en el volumen Todos los fuegos el fuego

Como es habitual en la mayoría de los textos de Cortázar, "La autopista del sur" es un relato en el que la realidad cotidiana se resquebraja de pronto ante los ojos del lector para dar paso a un elemento fantástico que provoca sorpresa y admiración, casi siempre por dos motivos: por lo inesperado de la irrupción y por la calidad altamente imaginativa del recurso. Si Cortázar destacó como cuentista fue sin duda, entre otros motivos, por su capacidad para encontrar lo maravilloso en situaciones que a los demás nos parecen normales y hasta un poco anodinas.

En "La autopista del sur", dicha situación es un embotellamiento, ese momento que para muchos de nosotros podría ser el ejemplo más acabado del fastidio. Cortázar, sin embargo, lo tomó desde una perspectiva diametralmente opuesta, al menos en lo que respecta al giro literario y creativo que le otorgó.

El cuento comienza de una manera muy sencilla, con la ambientación del atasque automovilístico y el aburrimiento que éste provoca. Con apenas algunas pinceladas, Cortázar nos sitúa en esa autopista que, tan sólo para fines anecdóticos, es uno de los accesos a París, un domingo por la tarde. Los coches que avanzan apenas algunos cuantos metros cada cierto tiempo, las personas que se miran con extrañeza en medio de esa coincidencia inesperada, las cosas que se hacen dentro de los autos para entretenerse, etcétera.

En cierto momento, los ocupantes de los automóviles comienzan a convivir, al parecer de inicio sólo para sobrellevar la situación. Conforme avanza la historia, esos intercambios adquieren mucha mayor importancia cuando el embotellamiento se prolonga por más tiempo del esperado y los automovilistas se ven obligados a "sobrevivir". Bajo esa circunstancia, las relaciones tejidas dejan de ser superficiales y adquieren una relevancia insospechada.

Los automovilistas de "La autopista del sur" comienzan a experimentar las preguntas, los hallazgos, los problemas y las pasiones propias de toda comunidad humana. Se tejen alianzas y algunas de ellas son traicionadas, surgen el amor y el odio, se viven momentos de incertidumbre. Una buena parte de la genialidad de este relato es que Cortázar construye ante los ojos del lector, con elementos aparentemente simples y casi por arte de magia, un microcosmos social que tiene incluso ciertos toques de primitivismo, como si asistiéramos a una recreación de los primeros grupos humanos.

El cuento alcanza así su clímax narrativo pero llega el momento en que Cortázar nos devuelve a la realidad de un plumazo. De pronto la causa del embotellamiento desaparece y los autos comienzan a avanzar de nuevo, lentamente primero pero con mayor velocidad a cada instante que pasa. Entonces todo se disuelve. La tensión, las conjuras, las pasiones, la simpatía y la animadversión que se había generado hacia ciertos personajes. Todo se disipa conforme los autos retoman su carrera y se reanuda el propósito inicial de sus conductores de regresar a París, a sus casas y sus vidas, a los pendientes del trabajo, a la "normalidad". El cuento termina con estas líneas:

[…] y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante. 

Y es justamente en este punto donde el cuento de Cortázar adquiere relevancia en la actualidad. Durante dos años, por causa de la pandemia de coronavirus, la mayoría de nosotros vivimos en un ambiente de restricción. Particularmente los primeros meses de la crisis, contando a partir de febrero y marzo de 2020, la pandemia significó para buena parte del mundo una interrupción de prácticamente todo lo que hasta entonces se creía habitual y cotidiano. Desde nuestras actos más mínimos hasta procesos económicos de escala global, todo se vio afectado por la incertidumbre asociada con el covid-19.

Súbitamente todo a nuestro alrededor se alentó, en algunos casos hasta detenerse por completo. Sumidos en un modelo económico que avanza sin cesar, en el que se cree a pie juntillas en el crecimiento infinito, esa pausa un tanto forzada parecía un cortocircuito inesperado en el sistema. De ahí la pregunta: ¿y qué tal si, después de todo, sí fuera necesario detenerse aunque sea por un momento? ¿Qué tal si en esta carrera desaforada hacia el progreso nos tomáramos un respiro para analizar lo que estamos haciendo? ¿Y si, después de todo, no fuera posible crecer siempre, avanzar siempre, ganar siempre?

Ahora, dos años después, el panorama comienza a cambiar. Las vacunas desarrolladas (también en un plazo exprés) han contribuido enormemente a contener la crisis de salud y fijar el camino de salida, el virus ha mutado hacia variaciones mucho menos letales y, en general, la población mundial parece haber encontrado formas de sobrellevar la situación y continuar con la vida.

No obstante, ese continuar parece estar ocurriendo un poco como en el final de "La autopista del sur": de pronto todos recuerdan que pueden acelerar, que el movimiento tiene que ser siempre hacia adelante, que antes todos teníamos prisa y es momento de retomarla…

Y también como en el cuento de Cortázar, lo vivido hasta entonces se deja atrás, con cierta displicencia, como si no fuera lo suficientemente valioso como para llevarlo con nosotros.

Las experiencias, las preguntas, los temores, los hallazgos: todo queda atrás porque llegó el momento de acelerar de nuevo.

 

Una versión digitalizada de "La autopista del sur", de Julio Cortázar, se encuentra en este enlace.


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Imagen de portada: La La Land (Damien Chazelle, 2016)